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Tribuna:
Tribuna
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Las sandeces de A.

Es cierto que desde hace años este famoso autor escribe la columna de ajedrez de un semanario francés de tirada masiva, L'Express, y que además cuenta entre sus obras con una novela premiada (La torre herida por el rayo), con el ajedrez como tema central. Pero esto no le convierte, ni mucho menos, en una autoridad en la materia. De hecho, tengo la certeza de que -su mala conciencia aparte- no entiende de ajedrez mucho más que sus gatos. En efecto, tanto la revista gala como el editor del libro mencionado han recurrido al típico resabio de explotar el nombre del genio melillense. Y el genio de Melilla, en virtud del efecto boomerang, les explota a ellos. Y todos contentos.En rigor, Arrabal (que tiene tanto de libertario como mi tía Angustias) no está en condiciones de desvelar (que no revelar) ningún enigma. Quisiera señalar que coincido con A. en su admiración por Fischer y Kasparov, y que, como él, lamento el penoso desenlace del match por el título mundial. Y aquí se acaban las coincidencias.

Todo el enfoque de A., sus inferencias y conclusiones, son consecuencia de una paranoia de base que le conduce a rezar devotamente a la Virgen para conseguir desbaratar el monstruoso compló de la URSS contra Occidente y sus derechos de autor.

Efectivamente, en Curaçao (1962) hubo cinco rusos de un total de ocho jugadores, y ganó Petrosian. De haber participado cinco norteamericanos, se hubieran igualmente apoyado, y no es imposible que ganase Fischer, aun cuando entonces éste no se hallaba en su plenitud de juego e ideas. El sistema Round Robin (liga, todos contra todos) imperaba en aquellos tiempos, y la posible superioridad numérica de ajedrecistas de un mismo país fue el fallo humano del sistema. Fischer tuvo el coraje de denunciarlo en la revista Sports Illustrated, en un famoso artículo que luego reprodujo L¡fe.

El artículo dio la vuelta al mundo, la FIDE (Federación Internacional de Ajedrez) le prestó atención, y el sistema se cambió. A partir de ese momento., el Torneo de Candidatos se jugó por el sistema de matches. Fischer regresó a la competición. Es cierto que iba merecidamente en cabeza del Interzonal de Sousse (1967) después de 10 rondas.

Pero no es cierto que la FIDE lo haya expulsado. Simplemente sucedió que Fischer vulneró una y otra vez las normas del torneo (que él conocía perfectamente antes de empezar), y cuando los árbitros se cansaban ya de ceder a sus pretensiones, la negativa del gran maestro argentino Óscar Panno a aplazar su partida fue la gota que colmó el vaso. Fischer abandonó él mismo el torneo y Túnez.

Aquí, decir que "por segunda vez, con trampas de tahúr, se le impedía ser campeón del mundo", es desbarrar impunemente.

Desbarra de nuevo Arrabal cuando dice que Fischer "estaba destinado a ser campeón del mundo desde 1963 hasta el siglo XXI, a menos de ametrallarle". Steinitz, Lasker y Alekhine, cierto es, reinaron largos años, pero eran otros tiempos. En efecto, entonces el campeón elegía sus desafiantes y fijaba encuentros cuando le apetecía.

Desde la muerte de Alekhine (1946), sólo Botvinnik retuvo el cetro por un período considerable (de 1948 a 1963), pero aun así lo perdió dos veces, ante Sinyslov (1956) y ante Talil (1960), recuperándolo en los matches-revancha. Todo esto es bien conocido.

Actualmente, los ciclos sistemáticos de la FIDE, con el título mundial en juego, no parecen permitir campeones con 30 años de reinado, o al menos no es fácil imaginarlo: las condiciones físicas y mentales se van deteriorando, la ambición se atenúa. Ni siquiera Fischer, con todo su carisma (pero también con su enorme inestabilidad emocional), podría haber retenido mucho tiempo el monopolio de ser el número 1.

"En 1975, la Federación Internacional, presionada por la soviética, le usurpó su título y se lo dio a Karpov". Por favor... Arrabal sabe bien que Fischer se pasó de intransigente en cuanto a querer imponer sus propias normas. Los telegramas del campeón fueron debatidos en la asamblea de la FIDE que, presidida por el doctor Euwe -de intachable entidad moral-, rechazó por unanimidad las propuestas de Fischer. Y éste rehusó jugar contra Karpov.

Por estas fechas, Fischer se hallaba ya recluido en un tnonasterio californiano, lejos del mundanal ruido y tras haber entregado a la secta religiosa que lo había acogido gran parte de su fortuna, y esto, ciertamente, permite concebir serias dudas acerca de la salud mental del gran ajedrecista.

