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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lo que enseñan las señoras

ESTE AÑO, un mayor número de señoras han optado por la abolición de la parte superior de sus ya sucintos atuendos de playa y piscina, lo cual provoca una polémica a la española, es decir, desordenada, pluriforme y generalmente extremista, sobre todo en el aspecto negativo, para el cual hay siempre entre nosotros grandes vocacionales. Hay por lo menos dos escuelas negativas aparentemente opuestas: la de los aficionados a la tesis de pecado, según algunos de los cuales en los pechos desnudos hay una tentación fuerte -lo cual, por lo menos, no sería exacto en todos los casos-, y la de algunos sexólogos que creen que la habituación cada vez mayor al cuerpo femenino y su contemplación puede disminuir la pulsión sexual necesaria, al menos, para la perpetuación de la especie. Quizá no sean más que expresiones personales traducidas de la sensibilidad de quienes las expresan. En este campo de la expresión personal se han leído opinio nes de quien cree que es una consecuencia directa del concilio Vaticano II, por lo que supuso de relajo en la consideración de dogmas, y quien arguye que es una operación minuciosamente dirigida por Moscú para la destrucción de los valores occidentales, y especialmente de la reserva espiritual constituida por España. Algunos datos hay de que esa reserva espiritual está todavía intacta en muchos lugares, y el amparo intelectual y costumbrista que algunos prestan a la campanillá en un pleito, de estos días, y que no sólo atañe al pueblo que la defiende, sino a otras muchas donde las cencerradas son una muestra de ingenio rural, basándose en que es una costumbre del siglo XVI que por ese solo hecho no puede desaparecer, nos dan la medida de hasta qué punto hay reservas espirituales. La idea original de esos siglos pretéritos era la de que la sociedad misma, la comunidad, debía al menos castigar, y por tanto disuadir, a quienes quisieran realizar lo que no debía ser. El hecho de que la idea de lo que debe ser o lo que puede ser haya variado seriamente en los últimos siglos no parece que deba prevalecer para los practicantes de la vindicta social, que no están decididos a relacionarlo con las libertades individuales.Las libertades individuales forman también parte de la decisión de un mayor número de señoras a despojarse de lo que consideran inútil o perjudicial para su concepto del agua y del sol. No puede obviarse que probablemente algunas de ellas puedan tratar de ejercer algún atractivo mayor sobre el sexo contrario, lo cual en todo caso sólo atañe a quienes consideren que se trata de una competencia desleal, y desde luego al sexo contrario. Pero de ninguna forma, aun en quienes tengan esa intención, hay transgresión a una conducta permanente en todas las especies, y desde luego en la humana, que consiste en que cada sexo procure ejercer una atracción sobre el contrario -o incluso sobre el mismo, en lo que parecen ser minorías-, y esta tensión de vida se manifiesta tanto en hombres como en mujeres y en cada parte según sus medios de expresión y sus capacidades. El problema podría estar en que algunas reglas de juego han cambiado en nuestra sociedad, y esas reglas de juego cambian por decisión y presión de la misma sociedad y no por medidas autoritarias, como sucedía antes. Parece a simple vista que la prohibición sería tan poco aceptable como la obligación.

Un poco más allá está el problema de las playas desnudistas -nudistas es más bien un galicismo-, polémica en algunos puntos de España -en otros está superado- en las que se mezclan ya decisiones de autoridad y de acotación de terrenos, y en las que a veces el problema procede de los propios practicantes, que esgrimen el derecho de no ser vistos más que por los que se conviertan en sus iguales, y a veces coincidentes y otras veces enfrentados con'quienes plantean el derecho de no ver. El derecho a no ser visto es perfectamente defendible como parte de la intimidad o del espacio adquirido para la intimidad y empieza a ser más conflictivo en cuanto se abandonen algunos reductos; el de ser visto por unos determinados iguales y no por otros diferenciados entra en otra clase de litigios. Lo mismo sucede con el derecho de no ver, quizá de una manera más acentuada. Salvo en el habitáculo en el que uno tenga derechos propios, dificilmente va a privarse nadie de la obligación de contemplar diariamente una sociedad que por alguna razón no le gusta. La ofensa que lo contemplado pueda hacer al sentido individual del pudor o del escándalo dependerá unas veces de quien produzca el escándalo, pero no todas; otras veces, el escándalo o el pudor lo portará el que ve, por un propio sentido personal que aplicará a lo visto. La sensación que unos años atrás producían las tobilleras -todavía se cantan las glosas de aquella emoción- y las que hace menos tiempo produjeron las gloriosas minifaldas de Mary Quant no eran distintas de las discusiones actuales. Parece que tienen el mismo camino de pérdida.

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