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Thomas Bernhard presenta en el festival de Berlín una crónica teatral de la decrepitud

El Schauspielhaus de Bochum presenta en los Encuentros Teatrales de Berlín una triada de obras teatrales que hacen honor a la afamada calidad de este ensemble, o al menos eso es lo que se espera. Por de pronto, su primera aportación es Der Schein trügt (Las apariencias engañan), de Thomas Bernhard, obra polémica estrenada el 21 de enero de 1984 en Bochum bajo la dirección de Claus Peymann, uno de los pilares del teatro alemán, que por diversos motivos la próxima temporada abandonará la compañía y la República Federal de Alemania (RFA) para ejercer su profesión en el teatro Nacional de Viena. La obra es una descripción, una crónica de la decrepitud.

El cambio de directrices políticas que ha sufrido la RFA en el último año tiene su reflejo en el mundo del teatro, en la medida que la mayor parte de los grandes intendentes y directores de las compañías más relevantes cesan o cesarán en breve de sus cargos o los ejercerán en nuevos lugares.A pesar de ello, el Bochumer Ensemble, con Peymann aún a la cabeza, pondrá en escena el Cuento de invierno, de William Shakespeare, y Verkommenes Ufer, Medeamaterial, Landschaft mit Argonauten (Puerto depravado, Material de Medea, Paisaje con argonautas), de Heiner Müller, además de esa polémica y fascinante obra Der Schein trügt (Las apariencias engañan), que ha interpretado el veterano maestro de actores Bernhard Minetti.

Dramaturgo polémico

Thomas Bernhard es, a sus 53 años de edad, uno de los dramaturgos más premiados, discutidos, execrados y admirados de la literatura dramática contemporánea en lengua alemana. A pesar de haber nacido en Heerlen (Holanda), y debido a su ascendencia, es austriaco hasta lo más profundo de sus cimientos, tanto culturales como genéticos.Su infancia -y, consecuentemente, su literatura- está fuertemente condicionada por ese horror, común a los niños de su generación, que fue la segunda guerra mundial, los bombardeos de Viena y Salzburgo, la ausencia de los padres, una educación bajo el severo influjo del abuelo, y lo que para él significó un total condicionamiento: los largos períodos de enfermedad y convalecencias en hospitales y sanatorios antituberculosos.

Tanto su obra en prosa, más conocida en nuestro país, como sus obras teatrales se caracterizan por un sentido mórbido de la existencia, sus protagonistas son generalmente enfermizos, la naturaleza aparece siempre como una entidad que arrastra la imposibilidad humana de alcanzar la felicidad, y para él vivir no es más comprobar la falta de sentido de la vida en medio de un mundo hostil y de una naturaleza cruel.

Todo ello, presentado en ambientes asfixiantes y con constantes repeticiones, rayanas en la paranoia, es embutido en un lenguaje de prístina lucidez, concreción y belleza, que le añade mordiente y grandes dosis de cruda ironía a toda su parafernalia temática filosófico-morbosa. Como él mismo enuncia, "en la oscuridad todo se aclara".

Desde sus primeras obras, como Ein Fest für Boris (Una fiesta para Boris) o los Salzburger Stücke (Obras de Salzburgo, que conforman las comedias El loco y el ignorante y La fuerza de la costumbre), Bernhard se ha revelado como extraordinario dramaturgo y excelente compositor, pues sus obras de teatro son un extraño compendio de capacidad dramática y musical, ya que utiliza una especie de coreografía del lenguaje como estructura, poniendo en términos literarios recursos propios de la música (cadencias, repeticiones, coloraturas, estructuras de rondé, o sonata, etcétera).

Literatura y música

En la sucesión de sus obras se patentiza su interés por los personajes que conforman el mundo del espectáculo en general, desde el títere hasta la diva del bel canto, pasando por el artista de variedades, los payasos, los domadores y los actores.Llega su empeño hasta darle a una de sus más famosas obras el nombre del actor que la estrenó, Minetti, retrato del artista como hombre viejo (1976). El análisis de los impulsos que llevan al actor a ejercer su profesión y la inmersión en esas turbulentas almas que rebosan egolatría, narcisismo, mediocridad y grandeza, así como el estudio minucioso de las fuerzas, o las furias, que hacen posible la existencia del arte dramático, son temas dilectos de sus últimas obras.

Corrosivo diálogo

Así, Der Schein trügt (Las apariencias engañan), la obra que ha presentado Claus Peymann con el Shauspielhaus de Bochum, es un corrosivo diálogo entre hermanos consanguíneos que, jubilados ya y en plena senectud psíquica, acaban de perder a la mujer que ambos amaban.El uno, Karl (Bernhard Minetti), es un viejo artista de variedades que ha convivido durante 30 años con la desaparecida Mathilde; es nervioso, irónico, avaro que se siente altruista y se las da de culto frente a la aparente inocencia de Robert (Traugott Buhre), viejo actor de teatro, enfermizo e hipocondriaco solterón, hombre débil, sensible y casi apático, que ha salido el heredero de la difunta Mathilde. Ambos odian los martes y los jueves, días en que la costumbre los arrastra a visitarse mutuamente en sus respectivas casas y a intercambiar recuerdos, deseos insatisfechos, a continuar una comunicación imposible por enquistada en los clichés de una infancia ya muy lejana.

Claus Peymann ha conseguido poner en escena esta obra con una suavidad aplastante, casi asfixiante, que envuelve tanto a esas tragicómicas figuras sedentes, estáticos en su mutuo aguijoneo, como al público sedente e inmóvil como el cartón-piedra que abarrotaba la sala antes de prorrumpir en eufóricos bravos interminables a la excelente labor teatral e interpretativas de Traugot Bulhre y sobre todo del innegable maestro de las tablas Bernhard Minetti, a quien le correspondió dar la clave de la obra en su papel: "Tenernos pleno derecho a nuestra renta. /Hemos trabajado con honradez/ la más alta perfección".

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