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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Entre la sumisión, y la destrucción

EL SISTEMA de actuación de Estados Unidos en Centroamérica en este momento es clásico: por una parte, las gestiones que podrían llamarse de negociación con un exceso de buena voluntad; por otra, y simultáneamente, la exhibición y despliegue de la fuerza. Richard Stone, enviado y representante especial del presidente Reagan, ha tenido en Bogotá una conversación con Rubén Zamora, representante, a su vez, de la guerrilla salvadoreña, y ha viajado a Managua para conversar con los gobernantes. El tono y alcance de esas conversaciones se desconocen en profundidad, pero lo visible es que Estados Unidos ha advertido de su decisión de llegar al fondo en todas las situaciones en las que considere amenazada la integridad de la zona y la injerencia de potencias comunistas, y salvadoreños y nicaragüenses han insistido en que Estados Unidos debe respetar las libres, decisiones de los pueblos implicados a gobernarse por sí mismos, y han negado la injerencia extranjera. Palabras que repite en Cuba Fidel Castro y las hace patentes al ministro francés de Asuntos Exteriores, Cheysson, que le ha visitado: la única forma de mantener la paz consiste en la retirada de todos los asesores -es un eufemismo- extranjeros y todos los envíos de armas. Se entiende que Cuba suspendería, por tanto, una ayuda que por otra parte no reconoce que presta, a condición de que Estados Unidos hiciera lo mismo, y también sus intermediarios. Situación no fácilmente aceptable para Washington. La Junta de El Salvador, destrozada y desalentada, se sostiene hoy únicamente por el apoyo de Estados Unidos -e incluso por la obligación impuesta-, y Honduras, probablemente, no tardaría en caer en la revolución, y quizá fulminante, en cuanto sus militares estuvieran solos.Las grandes maniobras frente a Nicaragua y en territorio hondureño, donde se preparan ya oficialmente bases conjuntas con Estados Unidos -existen ya, fuera de lo oficial-, no indican precisamente intento de retirada de interventores. Más bien describen el camino de la guerra, su vía, que podríamos llamar legal: el Gobierno de Honduras se considera amenazado por una irradiación del revolucionarismo en los países vecinos y pide ya ayuda a su aliado, Estados Unidos, que responde con estas maniobras de gran envergadura -en las que el supuesto táctico ha sido un bloqueo de Nicaragua por mar, y desarrolla ahora una segunda fase de lucha por tierra, mar y aire contra ese país-, añade la oficialización de bases conjuntas para la defensa del Gobierno que se siente amenazado. El paso siguiente, el que podría desencadenar una guerra, sería el de que Honduras, haciendo uso del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, denunciase una agresión nicaragüense y Estados Unidos aceptase la realidad de esa situación. En ese caso, lo que ahora vemos en forma de maniobras se concretaría en forma de guerra; dentro de las normas clásicas del vocabulario, de una guerra defensiva, en la que el agresor sería visiblemente Nicaragua, pero de manera que se viese claramente que Nicaragua no es tal -no un pueblo, no una nación-, sino un Gobierno-agente manejado por Cuba, que, a su vez, no es otra cosa más que un intermediario de la Unión Soviética.

El diseño de esta situación tiene un cálculo de tiempo muy flexible. Es decir, podría suceder inmediatamente o dentro de unos meses, incluso de más tiempo. Quiere decirse que Washington abre un plazo para que estas negociaciones, como las iniciadas por Stone, o las más serias del grupo de Contadora o de los países europeos, fructifiquen en un sentido favorable a su política: es decir, ante la alternativa de una guerra abierta y de una invasión, los Gobiernos o grupos políticos implicados tendrían que aceptar otras soluciones. Es, como queda dicho al principio, un sistema tan clásico que no difiere demasiado del que la URSS está empleando en Polonia o del que ya ha ido más allá por parte de Israel en Líbano, y que puede expresarse de una forma más brutal en la opción entre la sumisión y la destrucción.

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