TORNEOS EUROPEOS DE FÚTBOL

El Atlético decepcionó, con su empate ante el Estrella Roja

El Atlético de Madrid deslució su clasificación para las semifinales de la Recopa con un decepcionante segundo partido ante el Estrella Roja. Sus incondicionales aguantaron hasta el término del soporífero encuentro para despedir al equipo con cumplidos aplausos; el resto del público comenzó a abandonar las gradas diez minutos antes del final, no sin antes manifestar sus protestas.El 0-2 logrado por el Atlético en Belgrado, sumado al gol marcado muy pronto ayer, dejó sin espectáculo la eliminatoria. Y, por si fuera poco, las lesiones de Marina y Setién desarmaron aún más el juego y las ilusione...

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El Atlético de Madrid deslució su clasificación para las semifinales de la Recopa con un decepcionante segundo partido ante el Estrella Roja. Sus incondicionales aguantaron hasta el término del soporífero encuentro para despedir al equipo con cumplidos aplausos; el resto del público comenzó a abandonar las gradas diez minutos antes del final, no sin antes manifestar sus protestas.El 0-2 logrado por el Atlético en Belgrado, sumado al gol marcado muy pronto ayer, dejó sin espectáculo la eliminatoria. Y, por si fuera poco, las lesiones de Marina y Setién desarmaron aún más el juego y las ilusiones que podían poner los jugadores atléticos en un lance sin color. Porque el Estrella Roja no fue, en ninguno de los dos encuentros, un rival como para tomarlo en serio.

Fue la debilidad del contrario, justificada en que todavía acusa el parón invernal de la Liga yugoslava, la que dejó en evidencia al Atlético. La de ayer fue una ocasión única para el lucimiento. Un resultado contundente habría sido la mejor propaganda para este equipo que se ve abandonado por la afición. Sus jugadores, o no quisieron o no pudieron hacerlo mejor.

El detalle que revela la buena disposición con la que el Estrella Roja aceptó su sino fue que en todo el partido sus jugadores cometieron sólo ocho faltas. Y la incapacidad ofensiva del equipo la define que lanzó nada más que dos córneres, pese a compartir con el Atlético el dominio territorial. En toda la primera parte no remató a puerta y el gol lo marcó en una acción trompicada. Toda la buena predisposición de Elsner y de Djurovic se perdieron en sus acciones individualistas. Otra cosa no podían intentar. Sus compañeros, como ellos cuando no tenían el balón, se dedicaron a contemplar cómo resolvían la jugada en vez de acudir a prestar el apoyo que requiere todo juego de conjunto.

Con un contrario inofensivo, que no marcaba en el centro del campo y que carecía de voluntad para intentar superar el resultado adverso, el Atlético hizo un derroche de despropósitos. Intentó el juego de contragolpe pero jamás, ni cuando los atacantes igualaban en número a los defensas, fue capaz de culminar una sola jugada.

En el debe de Cabrera, de Da Silva y de Julio Prieto y Mínguez al alimón hay que anotar oportunidades de gol perdidas. Pero ya habría que considerar como un éxito que el Atlético hubiera sido capaz de llevar hasta el área tres jugadas elaboradas desde atrás. No fue capaz ni de eso, porque dos de las oportunidades fueron propiciadas por fallos clamorosos de la defensa yugoslava.

En el Atlético reapareció Quique, que se lesionó a principios de la temporada. El público le recibió con especial cariño, pero él no pudo corresponder. Estuvo tan discreto como sus compañeros. Al fin y al cabo la discreción, en un partido como el de ayer, no fue lo peor. A Cabrera se le vio demasiado porque tenía ganas, entrega e ilusión y lo malo es cuando uno quiere y no puede por sus propias limitaciones.

Otros compañeros suyos optaron por lo fácil en un encuentro de las características del de ayer: dejar pasar el tiempo porque lo único que les importaba era el resultado. Eso fue lo que no toleró el público. Su respuesta fue el abucheo antes de abandonar el campo cuando el resultado era todavía de 1-0. Y aún después del empate los espectadores continuaron desfilando porque ni siquiera entonces la emoción era posible.

Del desastre general sólo se salvó Tomás, que justificó su internacionalidad con un marcaje, impecable al teóricamente mejor hombre yugoslavo, Mrkela, y aún tuvo la profesionalidad de querer arrastrar a sus compañeros hacia posiciones de ataque para intentar salvar la eliminatoria con un mínimo de dignidad.

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