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Nuevas y viejas rebeldías

Hace pocos días, media docena de adolescentes de Nueva Jersey, trabajando con sus computadoras domésticas, logró descubrir el código de una serie de satélites de la NASA, un secreto que se suponía bien guardado. Eran buenos chicos y posiblemente celebraron el descubrimiento con un bote de coca-cola; con seguridad les resultó mucho más interesante su otra hazaña: anular la cuenta de teléfono, bloqueando la clave que le correspondía. Si la NASA y la telefónica no se hubieran puesto histéricas, estos ejemplos sencillos de eficacia de las computadoras habrían servido a la IBM o a la Philips para anunciar más espectacularmente sus chips e incrementar las ventas.Umberto Eco, en un artículo reciente, cuenta otro episodio semejante: un estudiante norteamericano que consigue hablar gratis, durante más de media hora, con una amiga en Italia, gracias a haber descubierto con .su computadora el código de una poderosa multinacional. Además del beneficio inmediato -le explicó-, lo importante era timar a las grandes compañías que apoyan a Pinochet. En California, a su vez, un grupo de contestatarios (y la palabra tiene una encantadora reminiscencia de los sesenta) propuso a los usuarios de la telefónica que pagaran la factura con un talón de un centavo de más. La medida, gozosamente apoyada por la mayoría, bloqueó los ordenadores de la compañía, que tuvieron que enviar un talón de un centavo de reembolso y una carta a los abonados insurgentes.

Son pequeñas pautas de una posible resistencia que busca otras formas de expresión ante el agotamiento de las tradicionales. Desarticular o desorganizar el sistema de cobro de las multinacionales o asustar a los grandes jefes de la NASA tiene un carácter de revancha que podemos festejar con la secreta alegría de los débiles ante los poderosos: es el triunfo del genio individual frente a la opresión económica o el fariseísmo político. El paso de un modelo de producción y de sociedad a otro, tal como se vaticina para las comunidades más desarrolladas, plantea a la conciencia personal y social el desafío de descubrir otras formas de rebeldía y de protesta, un esfuerzo de la imaginación para sustituir las que ya han sido absorbidas o neutralizadas. Asistimos a la declinación -no sabemos si definitiva- de las formas tradicionales de protesta. Las grandes huelgas que paralizaban la producción no tienen sentido en una economía en receso: cuando las empresas y el propio Estado jubilan o despiden a sus obreros y empleados, la huelga parece inmolatoria. Frente a este retroceso de las manifestaciones colectivas de desacuerdo o rebeldía, todavía subsisten -y resultan de una patética ineficacia- las individuales masoquistas: huelga de hambre, autoinmolación por el fuego o la locura. Casi todos los días, en las grandes ciudades, hay un parado que se encadena, un joven desocupado que amenaza con tirarse de un balcón, miles y miles de adolescentes con jeringuillas hipodérmicas contaminadas de hepatitis, SIDA o polvo de tiza. El poder político los. absorbe impunemente: son los últimos románticos, los antiguos dinosaurios anacrónicos. Su protesta es tan patética como ineficaz. No toca, no llega a afectar ningún resorte fundamental del sistema; es el precio social (eufemismo por humano) que las estadísticas indican que hay que pagar para cruzar la frontera de un modelo de producción a otro. La atención pública se estremece más con una final de tenis que con la huelga de hambre del ministro de Relaciones Exteriores de Nicaragua contra el terrorismo de la CIA; la huelga de hambre, a su vez, del premio Nobel de la Paz Pérez Esquivel parece el esfuerzo inútil del último mohicano frente a los misiles instalados más o menos secretamente en Europa. El peso de la protesta individual se ha reducido hasta casi desaparecer, y las manifestaciones colectivas han agotado la imaginación para sacudir esta suerte de inercia con que esperamos que las multinacionales, el Pentágono, el Kremlin, la CIA y los proyectos Galaxia o Eureka nos estructuren el mundo en que habremos de sobrevivir hasta el 2000 y después, si podemos.

Por eso, y hasta que no sean minuciosamente absorbidas por la legislación, un nuevo programa ordenador y los sabios chips, estas pequeñas muestras de rebeldía individual son regocijantes. Desorganizar el sistema de cobro de la telefónica, usar la cuenta de los oficiales del Pentágono, desbaratar el programa de cuotas de una compañía eléctrica, son revanchas mínimas, pero tienen el aliciente de contestar al sistema con el juego del propio sistema. Algo para lo cual los ordenadores todavía no están preparados.

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