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Tribuna
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El fin de la transición

Desde lejos, sin entrometimiento, las elecciones del 10 de junio de 1987 parece que será muy difícil, finalmente, relacionarlas solamente con las urnas. Si se busca su lado menos aparente, resultará que pertenecen a la indecisa búsqueda, creciente, de una ética. De una ética en una sociedad política que llegó a pensar, y ello casi sin agonía, que la democracia era, sobre todo, una estética, unos comportamientos físicos.Cabe pensar, de un lado, que la ética y la estética no son separables, pero, del otro, que no es aconsejable hacerlo sin riesgos. Cuando se comete ese error es que se ha olvidado una paradoja que, acaso, podría incitar a la reflexión: que la clase dominante, sin lucidez, se pone a imitar a las mas viejas clases sociales. Inclusive a aquellas, significativamente, que el antiguo régimen -hablo del franquismo- había desterrado de sus compromisos. Su desempolvamiento cotidiano, como trade mark de la democracia, plantearía una cuestión, cuando menos, preocupadora: que la ideología de las clases dominadas por el paso de la, historia se estaba convirtiendo en la ideología de las clases dominantes del nuevo régimen. Seria muy primario creer que el origen -le esa alienación es la monarquía. La monarquía ha sido el resultado de una negociación popular fundada en el fin del fratricidio. no en el comienzo de los saraos. El problema es, en el fondo, de otra naturaleza social, colectiva, casi de niveles filosóficos. La vuelta a la filosofía frente al basurero ideológico e irremediable debe ser una prioridad.Acaso no sea insensato decir, por ejemplo, que en los últimos 15 años del antiguo régimen se diseñó ya, por la necesidad histórica, el inicio de un diálogo moderno y, en cierta medida, el primer diálogo de intereses modernos -dejando al Inmorible de un lado, y lo de Inmorible es una invención prodigiosa de Rafael Alberti- entre la nueva burguesía, que requería como armas de nobleza las libertades, y una nueva clase obrera que auspiciaba la corresponsabilidad del poder desde sus propios carteles de nobleza: sin la demagogia y sin el ventrilocuismo ideológico. Más aún: algunos aristócratas negados por la aristrocracia estuvieron en esa lucha, como lo hicieran algunos nobles al convertirse en Francia el Tercer Estado en Asamblea Nacional. Se olvida que Marx -y la tentación del Marx dixit es una especie de antropofagia- había anunciado que la lucha de la clase obrera sola sería un solo fúnebre.

El interés de las elecciones del 10 de junio estriba, desde lejos, sin vocación de lo absoluto, en la búsqueda de una ética que imponga y proponga, otra vez el ejercicio histórico que se generó con la muerte del Inmorible: el diálogo entre las nuevas clases españolas que no tienen que imitar la trade mark inútil de la única clase sin porvenir en el país y para el país. Eso no significa la guillotina -todos los ejecutores serán ejecutados-, sino la fuerza moral.

De ahí, a su vez, la lección que implicaba, antes del 10 de junio, la acelerada vejez de algunos jóvenes gobernantes que no pudieron aprender, por falta de tiempo, a ser adultos. Esa lección, frágil como tienen que ser las lecciones para que no se conviertan en el instrumento opresor de las cabezas autoritarías, figurará este año como algo mucho más allá de las elecciones. En suma, España ha llegado -va, algún día tenía que ser, alfinal de la transición.

No siempre se comprenderá, porque la lección es muy dura, el fondo de ese cuestionarlo. En efecto, el problema no es si las futuras elecciones diseñarán o no un sucesor a Felipe González (cuya tolerancia y moderación profundas no deben tirarse al mar como si fuera el ropaje del cirquero), porque ese planteamiento es la revelación del atraso ideológico, sino en qué medida ha sido preparada la sociedad española, en estos años portentosos y desencantados, para el ascenso a la madurez social, esto es, para hacer frente a los problemas, sin demagogía y, quizá, sin una mayoría.

Esa enorme pregunta es, la mayor que cabe hacerse hoy -la otra es irrelevante y un poco obscena, como lo es ahora la imitación beata de comportamientos palaciegos que nada o poco tienen que ver con el compromiso español de futuroporque se asienta en el ceritro de la vocación política de la vida democrática: ¿cuál es el nivel real de tolerancia, compromiso y capacidad de diálego, asumiendo las contradicciones como parte de la realidad y no como un error de la naturaleza, de la sociedad española? Ahora vamos a saberlo.

Las elecciones diseñan una línea topografía casi italiana o con vocación inicial italiana que deberá incitar a mayores ensayos de convivencia. El problema no debería centrarse, por tanto, en lo psicológico: la melancolía del presidente o la sonrisa del heredero, sino en la recuperación de la reflexión. Si se examinan escritos, pronunciamientos pclíticos y declaraciones electorales, se redescubre, sin quererlo, un cierto rubor. Personas que habían tenido una indudable dignidad en el antiguo régirrien, que habían usado su pluma, su talento y su vida como una invención para trascender la rrilopía y la intolerancia, han perdido, en casos, su función alertadora y se han dejado deslizar hacia el chisme o las pequeñas infarnias de salón. ¿No debe contar todo eso, aunque no sea ni universal ni decisivo, en las reflexiones poselectorales?

La creación de formas sociales, culturales, académicas y politicas de antipoder -con audiencia social fundada no en la frivolidad, sino en el espíritusupone el punto de referencia vital de la democracia. En suma, la distancia política del ciudadano del poder y de los poderes o, lo que es lo mismo, sólo la ampliación de las fuerzas sociales con autonomía propia nos dice sierripre, y en todo caso, las posibilidades de vida elemocrática real. De no ser así, la política es cosa de caudillos rrienores en disputa.

Todos los que llegamos a España entendemos, sin equívocos, su vitalidad. Este mediterráneo europeo funciona por sí rnismo, pero sus defensas de originalidad, es decir, de universalidad, no son inagotables. Ello quiere decir que estoy absolutamente contra el eslogan policiaco de España es diferente, porque era el instrumento para ejercer, desde él, la presión polielaca. Pero ello quiere decir, a su vez, que existe un peligro real en Iníltarlo todo y en creer que la política es el poder y no la lucha por esclarecer y clarificar las prioridades del poder.

Prueba de ello es que, como contraste, comienzan a estar presentes en la vida española tres grandes fantasmas cotidianos: la violencia, la frivolidad de los pronunclamientos y el desdén político de la mayoría. La restauración del lenguaje de la negociación y el compromiso, con la aceptación de prioridades esenciales de la democracia, no es un propósito pequeño. Sobremanera si se ha envejecido sin ser adultos. Entonces hay el riesgo político que se Crea, sin mas, que se puede lleliar a la madurez rompiendo las reglas del juego. Quienes piensen, después de las elecciones del 10 de junio., solamente en términos de poder (en términos de sucesión) y río en términos liolíticos de antipoder, esto es, en términos éticos de asunción de las responsabilidades que implica la creación de un nuevo régimen (sin estar seguros de la profundidad de la tolerancia y sin la pasión calvinista del capitalismo originario), verán aparecer al horror de los demagogos que desde el tercermundismo verbalizante han enterrado, antes que el primer mundo, al Tercer Mundo.

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