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Arte de la convergencia

Octavio Paz, premio Cervantes de literatura, que ha sido distinguido con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, pronunció el pasado jueves una conferencia sobre Romanticismo y modernidad en el seminario que sobre Romanticismo y literatura dirigió Francisco Rico en la sede santanderina de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. El poeta mexicano leyó ayer en Sevilla una antología de sus versos. El texto que publicamos es un extracto del último capítulo de su intervención.

Con regularidad surgen voces que avisan de la proximidad del fin de nuestras sociedades. Parece que la modernidad se alimenta de las sucesivas negaciones que engendra, de Chateaubriand a Nietzsche, de Nietzsche a Valéry. En los últimos 25 años, las voces que anuncian calamidades y catástrofes se han multiplicado. No son ya la expresión de la desesperación de un solitario o de la angustia de una minoría de inconformes: son opiniones populares y revelan un estado de espíritu colectivo.(...) La modernidad está herida de muerte: el sol del progreso desaparece en el horizonte y todavía no vislumbramos la nueva estrella intelectual que ha de guiar a los hombres. No sabemos siquiera si vivimos un crepúsculo o un alba.

La modernidad se identificó con el cambio, concibió la crítica corno el instrumento del cambio e identificó a ambos con el progreso. Para Marx, incluso la insurrección era crítica en acción. En la literatura y las artes, la estética de la modernidad, desde el romanticismo hasta nuestros días, ha sido la estética del cambio. La tradición moderna es la tradición de la ruptura, una tradición que se niega a sí misma y así se perpetúa.

(...) La crítica ha advertido que hemos entrado en otro período histórico y en otro arte. Se habla mucho de la crisis de la vanguardia y se ha popularizado, para llamar a nuestra época, la expresión "la era posmoderna". Denominación equívoca y contradictoria, como la idea misma de modernidad. Aquello que está después de lo moderno no puede ser sino lo ultramoderno: una modernidad todavía más moderna que la de ayer. (...)

Si el término posmoderno es, más que un nombre, un antifaz, ¿qué decir de la expresión que usan los críticos angloamericanos para llamar al arte actual posmodernismo? Para ellos, la palabra modernismo designa ese conjunto de obras, autores y tendencias que evocan los nombres de Joyce, Pound, Elliot, William Carlos Williams, Hemingway y otros. Sin embargo, nadie ignora que en lengua española llamamos modernismo al primer movimiento literario de Hispanoamérica y de España. Fueron modernistas Darío y Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez y Lugones, Martí y Machado: con ellos comienza nuestra tradición moderna y sin ellos no existiría nuestra literatura contemporánea. En realidad, las distintas tendencias, obras y autores que los angloamericanos engloban bajo el término modernismo fueron siempre llamadas vanguardia. Desconocer todo esto y llamar modemismo a un movimiento de lengua inglesa posterior en 30 años al nuestro revela arrogancia cultural, etnocentrismo e insensibilidad histórica. Lo mismo sucede con el vocablo posmodernismo para designar el arte y la literatura contemporáneas de Estados Unidos y de otras partes. Lo más triste -lo más cómico- es que estos términos, con la significación particular que les dan los angloamericanos, no sólo comienzan a ser usados en varios países europeos, sino también en Hispanoamérica y en España (un ejemplo entre mil, el libro de Guillermo de Torre Literaturas europeas de vanguardia, publicado en 1925). Esta aclaración no es ociosa ni refleja ningún trasnochado nacionalismo: la querella del modernismo no es una querella de palabras, sino de significados, conceptos e historia. El mundo comienza por ser un conjunto de nombres. Más exactamente: el mundo es un mundo de nombres. Si nos quitan los nombres, nos quitan nuestro mundo.

Para los antiguos, el prestigio del pasado era el de la edad de oro, el Edén nativo que un día abandonamos; para los modernos, el futuro fue el lugar de elección, la tierra prometida. Pero el ahora ha sido siempre el tiempo de los poetas y de los enamorados, de los epicúreos y de algunos místicos. El instante es el tiempo del placer, pero también el tiempo de la muerte, el tiempo de los sentidos y el de la revelación del más allá. Creo que la nueva estrella -ésa que aún no despunta en el horizonte histórico, pero que se anuncia ya de muchas maneras indirectas- será la del ahora. Los hombres tendrán muy pronto que edificar una moral, una política, una erótica y una poética del tiempo presente. El camino hacia el presente pasa por el cuerpo, pero no debe ni puede confundirse con el hedonismo mecánico y promiscuo de las sociedades modernas de Occidente. El presente es un fruto en el que la vida y la muerte se funden.

Tradición de la ruptura

La poesía ha sido siempre la visión de una presencia en la que se reconcilian las dos mitades de la esfera. Presencia plural: muchas veces ha cambiado de rostro y de nombre; sin embargo, a través de todos esos cambios, es una. No se anula en la diversidad de sus apanciones; incluso cuando se identifica con la vacuidad, como ocurre en la tradición budista y en algunos poetas modernos de Occidente, se manifiesta -insigne paradoJa- como presencia. No es una idea: es tiempo puro. Tiempo y no medida: este tiempo singular, único y particular que ahora mismo está pasando y que pasa sin cesar desde el principio. La presencia es el ahora encarnado.

Alguna vez llamé a la poesía de este tiempo que comienza arte de la convergencia. Así, la opuse a la tradición de la ruptura: "Los poetas de la edad moderna buscaron el principio del cambio; los poetas de la edad que comienza buscamos ese principio invariante que es el fundamento de los cambios. Nos preguntamos si no hay algo en común entre la Odisea y A la recherche du temps perdu. La estética del cambio acentuó el carácter histórico del poema; ahora nos preguntamos: ¿no hay un punto en el que el principio del cambio se confunde con el de la permanencia ... ? La poesía que comienza en este fin de siglo no comienza realmente ni tampoco vuelve al punto de partida: es un perpetuo recomienzo y un continuo regreso. La poesía que comienza ahora, sin comenzar, busca la intersección de los tiempos, el punto de convergencia. Dice que, entre el pasado abigarrado y el futuro deshabitado, la poesía es el presente". Escribí estas frases hace 15 años. Hoy añadiría: el presente se manifiesta en la presencia, y la presencia es la reconciliación de los tres tiempos. Poesía de la reconciliación: la imaginación encarnada en un ahora sin fechas.

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