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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cory Aquino necesitará más que rosarios

EL INTENTO de golpe de Estado militar en Filipinas parece próximo a fallecer de muerte natural mucho más que por la acción del poder legítimo. El grupo de oficiales y soldados concentrado en un hotel de Manila -como si de una convención de rotarios se tratara-, donde han proclamado presidente a Arturo Tolentino, antiguo colaborador de Marcos, se ha visto desasistido de apoyos, y la declaración del ministro de Defensa, Juan Ponce Enrile, condenando la intentona, es, con toda probabilidad, el golpe de gracia para los sublevados. Sin embargo, el curso de los acontecimientos a la espera del regreso a Manila de la presidenta Aquino, que se halla en la isla meridional de Mindanao, es muy poco confortable para el futuro de la democracia en Filipinas.El hecho de que ninguna fuerza militar a las órdenes del Gobierno tratara, al menos en las primeras horas del intento sedicioso, de poner fin a la rebelión; de que, en ausencia del comandante de las fuerzas armadas, Fidel Ramos -que acompañaba a Aquino en su recorrido-, sus subordinados hayan preferido practicar la política de esperar y ver, y de que el propio Ponce Enrile, a quien los sublevados habían ofrecido el mismo ministerio que ahora desempeña, dejara pasar las horas antes de tomar público partido, constituyen, cualquiera que sea el resultado formal de la pugna, un serio aviso para la presidenta.

Es bien sabido que el ministro de Defensa es el jefe de una facción dentro del régimen nada satisfecha con las iniciativas más audaces de la presidenta. En repetidas ocasiones ha expresado Ponce Enrile su preocupación por lo que califica de debilidad ante el problema de la insurrección comunista. Si del ministro dependiera, no habría jamás negociaciones con la guerrilla, y mucho menos ofertas de amnistía. Por otra parte, la posición de Ramos (cuyo apoyo, junto al de Enrile, fue decisivo para que se reconociera la victoria electoral en febrero pasado de Cory Aquino) está aún menos definida que la del ministro de Defensa, y ni siquiera su supuesto profesionalismo es una buena garantía de fidelidad para la presidenta.

Cabe poca duda de que en las horas siguientes a la proclamación de Tolentino los teléfonos oficiales han tenido que zumbar insistentemente en Manila. El mismo hecho de la demora en el regreso de Aquino a la capital apuntaría, quizá, a un deseo de la presidenta de saber con precisión quién es quién antes de volver a ocupar la sede de Gobierno. El desgaste, por tanto, que para la presidenta supone la asonada puede vincularse directamente a las probables negociaciones telefónicas entre Aquino y su ministro de Defensa y otros eventuales representantes del Ejército. A la facción dentro del Gobierno a la que convenía el derrocamiento de Marcos, pero que no por ello estaba dispuesta a apoyar lo que en ocasiones la propia Cory ha calificado de Gobierno revolucionario, puede interesarle más mantener a una presidenta debilitada, que haya tenido la prueba evidente de los límites de su poder, que entrar en una dinámica de derrocamientos y banderías, con el peligro añadido de que en la confusión se hiciera posible el regreso del dictador derrocado.

Los próximos días serán cruciales -si, como parece, el tolentinazo pincha en hueso- para comprobar hasta qué punto Cory Aquino mantiene el control de la situación. Si no volviera a saberse de los intentos de acomodación con la guerrilla, no haría falta interrogarse más sobre los resultados de la crisis. Con todo, y pese a las dificultades que encuentra la consolidación de la democracia en Filipinas, la presidenta parece tener todavía una importante baza en su favor: la Iglesia católica local ha demostrado que sin ella no se puede sostener un Gobierno, democrático o no, en el archipiélago, y, en punto devociones, parece difícil que cualquier facción dentro fuera del poder pueda hacerle la competencia a Cory.

La presidenta de Filipinas reina más que gobierna sobre un precario consenso de enemigos de Marcos. En el mejor de los casos, sólo puede aspirar a una cierta neutralidad de la cúpula militar, lo que no excluye pronunciamientos como el de ayer. Entre la clase política tradicional, los partidarios de Marcos siguen siendo muy fuertes y la mayoría de sus componentes parece dispuesta a aceptar a casi cualquiera que se alce con el poder, siempre que garantice la continuidad de sus privilegios. Sólo le queda, por tanto, a la presidenta, además de la benevolencia norteamericana, el apoyo del pueblo bajo, aquel que en febrero pasado paró con rosarios los carros blindados de Marcos, y el de la jerarquía eclesiástica, que puso los rosarios en las manos del pueblo. Eso puede explicar la dificultad de que un golpe de Estado visible triunfe hoy en Filipinas. Pero no todos los golpes de Estado se dan a la luz del día.

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