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Tribuna:GUIA IRRACIONAL DE ESPAÑA
Tribuna
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El español y el buga

Lo que caracteriza a los españoles, (quizá ya se ha dicho en esta serie) no es el recibir con retraso el adelanto de las ciencias y las; técnicas, que son una barbaridad, sino el peculiar uso que hacemos de ellas. Es dificil convencerle a un español de que la aspirina es para calmar el dolor y no para fliparse. Es dificil persuadir aun español de que el alcolhol es para desinfectar las heridas y no para ponerle azúcar y coñac, y bebérselo. Es imposible: mentalizar a un español en cuanto a que el. periódico es para leerlo, y no para envolver la pescadilla, las botas viejas del zapatero remendón, o para limpiarse los mocos.Lo que nos caracteriza, pues, como pueblo singular, y que Fernando Fernán-Gómez llamaría exótico, no es el retraso en la recepción de las grandes y útiles novedades, que nos llegan al día,

Más o menos, sino el particular uso que nos proponemos hacer siempre de ellas. Así el automóvil, que los jóvenes de hoy han llamado buga por extensión del Bugatti, gran marca automovilística. Todo coche aparente es para el joven un buga. De los 40 para acá, que es cuando empieza el holoceno nacional, aquellos coches negros y cuadrados, con gasógeno, habían servido para pasearse por una Gran Vía desierta, haciendo ostentación de la máquina. Me lo dijo una vez mi maestro Miguel Mihura, entre ingenuo y cínico:

-Como sólo teníamos coche unos cuantos, todo Madrid era un aparcamiento.

El gasógeno, más que una chepa humillante y autárquica, era un signo externo de poder. Se podía ir a todas partes a pie, en Madrid y en provincias, pero conducir un haiga era conducir la carroza de los vencedores. En los 50 inventamos el biscúter, que parecía díseñado por Mingote, y que no servía para viajar, naturalmente, sino para llegar a una terraza de Serrano como en platillo volante.

Los españoles somos andarines y nunca hemos valorado las virtudes traslaticias del coche, como los demás europeos. El coche, para nosotros, es un signo externo de riqueza, un signo fálico (descapotable priápico de los jóvenes sportivos) o una habitación añadida al hogar.

Lo que apenas le interesa al español es que el coche sirva para desplazarse. Aquel invento de Henri Ford I, romántico y tísico, que murió dibujando cigüeñales, para nosotros es una góndola, una cama adúltera o una máquina, de matar. Raramente un vehículo. En los sesenta, con el 600, como antes con el topolino, el español descubre que puede escaparse de la jurisdicción del gobernador civil del Movimiento con sólo meter la primera, o la que fuere, y salir de arrea. Carretera y manta. Un hombre de viaje es casi un hombre invisible. Hasta la guardia civil tiene sus dudas metódicas (Descartes con tricornio) sobre la identidad de la pareja que va de parador en parador de turismo/Fraga. El topolino y el seiscientos fueron instrumentos eróticos y máquinas para escaparse de la dictadura provincial y feudal del gobernador civil. El español humanizaba así el coche utilitario, que para cualquier otro pueblo es un instrumento de trabajo.Para nosotros era un instrumento de libertad y sexo. El automóvil (como en cierto modo las vespas del marqués de Villaverde) nos pusieron alas a los españoles desalados. En los setenta vienen ya toda clase de coches, la oferta es múltiple e insoslayable. Los catálogos especifican detalles, embellecedores y accesorios. Pero al español le interesa una sola cosa: los asientos abatibles. Clausuradas por la Unesco las casas de lenocinio, demasiado visibles las casas de citas, inexistente aún el penthouse entre nosotros, inexistente aún la mujer sola y libre en su apartamento, el coche se convierte en alcoba rodante que acelera el trámite, hace imposible el desnudo total y sigue confinando al español en una sexualidad perseguida y angosta.

La última generación española, la que ahora tiene 15 años (siempre según el cómputo de Ortega), es una generación engendrada mayormente a bordo de un buga parado y escondido, y de ahí les viene la locura del monopatín y los auriculares con música: fueron engendrados en un lecho con ruedas, y con la radio del coche a toda galleta, por crear ambiente.

