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Por una peseta

Me pareció un espectáculo lamentable: al niño rubito y bien vestido que paseaba por los jardines de Alderdi Eder se le cayó una peseta del bolsillo y ni siquiera se molestó en agacharse a recogerla; la dejó allí tirada como supremo símbolo de la devaluación. Por una peseta no le dan ni diez de pipas; a nosotros nos daban 10 céntimos de semillas de girasol tostadas y las vueltas. De seguir así, nuestro dinero pronto será la tarjeta de crédito del hombre pobre.A uno le gustaría que su moneda, la unidad de su sistema monetario, sirviera para algo, que fuera una moneda fuerte, una peseta fuerte; y para eso, lo primero que se le ocurre es multiplicarla por 100, como hicieron los franceses hace años para conseguir un franco fuerte; todo un golpe de efecto. De la noche a la mañana cambió el cambio: antes de, por una peseta te daban 10 francos; después de, por un franco te daban 10 pesetas, un cambio que, en contra de las apariencias, fue más cualitativo que cuentitativo, pues, si el precio del franco siguió siendo el mismo, su valor moral creció, y antes que nada ante sus propios ojos, y es que no te puedes creer moneda fuerte si no cuentas con moneda fraccionaria. Sin la retaguardia de los céntimos la peseta tiene perdida su batalla psicológica, una batalla fácil de ganar multiplicándola por 100. Y eso, sin contar con una ventaja material muy concreta, en función de los malabarismos bancarios, según informe de la OCDE, una moneda sin moneda fraccionaria, una peseta sin céntimos tiene una devaluación intrínseca, derivada. de su propia naturaleza, equivalente al 0,1%. Será por el redondeo de los precios. Será por lo que sea, pero todo serían ventajas para la peseta fuerte.

Hay que multiplicar y seguir llamándola peseta si queremos que sea una peseta fuerte. Multiplicar por multiplicar no conduce a nada; la prueba es que ya tenemos un billete de 5.000 no es que valga mucho: lo cambias y se volatiliza.

Existió antes un billete de 1.000 duros, el que emitió el consejo republicano del Banco de España en el año 1938; lo fabricó el habitual proveedor de aquellas fechas, Bradbury Wilkinson y Co., de Londres, y el envío se quedó en la agencia de París, en donde fueron destruidos después de la guerra. Naturalmente, nunca circularon. Si encuentra alguno por ahí, guárdelo como oro en paño, es una pieza de museo. Está dedicado al pintor catalán Fortuny, y en el reverso ofrece una magnífica reproducción calcográfica de su cuadro La vicaría, escena bastante fiduciaria en cuanto contrato social. Aquello sí que pudo ser un billete fortísimo, una fortuna, un argumento inagotable para las infinitas charlas que el dinero suscita en decires de pobre y rico.

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Acierta y miente la canción popular cuando dice: con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero...

Y es que sobre el dinero se dice de todo. Unos dicen que es la libertad de los cobardes, y otros, que no hace la felicidad; esto lo dicen- los ricos para que los pobres no les envidien ni, a ser posible, les pidan. Un proverbio californiano dice: "Otro día, otro dólar"; y un refrán saudí: "El hombre que hizo fortuna en un año debería haber sido ahorcado 12 meses antes". Todos sabemos que lo difícil es dejar a deber el primer millón, porque las fortunas están hechas así: las grandes, de infamias, y las pequeñas, de porquerías; pero la cosa no tiene remedio.

Admiramos la sabiduría, el valor, la bondad, los magníficos conceptos abstractos, pero perseguimos al vil metal concreto y sólo respetamos al que lo posee; la prueba es que un pariente pobre es siempre un pariente lejano, que se olvida antes la pérdida del padre que del patrimonio y que en la granja de Orwell al cerdo rico se la llama señor cerdo. Con respecto al dinero, más acertada que la canción es la cita bíblica: "Tan fácil como pasa un rico por el ojo de la aguja pasa un camello cargado de oro por donde le apetece".

Multiplicándola por 100, la peseta fuerte sería una moneda de peso; una peseta por la que cualquier niño (y adulto) se molestaría en agacharse; se verían menos pesetas por el suelo y recuperaríamos su sentido etimológico de unidad de peso, sentido último de tantas monedas, el peso, la libra, el yen, la onza, etcétera, y es que, psicológicamente, una peseta fuerte pesa más que 100 débiles.

"Conozco el precio de las cosas, pero no le doy valor a ninguna", dijo el poeta (¿Antonio Machado o Alfonso Escámez?). Y, sin embargo, las cosas valen lo suyo.

En American Pharmacy leo un ejemplo patético: el cuerpo humano podría valer cifras astronómicas si se considerase en términos de su composición; basándose simplemente en los precios de mercado de los; catálogos de venta de pruductos biológicos, los gramos que contiene de colesterol, fibrinógeno, hemoglobina, albúmina en suero, protrombina y, muy especialmente, mioglobina, vendrían a suponer, para un cuerpo de talla media, de unos 70 kilos, 169.834 dólares. Si lo calculamos en pesetas ... Vaya, por una peseta no nos dan ni la uña de un meñique. Multipliquémosla por 100 a ver qué pasa.

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