Cartas al director

Ya están ahí

Y arreciarán sin duda las embestidas de aquellos a los que la muerte de un torero no produce sino escándalo y civilizado rubor frente a lo que tienen por la ruin, salvaje e inútil fiesta de los toros. Su razón tienen, y hay que dársela. Digámoslo de una vez por todas: tienen toda la razón del mundo -la de ese mundo nuestro que no conoce sino la razón, y su poderío hecho de tristes razones sin alma, duende ni gracia. No, sin la menor ironía: no es nada razonable eso de los toros. Es de verdad puro derroche: con infinita mayor eficacia se degüellan millones de reses en el matadero, y ningún mata...

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Y arreciarán sin duda las embestidas de aquellos a los que la muerte de un torero no produce sino escándalo y civilizado rubor frente a lo que tienen por la ruin, salvaje e inútil fiesta de los toros. Su razón tienen, y hay que dársela. Digámoslo de una vez por todas: tienen toda la razón del mundo -la de ese mundo nuestro que no conoce sino la razón, y su poderío hecho de tristes razones sin alma, duende ni gracia. No, sin la menor ironía: no es nada razonable eso de los toros. Es de verdad puro derroche: con infinita mayor eficacia se degüellan millones de reses en el matadero, y ningún matarife resultó nunca cogido.No tiene sentido eso de los toros. Y no lo tienen, si sentido es sólo lo útil y provechoso, lo comedido y eficaz: como el mundo mismo que ahí tenemos cada día enfrente: aseptizado, cada cosa en su sitio, aquí una razón, ahí su efecto, nada de quimeras, la utilidad por todas partes -la vida y la muerte, sus fulgores y misterios, por ninguna.

Pocas cosas se oponen a ese mundo. Un poema, sí, un abrazo, una sonrisa, un latir emocionado. Casi nada, sin embargo, que tenga hoy cabal dimensión pública; casi nada en lo que se aúne aún el vibrante sentir de un pueblo. Por esto, más estupefacto que airado, se revuelve este mundo cuande recibe, cada domingo, el escupitajo osado de una fiesta en la que quien preside de veras no es un encopetado señor, sino la gracia de lo gratuito e inesperado, el derroche de valor y mae stría, el donaire con que se pone en juego la vida: a imagen del juego, festivo y tráfico, que en verdad es ella; y así, cuando toca -momentos únicos y raros-, el toro no sale solo de chiqueros: con él llega, hondo y tremendo, el duende del torero, la maravilla, ese "poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica", como lo llama, con palabras de Nietzsche, García Lorca..

(Y, a propósito, ¿se ha parado alguien a pensar por qué será que, en medio de la tan llana prosa que nos depara la Prensa, sólo en las crónicas taurinas -y don Joaquín Vidal es buen exponente de ello- brillan a veces las luces de algo que se asemeja un tanto al habla poéticamente hermosa?)

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De mórbido placer calificaba un lector de este periódico lo que se siente, según él, ante la sangre derramada en la plaza. Si de ana mera diversión, si de un placentero placer se tratara, sería mórbido, en efecto. De tales menudos placeres anda lleno el munde de la utilidad y del ocío. No, se trata aquí de otra cosa: de emoción y de arrebato, de estremecimiento sobrecogido ante la sangre derramada -tal como sé derrama al nacer, tal como se coagula en la muerte.

Estalló el escándalo: en un trundo que. desconoce lo grande y lo noble, que aborrece lo heroico, un héroe murió el otro día en Pozoblanco. Cien mil personas le llamaron por su nombre en Sevilla.-

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