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Tribuna:EL REGRESO A LOS CLÁSICOS
Tribuna
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Mediocridad, mediocridad

Después de un período de crítica negativa vuelve a resurgir -cada vez más fuerte- la figura de don Ramón del ValleInclán: un reciente congreso celebrado en Santiago de Compostela lo demuestra.Allí se han reunido las cabezas pensantes del valleinclanismo. Y, al hilo de estas reuniones, no podemos por menos de rememorar y plantearnos la mediocridad que nos envuelve en costumbres, religiórt y política, lo que hace que deban resurgir grandes figuras olvidadas, que servirán de revulsivo contra nuestra pasividad social.

Figuras como la de Unamuno o Valle-Inclán. Son personajes que pueden sacudir nuestra terrible modorra actual. Esa modorra que nos vuelve pasivos ante cualquier influencia, sea la que viene de la entontecedora televisión que padecemos o de la aburrida política que sufrimos, sin una verdadera oposición que la renueve. Don Miguel se atrevió a confesar que es "un deber, el de acicatear, azuzar y no dejar tranquilo al prójirno".

Y si Miguel de Unamuno predicó, oportuna e inoportunamente, este azuzamiento de la modorra española, ahora le toca también a Valle-Inclán una misión en cierto modo parecida, pero más a ras de tierra, que pueda calarmás hondo en todos, y no sólo en unos cuantos seudointelectuales.

La apertura al mundo y el gusto por los sanos placeres humanos; la confianza en la verdad más que en las barreras puestas al error; el pluralismo en pensamiento y costumbres, admitido como la cosa más natural del mundo; un optimismo sano en el hombre corriente, más que confiar en el hombre sofisticado; saber que todos -aun los más altos- somos una mezcla de pecado y virtud; el amor a la convivencia. pacífica basada en aquello en lo que cualquier hombre honrado puede convenir.

Todo eso era la antigua tradición católica de la "Merry England" que descubrió Chesterton; aquella época en la que no se habían inventado ni los ascetismos inhumanos de los monjes irlandeses, ni la presión clerical de la latinidad, ni los elevados mistícismos aristocráticos de las nieblas germanas, sino que imperaba la espontaríeidad, el buen humor y la'sencillez de quien descubre en el evangelio un mensaje de apertura a todo lo humano.

Feo y sentimental

Eso -precisamente eso- es lo que podemos descubrir hoy en Valle-Inclán. En ese marqués de Bradomín que "era feo, católico y sentimental", como somos los españoles corrientes. Un Don Juan sui géneris, porque tenía muy poco del irresistible Casanova en el que se daba la mezcla constante de lo pagano y lo cristiano, que era el leitmotiv del propio Valle-Inclán, como lo es en el hombre español, y como lo es en nuestro catolicismo hispano.

Y su postura de cambio progresivo desde la heroicidad carlista, que tanto le atraía por ser una causa perdida, hasta la liberalidad generosa que propugnó en el futuro. Su crítica esperpéntica de lo que era tan caricaturesco en nuestra política. Su oculta atracción por el anarquismo idealista de sus últimas obras, como Luces de bohemia y Baza de espadas. Su ética convertida en estética, fulgurando en el estilo y en los contenidos.

El afán de liberación que latía en su enemiga alabuso del poder político personal en Hispanoamérica, herencia negativa de nuestro colonialismo; hecho visible en el Tirano Banderas. Y en su maestría literaria fuera de normas, que le acercaba más al genio creador que estimula a todo lector que al talente minucioso que nos acostumbra a un eruditismo de corto alcance. Fue, como le calificó el dictador Primo de Rivera en 1929, "eximio poeta y extravagante ciudadano".

Los españoles de nuestra abigarrada geografía autonómica necesitamos de él porque precisamos un poco más de poesía, ya que por la mediocridad de nuestro- pensamiento actual no, tenemos metas de largo alcance en nuestra postura humana, sea política, social, cultural o religiosa. Y sin ilusión no podemos ser felices, porque sin perspectiva de porvenir no construiremos una sociedad mejor y más satisfactoria para todos.

Y necesitamos también un poco de extravagancia. Porque estamos encerrados en unos moldes tan estrictos -en seriedad burguesa, conformismo político y cansancio religiosoque se nos presentan como engañosas. ataduras doradas de las que no nos libramos más que como cauces de verdadera felicidad humana.

La juventud con sus modas nos envía un mensaje que los mayores apenas saben interpretar. Es como un grito pacífico pidiendo que nos apeemos de tanta fórmula que hemos inventadoJos mayores. Un poco más de risa ante lo esperpéntico de nuestra situación nos hace mucha falta para poder superar de este modo nuestra mediocridad ambiente. La que a unos -a los jóvenes- asfixia, y a otros -los mayoresnos tiene colapsados.

Hay que volverse, por tanto, a nuestra literatura clásica, no la de las normas estrechas, sino la pionera del esperpentismo, que está latente en obras como La Celestina, El lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo, los Sueños de Quevedo o los Caprichos de Goya. Sólo así -volviendo a recuperar a Ra món del Valle-Inclán- nos liberaremos de nuestro medio mediocre sopor actual.

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