Sabe más que el KGB

Después del apuñalado honor de Fischer que menciona nuestro hombre, sucede que "(Fischer) es, sin lugar a dudas, el maestro que hoy día juega más partidas..., y sus resultados son tan extraordinarios que parecen de otro planeta". A. debe, con seguridad, estar mejor informado que nadie, incluidas la KGB y la CIA, pues no se han vuelto a tener noticias en el sentido de que el genial americano siga jugando.

Por otro lado, si así fuera, el hecho de que jugase más partidas que nadie (¿con quién?) no presupone que la calidad de su juego sea superior, y en cuanto a los resultados de otro planeta, más parece que el extraterrestre sea Fernando Arrabal...

El "match' de Moscú

"A los especialistas de ajedrez independientes no se les permitió viajar a la capital de la Unión Soviética". Ya lo dijo don Francisco de Goya: "El sueño de la razón produce monstruos", y la razon de Arrabal debe haber sufrido algún traspié durante uno de sus fre cuentes viajes astrales a las cata cumbas. ¿Quién ha escrito las crónicas de periódicos y revistas técnicas occidentales? ¿La agencia Tass, acaso?

Sigue la información. Nos enteramos así de que el plan de aperturas de Kasparov "le había sido robado; que su jefe de analistas, Timoshenko, había sido enviado a Afganistán. Desde luego, no carece de fantasía el inefable cronista. Nos enteramos igualmente de la intervención de la KGB, según dice A. que afirma Shamkovich, gran maestro ex soviético. Otro exiliado, Lenin, nacionalizado norteamericano, también le merece todo el crédito del mundo, al afirinar que "hay espías en el clan Kasparov".

No parece difícil, a estas alturas, diagnosticar el síndrome de Kremlin que padece Arrabal. Todo se reduce a Moscú, a la siniestra y pérfida trama de Moscú. Cabría preguntarse, quizá, qué ha podido pasar para que, pese a todo el influjo del aparatchik, hayan sido necesarios cinco largos meses y la mediación del presidente Campomanes para salvar de modo tan poco convincente a Karpov. ¿No será que, por ventura, es Kasparov un gigante?

El antisovietismo de A. es algo patológico, seriamente patológico. Y esta patética politización del ajedrez le hace deslizar subrepticiamente mensajes como el que compone la supuesta llamada telefónica del amigo de Gulko informándole del inminente viaje de Kasparov a Londres, Nueva York y París. En otras palabras, la cruzada por la disidencia: disidentes del mundo, ¡uníos! He aquí el A. desconocido, el cruzado de la causa, solidario de todos los humillados y ofendidos del mundo, del mundo... ¡soviético!

Final feliz

Y la apoteosis. A. nos quiere convencer de que la URSS prácticamente sólo cuenta ya con el título mundial masculino. Los títulos juniors están en manos de jugadores nórdicos, el mundial de ajedrez por correspondencia es de un americano, el femenino que ostenta la georgiana Maia Chiburdanidzé, en realidad corresponde a la sueca Pia Cramiing o a la húngara Zsuzsa Polgar... Ahora bien, el americano Palciauskas es, en realidad, un lituano emigrado; el doblete de los juniors, una golondrina que no hace verano, pues hay más campeones rusos en su historia que de todos los demás países juntos.

No sabemos qué piensa A. de los campeonatos por equipos, pero hay una pequeña evidencia: todos ellos están en poder de la Unión Soviética, llámense Mundial de Equipos Nacionales (recientemente disputado en Salón¡ca), de Europa, de equipos universitarios, Campeonato de Europa de Clubs... Por fin, la solución. El bueno de A., conjuntamente con Ionesco, Sollers y Glucksmann, ninguno de ellos vinculado al ajedrez, propone la disolución de la FIDE y la creación de un comité de salud pública.

Desde luego, no estaría mal que el presidente Campomanes dimitiese, pero la FIDE, desde su creación, ha aportado al mundo del ajedrez una organización razonablemente satisfactoria, y no parece que el comité de salud pública (¡qué extraño, un libertario votando jacobino!) propuesto por A. y sus amigos pueda aportar la gran luz clarificadora de toda purificación mística.

Se observa, en fin, una cierta incompetencia de A. en materia de lenguaje. Quizá su larga estancia en París le ha hecho olvidar el castellano: "madre armeniana" (por armenia), "¡con qué conato se abalanzaron a él!" (¡con qué encono se abalanzaron sobre él! "cuando vuela en volandas" (cuando anda en volandas), etcétera.

Conclusión

Vuele el efebo Arrabal en pos de sus ansiados derechos de autor, pero puesto que, como dijo alguien bien conocido, las ideas no existen separadas del lenguaje, no estaría de más que de cuando en cuando fuese un poquitín más riguroso con palabras e ideas, como corresponde a un intelectual. Todo, en definitiva, nos remite a viejas verdades, como la severa admonición con que el profesor Wittgenstein cierra su Tractatus: "Más vale callarse que hablar de lo que no se conoce".

Antonio Gude es maestro de ajedrez por correspondencia, ex director de la revista El Ajedrez.

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