Inventar la democracia: America Central y México / 1
El texto que sigue tiene su origen en una larga entrevista concedida por el escritor mexicano Octavio Paz -uno de los más influyentes intelectuales de las letras castellanas- a un periodista del diario francés Libération en enero de este año. Posteriormente, Paz ha rehecho y ampliado el original, que EL PAÍS publicará en dos domingos sucesivos, hasta las dimensiones actuales. Se trata de una reflexión sobre la actualidad política centroamericana en general y mexicana en particular. Por razones de oportunidad publicamos hoy la parte referida a México. '
Pregunta. Si se piensa en el régimen político que presenta el México actual, se tiene la impresión de algo fundamentalmente diferente de lo que se da no sólo en Centroamérica, sino en el resto de América Latina.Respuesta. El régimen actual nació en 1929, con la fundación del Partido Revolucionario Institucional (PRI). El programa original de la revolución mexicana fue esencialmente político y se proponía transformar a nuestro país en una auténtica democracia. El movimiento revolucionario triunfó, pero la democracia se quedó en aspiración. Tras cerca de 20 años de luchas internas, la nación, ya en paz, se enfrentó a una disyuntiva: ¿régimen de caudillos revolucionarios o instituciones democráticas? Esta disyuntiva, aunque nacida del proceso revolucionario, era una consecuencia de las luchas civiles de México desde la independencia. Durante la primera mitad del siglo XIX, los dos partidos que se disputaban el poder, los liberales y los conservadores, acudieron más a las armas que a las urnas. Las luchas políticas se transformaron en operaciones militares hasta que la guerra civil, endémica, culminó en la intervención extranjera. La segunda mitad del siglo inauguró una situación que, mulatio nomine, es la nuestra.El triunfo de Juárez y los liberales republicanos sobre Maximiliano y sus partidarios significó, entre otras cosas, la desaparición del partido conservador. Juárez y Lerdo de Tejada gobernaron apoyados en una fracción del partido liberal y tuvieron como opositores no a1os conservadores, sino a otra fracción liberal, encabezada por el general Porfirio Díaz, que gozaba de gran prestigio por sus victorias sobre las tropas francesas. Al tomar el poder, Díaz se enfrentó a una disyuntiva parecida a la de 1929: ¿conservar la democracia y exponerse a los cuartelazos y disturbios que habían trastornado la gestión de Juárez y Lerdo o volver al régimen de caudillos?.El compromiso
La solución fue un compromiso que, sin romper el orden institucional, conservó en el poder a la fracción liberal vencedora y a su jefe. Este compromiso histórico -para emplear una expresión que ha hecho fortuna- duró 30 años; hoy llamamos a ese período el Porfiriato. El término no es enteramente exacto, porque, aunque fue un caudillo, Porfirio Díaz fue un presidente institucional. Durante el régimen de Porfirio Díaz hubo una coalición de intereses económicos de los grupos privilegiados, pero no hubo resurrección ni del partido conservador ni de su ideología. El Gobierno de Díaz fue un despotismo liberal ilustrado.
La revolución de 1910 acabó con la dictadura' de Porfirio Díaz; sin embargo, no reapareció en la escena política el partido conservador. La lucha por el poder, como ocurre siempre en la historia, fue la pelea entre las distintas tendencias de la revolución triunfante. El desenlace tampoco se apartó del precedente de todas las revoluciones: la instauración de un cesarismo revolucionario. Ahora bien, en el caso de México, una vez asesinado el César (Álvaro Obregón), se buscó una solución intermedia. Otro compromiso histórico.. El César en turno, el Augusto mexicano, era un político inteligentísimo, Plutarco Elías Calles; como su antecesor romano, encontró una solución muy original a un tiempo institucional e intermedia: un partido que ha monopolizado el poder no por la violencia ni la dictadura militar o policiaca, sino a través de un sistema hecho de calculados equilibrios, pesos y contrapesos. Esta solución fue más perfecta, más institucional, que la de Díaz.
