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Un gesto

Hay gestos que definen a un hombre. Edmond O'Brien tiene en su filmografía interpretaciones -Julio César, La condesa descalza, Al rojo vivo, Allá, habla el asesino; Un hombre acusa- que no se parecen a las de ningún otro actor y ante las que sólo cabe exclamar admirados: "¡Sólo él podría actuar así!". Tal era su singularidad, su condición de actor distinto a todos.Cuando John Ford elaboró el reparto de El hombre que mató a Liberty Valance, en 1962, decidió que el admirable personaje del viejo periodista borrachín sólo podía interpretarlo uno de sus actores favoritos, el viejo Doc de La diligencia, el gran Thomas Mitcheli. Pero unos días antes del comienzo del rodaje, Mitchell cayó gravísimamente enfermo, y Ford tuvo que prescindir de él. Entonces llamó urgentemente a O'Brien, y éste, que era dueño de una gama de registros personalísima, decidió generosamente hacer el papel, en honor a su compañero enfermo, tal y como lo hubiera hecho el propio Thomas Mitchell".

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Su gesto abrió de par en par la puerta del misterio de actuar. En efecto, O'Brien interpretó el personaje como Mitchell lo hubiera hecho. Hay instantes en que incluso lo imitó descaradamente: su capacidad histriónica se lo permitía. Pero el resultado del personaje es sólo suyo, todo de O'Brien y nada de Mitchell. La lógica de su talento le llevó involuntariamente a imprimir en su imitación su propio sello. Era O'Brien inimitable incluso cuando imitaba. Y firmó sin proponérselo con tinta de oro su cálido homenaje al amigo caído.

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