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EL MAYOR FABULADOR DEL SIGLO XX

El autor y sus homonimos

Lluís Bassets

Un escritor llamó ayer a una agencia. Ya se sabe, gente de gran fantasía. Borges ha muerto". ¿Pero no había muerto ya?. Él mismo había profetizado su muerte, analizado sus obras póstumas y escrito necrológicas de sí mismo. Pero ayer algún usurpador-¿sería el propio Borges?- insistía: "Borges ha muerto". Pues qué bien. Esta vez lo creyeron todos. Nadie se hubiera atrevido anteriormente, en alguria de las otras muertes."Debemos entrar en la muerte como quíen entra en una fiesta". Se atribuye a un tal Borges la frase que son esos versos. Y también: "Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos". Ahora empieza a clarear: finalmente devoramos a Borges, finalmente conseguimos realizar un fantástico festín en el que desgarramos al cadáver hasta convertirlo en una nube de polvo molecular que todo lo impregna.

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Jorge Luis Borges murió ayer en Ginebra

Su mejor historia no fue jamás escrita. Cuenta de un hombre llamado Jorge Luis Borges, que nació en Buenos Aires justo un año antes de que terminara el siglo, hijo de una familia acomodada. Estudió en Ginebra. Viajó y vivió en Europa. A principios de los años veinte fue ya un joven vanguardista, fundador de revistas y movimientos. Vicente Huidobro, Cansinos Assens, Guillermo de Torre, Gerardo Diego, Jacobo Sureda son los nombres de otros escritores que ya entonces podían dar razón de él.

De regreso a Argentina, Borges ingresa en una biblioteca. Extraño mundo el de las bibliotecas. En apariencia nada sucede, salvo el trasiego silencioso de los libros y las leves polvaredas que levantan los viejos volúmenes. Pero en las estanterías laten cosmogonías, mundos enteros en ebullición y destrucción permanente. El Borges ultraísta fue luego el Borges del lunfardo y de la urbe popular, pero en el polvo de los libros latían muchas vidas. Su tarea de funcionario municipal primero, de director de la Biblioteca Nacional más tarde, coincidió con la aparición de unas narraciones donde se desborda su fantasía metafisica. También, entre una biblioteca y otra, con su radical y mutua antipatía con el peronismo, Borges va modelando su figura de escritor conservador y elitista. No se lo perdonarán los peronistas; pero luego, más tarde, todavía bajo las inercias de la teoría del compromiso del escritor, tampoco se lo perdonarán los padrinos del Nobel.

A mitad de la década de los cincuenta perdió la vista. Pero siguió escribiendo y leyendo. Todavía tuvo ojos para dar vida a alguna de sus obras más notables. Poemas, por ejemplo, él que anduvo tantos años alejado de los impulsos poéticos de juventud. Y empezó a ser noticia con frecuencia excesiva. Por sus declaraciones, expresamente provocadoras, en cuestión de ideas políticas y en cuestión de ideas literarias; por los premios y homenajes, y también por el tópico anual de un Premio Nobel sustraído, año tras año, a, veces en favor de nada. Como en los ciegos de la mitología griega, demostraba cada vez más una mayor visión: conferencias espectaculares, conferencias de prensa, declaraciones eran ocasión para que brillara su ingenio y su humor, suave, pero tintado siempre con el color de una flor amarga.

Pero, realmente, no está claro que ésta fuera su mejor historia -y menos así descrita- y, aunque nadie la ha leído, se dice,- que contiene todas sus otras historias e invenciones, que son mucho mejores. Es seguro, sin embargo, que él la fue hilvanando día a día, hora a hora, y que terminó ayer, sábado, en el mismo lugar donde probablemente empezó a tomar conciencia de la fragilidad de las cosas y de la materialidad de las ideas. En Ginebra, sí, a orillas del lago, donde quizá sintió que Jorge Luis Borges era el sueño de alguien. Ahora sus lectores sabemos que es nuestro sueño, que la historia de su vida ya cerrada es el hilo donde engarzamos lo que en el futuro muchos otros lectores irán dándole a él, cuando lean, es decir, escriban una y otra vez sus obras completas, siempre renovadas y jóvenes.

De hecho, su mejor historia son también muchas historias. Un conjunto de vidas entrelazadas. La mayor creación de Pessoa fueron las vidas ficticias, la suya entre otras, de sus heterónimos, y con ellos de sus obras. La mayor creación de Borges fue su propio nombre, este homónimo que acoge a todas las vidas que vivió e inventó, y que es capaz de enlazarnos y engullirnos a nosotros mismos cuando le leemos. Borges nos inventó también a nosotros.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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