Cartas al director

¿Una desgracia providencial?

Cuando una nación llora y millones de niños ven perecer a su maestra antes de que pueda decirles: "Buenos días, mis queridos alumnos...", uno se siente inclinado, cuando menos, a guardar un silencio respetuoso por el dolor que ya no se puede llamar ajeno. Cuando el desarrollo científico de la humanidad sufre un traspié, se cobra vidas humanas y millones de pérdidas, uno siente la tentación de pensar que esa tragedia sí va con él.¿No hay un foro internacional donde poder denunciar la intoxicación de un pueblo, la manipulación generalizada de las conciencias, la perversión de menores a escala na...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Cuando una nación llora y millones de niños ven perecer a su maestra antes de que pueda decirles: "Buenos días, mis queridos alumnos...", uno se siente inclinado, cuando menos, a guardar un silencio respetuoso por el dolor que ya no se puede llamar ajeno. Cuando el desarrollo científico de la humanidad sufre un traspié, se cobra vidas humanas y millones de pérdidas, uno siente la tentación de pensar que esa tragedia sí va con él.¿No hay un foro internacional donde poder denunciar la intoxicación de un pueblo, la manipulación generalizada de las conciencias, la perversión de menores a escala nacional? Sólo la demencia senil militarista puede imaginar la subrepticia incorporación de los millones de niños de un país a una guerra, aunque ésta se bautice con el equívoco nombre de las galaxias.

No, no puedo llorar con la nación americana. No puedo llorar con los millones de niños que han visto arder a su maestra espacial. Lloro de indignación por la manipulación de un pueblo, ni más débil ni más valiente que los demás, que no necesita ser pionero de una aventura en la que la raza a exterminar, esta vez, es la raza humana.-

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En