Todos se pasaron

Los organizadores de la cumbre habían pedido a los oradores que limitasen sus intervenciones a 10 minutos pero casi todos se excedieron un poco, empezando por el propio presidente Ronald Reagan, a pesar de que los asesores insistieron en que la reunión no fuese excesivamente larga porque, a sus 77 años, el jefe de Estado norteamericano se cansa con facilidad.Reagan, que tuvo el privilegio de ser el primero en tomar la palabra después del secretario general de la OTAN, lord Carrington, tiene también derecho a un trato más deferente que el otorgado a los demás participantes en la cumbre. En vez de alojarse en un hotel, se hospeda, por ejemplo, en el palacete de Stuyvenberg, en la periferia de Bruselas y a escasa distancia del palacio real.

La primera cumbre desde 1982 empezó minutos después del mediodía, con la fotografía de familia de los 17 asistentes (un país, Francia, está representado por su jefe de Estado, François Mitterrand, y su primer ministro, Jacques Chirac).

Mientras posaban, Reagan y la primera ministra británica, Margaret Thatcher, eran los que más departían, pero el presidente del Gobierno español, Felipe González, colocado en orden alfabético entre el portugués Aníbal Cavaco Silva y el turco Turgut Ozal, permanecía silencioso. En opinión de los fotógrafos y técnicos de televisión, González tenía ojeras más pronunciadas que de costuinbre y cierta mala cara, que su séquito achacaba a un "ligero constipado" que también la le incitó a comer poco de las vieiras con mantequilla, del pato con jerez, y del pastel de queso que le fue servido para cenar.

Sólo un reducido grupo de corresponsales asistió a la escena; los demás tuvieron que conformarse con seguirla a través de un circuito interior de televisión desde la salas de prensa de la OTAN, abarrotadas ante la avalancha de 1.500 periodistas y técnicos de televisión acreditados. Otros 700 enviados especiales norteamericanos siguieron la ceremonia desde el hotel Palace, donde su delegación les informaba al minuto.