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Tribuna:LA CRISIS DEL SINDICALISMO
Tribuna
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Réquiem por el movimiento obrero

El dramático reportaje emitido por TVE en uno de los últimos programas de Informe semanal sobre la huelga de los mineros ingleses y las muy recientes muertes ocurridas en las minas de carbón de Asturias me mueven, como imperativo categórico, a escribir estas líneas, que, a decir verdad, ya se venían gestando a lo largo de todo el verano. El tema tiene su punto de partida en la publicación por EL PAIS y Le Monde de varios artículos en los que se pone de manifiesto el síndrome que aqueja al sindicalismo internacional.En efecto, el primero de los mencionados periódicos publicó en agosto, un artículo de Julián Ariza, dirigente de CC OO, en el que, bajo el título de La necesidad de un giro sindical, entre otras cosas importantes decía que "de continuar la actual tendencia, el retroceso de los propios sindicatos, tanto en afiliación, incidencia social y política y poder de negociación y contractual proseguirá el curso negativo que contemplamos en la actualidad".

Por supuesto que los remedios que propugna se me antojan fuera de la realidad posible a corto y medio plazo. En Le Monde, Bernard Guetta, su corresponsal en Foenix (EE UU) publica, con el título de La fe paradójica de un sindicalista, que más bien se refiere a dos, otro artículo, en el que se da una visión peculiar del sindicalismo de Arizona (es una muestra que no parece diferir mucho del de otros Estados de la Unión Jack). El primero se queja del bajo nivel de afiliación, fenómeno tanto "más grave por cuanto se alimenta de la imagen que se tiene del sindicato (...) que se mantiene incapaz de defender las ventajas que han sido conquistadas con fuertes luchas y altos costes".

Salvarse de la quema

El segundo, fuertemente contestatario, temblando de cólera, señala sobre un panel el montante de las indemnizaciones por despido o paro involuntario, y grita, más que dice: "Vea usted, ellos (los empresarios) creen estar en el siglo XIX". Este sindicalista pretende representar al auténtico proletariado, aunque añore con un cierto infantilismo sus últimas vacaciones en las capitales europeas y sus partidos de golf en los greens de la región parisiense. Y el día 20, el mismo diario vuelve a la carga con otro artículo, ahora con todo el aval de la firma de Edmon Maire, secretario general de la CFDT, con el título de Los sindicatos son indispensables para modernizar las economías, que en definitiva oculta la misma lamentación que se hace desde los otros sindicalismos, tan diferentes entre sí, por otro lado.

Es el mismo fenómeno que se palpa en todo el sindicalismo europeo. Quizá pueda salvarse de esta crisis el sindicato escandinavo, especialmente la gran confederación danesa, que aglutina casi al ciento por ciento de la población activa. Y no sólo eso, sino que de siempre y ahora constituye un modelo de auténtica solidaridad obrera internacional, que es lo primero, quizá por rara, de lo que debería hablarse cuando se habla de sindicalismo. La respuesta difícilmente podría ser positiva. No es fácil borrar de la memoria el boicoteo de las huelgas mineras de Asturias por el propio Gobierno de Varsovia allá por los años sesenta; lo mismo podría decirse de la falta de apoyo a la huelga de los mineros ingleses ("nuestra derrota", como la llaman ellos amargamente), o del fracaso del IG Metal alemán en sus últimas reivindicaciones por las 35 horas semanales, o, por citar un ejemplo realmente conmovedor a este respecto, como el de los trabajadores suizos votando una jornada de 44 horas semanales que ya no existe en ningún país de Europa, dando así fe de un estajanovismo que para sí lo quisieran los japoneses.

Por ello es más que lógico comprobar cómo un líder obrero no sindicado, me hablaba no hace mucho de que él y los compañeros a quienes lidera son absolutamente independientes y tienen auténtica aversión al sindicalismo actual, falto de los más elementales presupuestos que deben inspirar a una organización de trabajadores. En parecidos términos se manifestaba otro líder inglés respecto del progresivo crecimiento de un "sindicalismo independiente".

Resumiendo, y retomando el hilo del discurso inicial, la crisis del sindicalismo actual hay que ponerla, como afirmaba E. Maire, en relación y exacta correspondencia con la crisis del empleo. Porque si desciende el número de trabajadores empleados, necesariamente tiene que descender la afiliación y la militancia sindical; es lógico que así sea, sobre todo porque el sindicato se muestra incapaz para oponerse al paro y, lo que es peor, no parece que pueda ser de manera diferente, Estamos unte la tautología perfecta y además, al parecer, irreversible. Hoy por hoy, la relación capital-trabajo en la obtención del PIB es tan netamente desfavorable al segundo que prácticamente ha quedado sin vigencia alguna la teoría del valor.

El vacío de una campana de vidrío

En efecto, "el sistema necesitará cada vez menos tiempo de trabajo a medida que avance tecnológicamente" y estamos, sin duda alguna, "en la época que más ha desarrollado la técnica de los hombres". Pero con la contrapartida, que es un precio muy alto para la economía, de que el mantenimiento del consumo al nivel que reclama una superproductividad como esa tecnología es capaz de alcanzar no es posible si no se dota de poder adquisitivo a las grandes masas de trabajadores en paro.

Éste es un análisis que peca de simplismo, sin duda, porque, evidentemente, el sindicalismo no se desenvuelve en el vacío de una campana de vidrio. Para un análisis más completo cabría hablar de los partidos políticos (sobre todo de los llamados socialdemócratas, que son los que, a mi entender, tienen la visión más omnícomprensiva de los problemas socioeconómicos actuales), y también de la patronal (denominación inadecuada en la era de las multinacionales). Y, ¿por qué no decirlo?, de los maîtres à penser de la economía. Pero esto sería meterse en camisa de 11 varas, medida que excede en mucho a las posibilidades de un artículo periodístico.

José Cabrera Bazán es senador del PSOE y catedrático de Derecho del Trabajo.

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