P. El PRI es lo que se llama un partido de masas. ¿Cómo lo ha logrado?
R. La base del sistema mexicano es el control de las organizaciones obreras, campesinas y populares. Pero la palabra control contiene la idea de dominación y mando ; la relación entre esas organizaciones y el sistema es más sutil y libre. Habría que hablar más bien de cooptación de los dirigentes obreros, campesinos y populares. Todos ellos, de una manera u otra, son parte del régimen y ocupan un alto lugar en la jerarquía. Sin embargo, la integración de los dirigentes populares dentro del grupo director del país no explica enteramente el fenómeno. Hay otro factor: los sucesivos Gobiernos nunca han sido indiferentes a la situación de los trabajadores, sobre todo a la de los urbanos. El populismo ha sido uno de los rasgos distintivos de la política mexicana desde que la revolución se transformó en Gobierno. Hoy se critica al populismo con razón, pero esa crítica no debe ocultarnos sus aspectos positivos; en una sociedad como la mexicana, en la que los pobres son tan pobres y los ricos tan ricos, el populismo, aunque manirroto y demagógico, equilibró un poco la balanza en el pasado Pienso, más que nada, en los trabajadores de la ciudad. Los primeros Gobiernos surgidos de la revolución se preocuparon de manera preponderante por los campesinos, pero, desde hace mucho, buena parte de la actividad gubernamental se ha desplazado del campo a las ciudades. Los campesinos son los que han pagado los costes, altos y a veces terribles, de la modernización. A pesar de todas. estas sombras, es claro que el sistema ha contado no sólo con el apoyo explícito de los dirigentes obreros y campesinos, sino, lo que es más importante, con el apoyo implícito de los trabajadores.
Los méritos y los defectos del sistema están a la vista. He hablado de balanzas y contrapesos, pero también podría hablarse de un sistema de compromisos y transacciones. Una política de esta naturaleza, por más elástica y flexible que sea, tiene un límite: una y otra vez, las contradicciones entre los distintos grupos o entre uno de esos grupos y el Gobierno se acumulan y se enconan. Entonces, como lo muestra la historia de los últimos 30 años, el régimen acude a medidas severas y aun a la represión. Otro límite es el agotamiento de la capacidad de negociación del Gobierno, no por falta de voluntad y de habilidad, sino por la carencia de recursos que pudiesen ofrecerse como una compensación a las insatisfechas demandas de este o aquel grupo. Esto último es lo que comienza a ocurrir ahora. Es un nuevo indicio de que estamos al fin de un período histórico. Dicho todo esto, debe reconocerse que esta política ha tenido éxito durante más de medio siglo.
P. ¿Puede usted agregar algo más sobre el PRI? Recordando lo que usted ha dicho y escrito enotras ocasiones, tengo la sensación de que le falta algo...R. Sí, mi descripción del sistema político mexicano sería muy incompleta si olvidase señalar que el grupo dirigente está compuesto por dos cuerpos. En un ensayo de 1978, recogido en El ogro filantrópico, apunté que en México existen dos burocracias separadas, aunque en perpetua comunicación. Una es política y la integran, esencialmente, los estados mayores de los tres sectores en que se divide el PRI: el obrero, el campesino y el popular. (Hay que añadir dos sectores de menor importancia: las mujeres y los jóvenes.) Este grupo, en su totalidad, constituye lo que se llama la clase política, y se extiende a todo el país por medio de una vasta red de organismos.Burocracia gubernamental
El otro cuerpo es el gubernamental propiamente dicho, y su definición se ajusta más al concepto tradicional de burocracia. Es un grupo que ha crecido muchísimo en los últimos 30 años, debido no sólo a la hipertrofia gubernamental, sino a la política de nacionalizaciones. Estas dos burocracias concentran un inmenso poder político, económico y social. Hay que reconocer de nuevo que a su acción se debe, en buena parte, mucho de lo que se ha logrado. Al mismo tiempo, hoy son el principal obstáculo a que se enfrenta toda tentativa de renovación democrática. Las dos burocracias se oponen, casi instintivamente, a un cambio que ponga en peligro sus enormes privilegios.
La aparición de la burocraciacomo una nueva clase es un fenómeno universal y, según se ha dicho muchas veces, es uno de los rasgos más inquietantes de las sociedades contemporáneas. La imbricación entre partido, burocracia y Estado es el fundamento del totalitarismo moderno. No es el caso de México: aquí hemos gozado de muchas libertades, desconocidas lo mismo en los países comunistas que en aquellos bajo dictaduras militares. Sin embargo, la historia reciente nos enseña que el tránsito del despotismo a la democracia ha sido más fácil allí donde no ha aparecido, como casta o clase, una burocracia político-tecnocrática.
