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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

No son unos Juegos Olímpicos

Los Juegos Olímpicos no son lo que estamos viendo. Es un festival deportivo, asombrosamente espléndido, pero nunca unos Juegos Olímpicos. Desde que se permitió que un acto de fuerza o una reafirmación de poder mundial superen el bello ideal de una noble lucha entre los jóvenes del mundo y a eso se añadiese el vuelo carroñero de las marcas comerciales sobre la subasta de los triunfos, el sentido olímpico ha perdido toda credibilidad. Sobran orgullo y ambición, y falta humildad y perspectiva histórica.El hombre olímpico no está en Los Ángeles. La tendencia monetarista iniciada descaradamente en Munich o México ha cristalizado apabullantemente en el espectáculo de California. Ya no se lucha por el triunfo únicamente, sino por las consecuencias de éste. Todos los países han entrado torpemente en este círculo de fanfarrias y soberbias nacionales. Los Juegos Olímpicos deben volver a su sentir primero. Los Juegos de Seúl en 1988 están ya tan seriamente comprometidos como los de Barcelona o París. Si ahora la cuchilla del apartheid político ha funcionado a rajatabla para un bloque, los avatares de la doble confrontación mundial proporcionarán en el devenir inmediato más que suficientes pretextos encarnizados como para boicotear todos los juegos posibles.

Esto no puede ni debe continuar. El mayor error del olimpismo moderno ha sido el ceder desesperadamente a las presiones en pro de la abolición del amateurismo. Interesan los récords, no el hombre. Por eso se preparan auténticos robots en pos de ellos. Que están amparados por una situación de privilegio de casta social en el Este y por una espectacular rentabilidad económica en las naciones ricas de Occidente. Se lee y se oye incomprensiblemente que España ha perdido frente a la República Federal de Alemania en hockey, o que los españoles han sido derrotados en balonmano o humillados en ciclismo. Ni España ha perdido, ni sus habitantes se sienten vencidos por nadie. En todo caso, los directivos. Pero esto sucede en todos los países competidores. Asistimos así a una representación multinacional del particularismo más feroz imaginado por Ortega.

Los Juegos Olímpicos deben volver a su lugar de origen. Allí, en Olimpia, con fuerza y espiritualidad ejemplares, nacieron, ilusionaron y desaparecieron.- Deben volver a vivir apartados de los centros de poder político y económico, para que al menos uno de los ideales más hermosos logrados por el hombre sobreviva. Los atletas desfilarían unos al brazo de otros, sin bloques militaristas ni verbeneros, hombres y mujeres de un mismo mundo común, tremendamente hostil y complejo, fácil y libre por una vez en sus vidas al sentirse hermanado junto a los demás. Sobre la cabeza de los vencedores, los aros olímpicos y nada más. Luego se conocería que un joven de Cantón o una chiquilla de Madrid habían vencido en la maratón o en jabalina. Incluso sería deseable que no existiesen marcas mínimas. El que quisiera y pudiese ir, que fuese. Esto significaría el mayor triunfo de la libertad colectiva y el desplome clasista de las elites prefabricadas y sus interesados conductores. Y sus cronos, que serían nuevamente establecidos, deberían quedar absolutamente desligados de los campeonatos del mundo, donde las marcas de televisión o la política de bloques pueden hacer lo que se les antoje con los deportistas que se presten o vivan de ello- Juan Pando.

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