De pronto, un día, a algún español genial y raro se le ocurrió que el coche podía servir, simplemente, para desplazarse. Los más ancianos del lugar desconfiaron de él. El coche, el buga, era una cosa para huir del gobernador civil, para beneficiarse a, la novia, para transportar estraperlo. Pero que el coche sirviese, simplemente, para viajar, era demasiado obvio. Había que sacarle otros rendimientos. El español, ya digo, se pierde por imaginativo. No es que no se haga una idea de las cosas: es que se hace demasiadas ideas. Los que había estudiado inglés, los que habían visto culos femeninos en Perpiñán, decidieron que el coche po día ser útil los fines de semana: una manera de pasear a la suegra y a los niños, una manera de capturar ozono, una manera de llegarse hasta la provincia de al lado a resolver un asunto paredaño. En esto ha ayudado mucho Julio Iglesias, claro. Vas oyendo a Julio Iglesias y vas como una seda. Julio Iglesias no canta par los aficionados ni para los adolescentes ni para los grandes públicos. Julio Iglesias canta para el buga. Los bugas rinden más con música, como las vacas dan más leche. El buga da más kilómetros hora. Ahora, ya, utilizamos el coche como europeos que somos: para desplazarnos. Que para eso hemos entrado en el MC.

Pero la época y la épica del coche, en España, queda atrás. El topolino, el haiga, el biscúter, el coche con gasógeno, el utilitario, el cuatro/cuatro, el 600. Coches que fueron alcoba nupcial, penthouse adúltero y patache del alijo estraperlista. Esto de que el automóvil sólo sirva para moverse es un aburrimiento.

Entonces, el español sigue haciendo cosas raras con su buga. Seiscientos trucados, descapotables repintados de tercera mano, porschers alquilados, El coche no es que sirva para viajar, sino que sirve para molar. El español castizo aún va en su coche (y mejor si tiene chófer), como en el último simón de Madrid, el simón del "Madriles", y lo que echa de menos es que no le den una torrija al caballo, en la estación de servicio. Lo más entrañable de nuestra entrañable derecha es cuando la señora bien/bian de Serrano va en el seiscientos con chófer de uniforme, le para en Embassy a las siete y le dice que vuelva a recogerla a las nueve. Uno ha comido mucho en esos barecitos casi clandestinos del barrio de Salamanca, bares de chóferes, porteros y mecánicos, escuchando chismes de marquesas, como Francisca contaba rarezas de su señorito Marcel (Proust) en las porterías y lecherías de SaintGermain. Llevar un 600 con chófer de visera es como mantener palomares derruidos en Valladolid, según el hidalgo del Lazarillo. Hay toda una clase española que se espolvorea de polvo de azúcar por fingir que ha merendado en Embassy. Ya lo dijo Ortega: "El hombre no tiene más que proyectos líricos". Sobre todo el hombre español. Y la mujer. Mayormente si es marquesa.

Allá en los cincuenta, hubo una juventud de Serrano que creó su argot, su estilo de decadencia, todo nacido del cansancio de los padres invictos:

-No te doy la mano porque apesto a volante.

-Esta tarde vamos a Perdices a tumbar aguja.

(Iban a la cuesta de las Perdices a poner la aguja del coche a 150.)

Este argot no es menos imaginativo ni valioso que el cheli de los pasotas y anarcos, colgados y zumbados de hoy. La juventud siempre se enfrenta críticamente con el lenguaje de los mayores, y se construye su argot agresivo/ .defensivo. En los 50/60, "apestar a volante" era una manera de aristocratizarse. Hoy apesta a volante cualquier empleado de Banca. En cuanto a "tumbar aguja", las agujas se tumban solas y la juventud roza siempre los 200 en carretera. Cualquiera sabe que los ciudadanos europeos van en metro o en tranvía, porque es más rápido y cómodo, pero los españoles, como los dictadores africanos, prefieren el coche (con unos embotellamientos que no padece el dictador africano), porque el coche es un signo priápico de fuerza, para el hombre y la mujer. En el llamado "utilitario" nunca hemos visto ninguna utilidad, sino un primer paso hacia el mercedes. Nuestro entendimiento del coche, pues, es imaginativo, compulsivo, irracional. El día que utilicemos el coche como vehículo de transporte, seremos "europeos". Pero nos sobra imaginación para eso. El coche sigue siendo carroza para los viejos y nave espacial para los jóvenes. Como tal coche no interesa.

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