P. ¿Cómo clasificaría usted el sistema mexicano?
R. No es dificil advertir las analogías del sistema político mexicano con los de otros países; tampoco lo es percibir sus diferencias. Entre ellas, una de las más notables (y más saludables) es la ausencia de una ortodoxia ideológica. Esto nos ha salvado del terror de un Estado burocrático e inquisidor, como en los países comunistas. Otro rasgo que también es positivo: puede hablarse de un monopolio del PRI, pero no de una dictadura. Varias veces he dicho que vivimos en un régimen peculiar, un régimen hacia la democracia.¿Por cuánto tiempo podremos todavía seguir viviendo a medio camino entre un sistema y otro? Los mexicanos no cesamos de hacernos esta pregunta. En 1968 se abrió el período de revisión de nuestro sistema. Hoy, la pregunta se ha vuelto imperiosa, y la respuesta, impostergable: o damos un paso definitivo hacia la democracía o la nación se estanca.
El primer elemento positivo es la existencia de distintos partidos políticos independientes. Mejor dicho: de un partido y de varios grupos que tienden a serlo, sin conseguirlo aún. Por desgracia, esas agrupaciones, sin excluir al partido, son débiles, aunque cada vez lo son menos.Herederos de Marat
P. Al hablar de los otros partidos, tal vez podría usted empezar por el Partido Acción Nacional. Es el mayoritario entre los independientes.
R. El Partido Acción Nacional (PAN) es el heredero del antiguo partido conservador y de la tradición católica mexicana. Desde este punto de vista, su legitimidad histórica es incuestionable. Es imposible entender a nuestro país sin la tradición conservadora: Lucas Alamán no es menos central para México que Benito Juárez. El primer equipo dirigente del PAN era muy brillante, pero demasiado ligado al pensamiento conservador europeo. Durante algún tiempo, su tradicionalismo lo llevó a sentir simpatía por Franco. El otro partido conservador, el demócrata, es heredero del sinarquismo, una tendencia tradicionalista y plebeya que agrupó a los campesinos pobres de algunas regiones, pero que nunca fue democrática. Hoy se ha convertido a la democracia, como el PAN y, en el lado opuesto, los partidos de izquierda. Aunque el PAN ha lavado su pasado autoritarío con más éxito que el PSUM (coalición del antiguo partido comunísta con otros grupos), su pasado estalinista no ha logrado renovar enteramente su doctrina. Durante los últimos años ha aparecido en Occidente un pensamiento crítico del Estado que no sólo renueva la tradición liberal, sino que abre nuevas perspectivas. No parece que esas corrientes intelectuales hayan penetrado en el PAN.
P. ¿Y el sector a la izquierda del PRI?
R. Contrasta el crecimiento del PAN con el estancamiento de los partidos de izquierda. Se dice que sus divisiones internas han contribuido a su debilidad. Creo lo contrario: sus divisiones son la expresión de su debilidad. Los organismos débiles, lo mismo en el campo de la biología que en el de la política, tienden a la escisión y a la dispersión. Otra razón del estancamiento de la izquierda es que lo mejor y más vivo de su programa aparece también en el programa del PRI. Por último, los partidos de izquierda no han logrado insertarse en la vida colectiva mexicana, porque ni su lenguaje ni sus ideas tienen una relación clara con la presente realidad mexicana. Tampoco con la historia de nuestro país. La izquierda mexicana, en general, se preocupa más por los temas internacionales que por los mexicanos: les importa más Nicaragua que Sonora y más Cuba que Chiapas.
P. Podemos ahora volver al PRI y a la situación actual...
R. Las razones de la hegemonía del PRI están a la vista. La primera es de orden histórico: no sólo es el partido heredero de la revolución mexicana, sino del liberalismo del siglo pasado, en sus dos vertientes: la juarista y la porfirista, la libertaria y la autoritaria. Pero estos antecedentes históricos, por más poderosos que sean, no lo explican todo. El PRI ha conservado el poder porque su gestiónha sido positiva en términos generales, aunque no exenta, de sombras, manchas y crímenes. Para hacer el elogio del PRI habría que pedirle prestadas a Carlos Marx algunas de las expresiones con que hizo el elogio de la burguesía. No mencionaré las obras económicas y sociales, aunque hayan sido considerables, sino la acción política.
