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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Memoria del doctor Simarro

Poco después de morir Pavlov, el mismo año en que iba a estallar nuestra guerra civil, lamentaba Marañón en un artículo publicado en Ahora la manipulación partidista que se hacía del gran fisiólogo ruso, a la vez que reivindicaba el trabajo sistemático y creativo frente a la fácil tentación de la agitación política. Estas dos reflexiones pueden muy bien tenerse en cuenta a la hora de evocar al doctor Simarro, "esa figura única de la España contemporánea cuya modestia y desdeño por la gloria y los honores oficiales hacían temer a Araquistain que se le sumiera pronto en el olvido.En primer lugar, conviene aclarar el sentido del homenaje conmemorativo que hace unos días se le ha tributado en la facultad de Psicología de la Universidad Complutense al que en 1902 ocupó la primera cátedra de Psicología Experimental creada en nuestro país. Importaba rescatar la figura de Simarro del olvido, y la reciente recuperación de su laboratorio, biblioteca y archivo personal, debida en buena parte al profesor Yela, brindaba una ocasión única.

La segunda reflexión tiene que ver con su participación en la vida política del país, rasgo de su comportamiento apreciado por sus contemporáneos, porque ante todo Simarro fue un personaje admirado, popular y entrañable. Malos tiempos habían de llegar, haciendo imposible durante largos años recordar con justicia su figura. No era fácil hacerlo por quienes le apreciaban, pues se le consideraba un científico malogrado. Más difícil todavía resultaba recordarle como político en la sombra, por ser notoria su condición de masón y liberal. A Luis Simarro Lacabra, valenciano, nacido en Roma en 1851 y afincado en Madrid desde su juventud, suele atribuírsele como su principal y casi único mérito científico el haber influido decisivamente en la obra de Ramón y Cajal, al mostrarle en 1887 el método de Golgi, técnica que Simarro había aprendido en París durante el exilio voluntario que siguió a su renuncia a la plaza de director del manicomio de Leganés por problemas surgidos con las autoridades eclesiásticas a raíz de sus ideas renovadoras en el tratamiento de los alienados. El propio Cajal, poco dado a este tipo de elogios, reconoce este mérito en las afectuosas palabras que le dedica en sus memorias. Poco más suele mencionarse del hoy prácticamente desconocido Simarro. Escribió Cajal a la muerte de Simarro que su obra "no puede apreciarse en toda su valía por haberse dejado prender en las redes de la institución, uno de cuyos cánones sacrosantos consiste en estudiar y no escribir". Sin embargo, aunque Simarro apenas publicó, ni llevó a cabo descubrimientos notables, contribuyó de forma importantísima a la renovación científica e intelectual que se produjo en nuestro país durante la época de la Restauración. Simarro realizó esta labor no únicamente desde una posición de experimentalista encerrado en el laboratorio, sino con beligerancia. No podía ser de otra manera en nuestra sociedad. Esta actitud le llevó , a la defensa pública del evolucionismo en la experimentación biológica, desde las tribunas de los círculos liberales de Valencia y Madrid.

Antropología pedagógica

Otro elemento que sirve para dejar constancia de su posición científica es la colaboración, desde sus comienzos, con la Institución Libre de Enseñanza, a la que llega a través del doctor Federico Rubio y en donde se iniciará su amistad con Giner de los Ríos. Lo mismo puede decirse de su interés por la antropología pedagógica que le vincula al Museo Pedagógico dirigido por Manuel Bartolomé Cossío. Cultivará igualmente la antropología criminal, participando en la Escuela de Criminología creada en 1903 por Rafael, Salillas. Años más tarde colaborará con Cajal en la Junta para la Ampliación de Estudios, y su influencia está también presente en los comienzos de la Residencia de Estudiantes. Más importante que su producción científica escrita es el entusiasmo que fue capaz de irradiar desde su hospitalaria y suntuosa casa, a todo el mundo abierta, de la calle del General Oraa, junto a la de Lázaro Galdeano, no lejos de la cofina de los Chopos. Había dedicado la parte fundamental del edificio a la instalación de su laboratorio y biblioteca, y por allí pasaron numerosos científicos interesados en la neurología, la psiquiatría o la psicología.En los últimos años es frecuente encontrarle por el Ateneo o por el caserón de la revista España comentando, con su sugestiva personalidad conversadora, la actualidad política del momento e incitando a la actuación pública en defensa de lo que para él fueron sus dos valores supremos: la ciencia y la libertad. "La libertad", decía, «es la condición necesaria para la ciencia; si los hombres perdiesen el amor a la libertad, y si a este amor no lo sacrificasen todo, la vida incluso, veríamos al mundo volver a la barbarie". Profesó el doctor Simarro un liberalismo consciente de la responsabilidad y las funciones sociales de la ciencia, promoviendo campañas que alcanzaron resonancia internacional, para lo cual se. sirvió de su posición de destacado miembro de la masonería. Se significó igualmente en la defensa de Unamuno cuando éste fue perseguido por delitos de prensa. Simarro creó también, junto con Pérez Galdós entre otros, la Liga para la Defensa de los Derechos del Hombre, que tan destacado papel jugó defendiendo a los sindicalistas tras la huelga general de 1917. Otro aspecto poco conocido, apuntado por Ferrer Benimeli, lo constituye la campaña por la paz, que en favor de la causa aliada promueve como masón junto con liberales y socialistas. En el manifiesto redactado al efecto estamparán su firma políticos como Albornoz, Melquiades Álvarez, Azaña, Blas Infante, o escritores como Azorín, los hermanos Machado, Maeztu, Palacio Valdés, Pérez de Ayala, Galdós y Valle-Inclán. Tampoco faltan Falla, Granados, Turina o Zuloaga y Rusiñol, ni otros miembros destacados en los ambientes científicos e intelectuales del país, como Giner de los Ríos, Unamuno, Ortega y Gasset, Marañón, Menéndez Pidal y una larga lista hasta completar las 700 firmas conseguidas en pocos meses.

Al morir, en 1921, destiné su patrimonio a la fundación de un laboratorio de psicología experimental. La Universidad Central se hizo cargo de este legado formado por su excepcional biblioteca, su laboratorio, una colección de pintura que incluía cuadros de sus amigos Sorolla, Sala, Madrazo y Berruete, y otros bienes. Personajas como Luis Simarro no merecen nuestro olvido. Por ello, la idea, magníficamente acogida por el ministro de Cultura, Javier Solana, de instalar su laboratorio en el Museo de Ciencias y Tecnología debe llevarse a buen término.

J. Javier Campos Bueno es profesor de Psicología del Aprendizaje en la Universidad Complutense.

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