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El alma y la memoria

"Lisboa, sin el Chiado, no es Lisboa, y tenemos que pensar en curar rápidamente esta herida. Pero ninguna restauración podrá borrar rápidamente esta herida ni podrá borrar esta tragedia, ya que ha sido destruido un patrimonio cultural irrecuperable". Son palabras del primer ministro portugués, el socialdemócrata Aníbal Cavaco Silva. Fueron pronunciadas cuando un mar de llamas envolvía las fachadas de los viejos palacios del siglo XVIII, transformados, en los años de transición del XIX al XX, en establecimientos comerciales, cafés de tertulias, en el corazón elegante y animado de la Lisboa belle époque.No se conocían entonces -no se conocen aún- las dimensiones exactas del desastre. Pocos lisboetas tenían una idea precisa de los tesoros escondidos en el corazón de los edificios destruidos.

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El fuego arrasa el corazón de la Lisboa románrica

El fuego se ha llevado por delante la casa Valentim e Carvalho, la más antigua editora de música de Lisboa, en la calle Nova do Almada, con todos sus archivos, que representaban buena parte de la memoria musical de la ciudad. Las más valiosas grabaciones se salvaron de milagro porque recientemente se había procedido a su traslado... por el riesgo de incendio que suponían.

Las calles do Carmo, Garret, Nova do Almada, Crucifixo, Ivens y Sacramento, cuyos nombres entraron en el patrimonio universal de la mano de Pessoa, Camilo Castelo Branco, Eça de Queiroz, Almeida Garret y tantos otros grandes de la literatura portuguesa, son hoy una sucesión de fachadas huecas que amenazan con desmoronarse en cualquier momento.

Algunos buscan un relativo consuelo imaginando lo que podía haber sido destruido y llegó a estar seriamente amenazado: la Biblioteca Nacional, el teatro San Carlos, las preciosas iglesias de los Mártires y de Loreto, el viejo Gremio Literario, el Gobierno Civil, el ascensor de Santa Justa, el Museo Arqueológico de Carmo...

Mucho más que piedras

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Para muchos intelectuales y artistas lisboetas que asistían a la tragedia sintiéndose tan impotentes como la estatua -recién inaugurada- de Fernando Pessoa, en la esquina de las calles de Garret y Nova do Almada, enfrente de la Brasileira do Chiado, el fuego robó a la capital portuguesa algo más insustituible que las piedras, los monumentos y las obras de arte. Se llevó un poco del alma de la ciudad, de la memoria de sus más viejos habitantes, que quedó convertida en humo y cenizas.La tragedia ha llegado en el preciso momento en que el Ayuntamiento de Lisboa prometía traer a la capital portuguesa la movida de Madrid y que una empresa de turismo invitaba a lisboetas y forasteros a descubrir los encantos, milagrosamente conservados, de una ciudad única.

El Chiado es lugar de encuentro de miles de turistas en esta época del año, y de decenas de miles de lisboetas que pasan por el centro de la ciudad vieja en el camino de sus empleos o de las compras.

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