P. Sin embargo, en 1968, el monopolio de ese "ogro filantrópico" que es el PRI fue sometido a una dura prueba.
R. El movimiento de los estudiantes fue el resultado de la emergencia de una nueva clase media. En el lenguaje de los estudiantes mexicanos no era dificil percibir ecos de las proclamas y declaraciones de los estudiantes de Berkeley y de París *durante ese mismo año; sin embargo, había algunas diferencias. Los mexicanos eran menos libertarios, y en sus declaraciones no aparecen las críticas virulentas que los jóvenes franceses hicieron a los regímenes comunistas. Pero no fue la ideología del movimiento lo que conquistó la simpatía de grandes grupos de la clase medía urbana, sino la aspiración democrática. Casi sin proponérselo, y más allá de sus eslóganes revolucionarios, los estudiantes expresaron el anhelo general de la nueva clase media, sobre todo de la ciudad de México: una vida política plural y en la que cesase el movimiento del Partido Revolucionario Institucional.La respuesta fue brutal: la represión de Tlatelolco. El Gobierno mexicano, que es inteligente y realista, no tardó en comprender el sentido profundo del movimiento y emprendió, un poco después, una reforma política.P. ¿Cómo ve usted la situación de México hoy?
R. Después del cambio de man(lo, Miguel de la Madrid fue electo presidente por una amplia mayoría y su Gobierno fue recibido con esperanza. Los escépticos, que son más y más, no han dejado de señalar que recibimos con la misma esperanza a Echeverría y a López Portillo. El nuevo Gobierno ha hecho algunas cuerdas rectificaciones y adoptado ciertas medidas prudentes, casi todas ellas dirigidas a sanear nuestras finanzas y a vadear la crecida que amenaza con ahogarnos. La verdad es que las dificultades a que nos enfrentamos hoy los mexicanos, y no sólo el Gobierno, son muchas, enormes y complejas. Pagamos años y años de imprevisión, ligereza, ignorancia y deshonestidad. El problema, más urgente es el financiero. Es una cadena que tenemos atada al pie y que no nos deja caminar. Pero creo que saldremos del hoyo. Los problemas más difíciles, por ser de fondo y de lenta resolución, son otros. No soy un experto, pero, a mi juicio, los más graves son los siguientes: el aumento de la población, el fracaso de nuestra agricultura (no sólo no nos alimenta, sino que nos endeuda. con el exterior), la escasa productividad (y, en consecuencia, incapacidad de exportar y un mercado interno débil que acentúa nuestras terribles desigualdades), la ruina de nuestro sistema educativo... La lista no es exhaustiva, pero es aterradora. Todo esto nos enfrenta a una tarea gigantesca, prolongada y colectiva. Enderezar al país no puede ser la obra de un hombre o de un grupo, sino de una generación.
Es claro que lo primero que hay que hacer es echar a andar a la nación, es decir, devolverle la iniciativa y la libertad de acción. El principal obstáculo es la centralización que padecemos. Es una realidad que nació con la primera gran ciudad mesoamericana, Teotihuacán, y que prosperó con el virreinato y los regímenes que lo han sucedido hasta nuestros días. Aunque el centralismo es económico, administrativo y cultural, su raíz es política. Su persistencia, como la del patrimonialismo, revela que en muchos aspectos nuestra sociedad todavía es premoderna. La familia patriarcal, con su moral de círculo cerrado, sigue siendo el modelo inconsciente de nuestra vida social y política. La sociedad vista como una proyección de la familia. Pero la extraordinaria vitalidad del patrimonialismo y del centralismo, y su resistencia al cambio, no son explicables únicamente como supervivencias de nuestro pasado. Los aliados de ambos son la ausencia de crítica política y de vida social democrática. En el caso del centralismo hay que decir que se apoya en la nueva clase burocrática. Centralismo y burocracia son vasos comunicantes que se alimentan mutuamente. El centralismo es la expresión de los grandes monopolios económicos del Estado (y de muchos privados que son sus aliados), de los monopolios culturales en las grandes ciudades y, en fin, de los monopolios políticos. Tenemos que acabar con todo esto. El único método conocido es la democracia.
No necesito repetir que, por sí sola, la democracia no puede resolver nuestros problemas. No es un remedio, sino un método para plantearlos y entre todos discutirlos. Además (y esto es lo esencial), la democracia liberará las energías de nuestro pueblo. Así, la renovación nacional comienza por ser un tema político: ¿cómo lograremos que México se convierta en una verdadera democracia moderna? No pido (ni preveo) un cambio rápido. Deseo (y espero) un cambio gradual, una evolución. Detener esa evolución sería funesto y expondría al país a gravísimos riesgos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.