Crítica:MÚSICA RELIGIOSA

Pocos intérpretes para música grande

ENVIADO ESPECIALUnos pocos instrumentistas y cantores bastan a Martin Haselboeck y su Academia de Viena para hacer gran música; todo consiste en sentir y saber mantener una herencia no interrumpida desde los días gloriosos de músicos como Haydn y Mozart, los autores interpretados el martes en la antigua iglesia de San Miguel, de Cuenca.

Cuatro violines primeros, tres segundos, dos violas, un violonchelo, un contrabajo, el cuarteto vocal y el órgano portativo desde el que dirige Haselboeck integran el grupo vienés, que a veces parece adquirir el volumen físico y artístico de una formació...

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ENVIADO ESPECIALUnos pocos instrumentistas y cantores bastan a Martin Haselboeck y su Academia de Viena para hacer gran música; todo consiste en sentir y saber mantener una herencia no interrumpida desde los días gloriosos de músicos como Haydn y Mozart, los autores interpretados el martes en la antigua iglesia de San Miguel, de Cuenca.

Cuatro violines primeros, tres segundos, dos violas, un violonchelo, un contrabajo, el cuarteto vocal y el órgano portativo desde el que dirige Haselboeck integran el grupo vienés, que a veces parece adquirir el volumen físico y artístico de una formación grande con la ventaja de la claridad y ligereza de textura, tan evocadora del pretérito como las técnicas de ejecución empleadas. Los vieneses se sirven de ellas con gran naturalidad y sin la pedantería musical que reseca tantas interpretaciones de lo antiguo.

Academia de Viena

Director: Martin Haselboeck. Solistas: Monika Lenz (soprano), Eva Meindl (mezzo), Peter Jelosits (tenor) y Peter Schneider (bajo). Antigua iglesia de San Miguel. Cuenca, 14 de abril.

Música viva

La idea principal de Haselboeck parece ser, justamente, la de hacer música viva antes que la de ejemplificar la historia. Bien lo advertimos en la bella e interesante Misa breve en honor de san Juan de Dios, o Pequeña misa con órgano, de Haydn. La densidad y riqueza de las ideas no me parece pequeña ni breve en esta obra, sino condensada, lo que es bien distinto y representativo de la religiosidad musical y humana del músico. No lo es menos el maravilloso Salve Regina, un gran motete en cuatro partes más cercano a lo barroco que la entrañable misa.En ambos casos la soprano Monika Lenz, la mezzo Eva Meindl, el tenor Peter Jelosits y el bajo Peter Schneider ganaron, sin pretenderlo, la gran batalla al divismo. En este Haydn encarnación de un estilo sobran los divos y se precisa lo que no suele caracterizarlos: humildad, voluntad comunitaria, elevación en los fines y procedimientos y, más que nada, un amor infinito a la música como dedicación, forma de vida, expresión de los afectos y mesura de las pasiones.

Haselboeck y sus músicos renovaron sus lecciones sobre clasicismo vienés en dos páginas instrumentales: El concierto para órgano en re mayor, de Haydn, y Tres sonatas religiosas, de Mozart, páginas las dos que circulan en torno al espíritu del Concierto, se derivan del estilo galante y están tocadas por el genio. Ese fantasma extraño aparece donde y cuando quiere y no caben citas seguras con él: ni la de la excitación psíquica o física, ni la célebre larga paciencia de Goethe.

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