_
_
_
_
_

Tranquilo, relajado y de magnífico humor

A pesar del poco tiempo transcurrido, el presidente del Gobierno ofrecía ayer en Lubia un aspecto completamente distinto al que mostraba hace apenas tres días en Palma de Mallorca. Allí, en la isla, Felipe González abandonaba el palacio de La Almudaina, detrás del Rey, al finalizar el Consejo de Ministros, sonriente pero profundamente cansado, ojeroso y pálido. En cambio, el Felipe González que ayer se presentó ante los informadores en su casa de veraneo del pequeño pueblo de Soria era un hombre tranquilo, relajado y de magnífico humor. No se le escapó un mal gesto durante la pequeña sesión de tortura a que fue sometido por los periodistas. "Presidente, una foto aquí, en este árbol", "presidente, ahora coja en brazos a María", "presidente, ¿Qué opina usted de los sorianos, de la provincia de Soria, del tratamiento que Soria recibe por parte del Gobierno, de los incendios forestales y de la escasez de agua de Soria?", "presidente, lo de Rentería, los últimos atentados terroristas, la caída de la peseta, qué libro lee, qué música escucha, qué cocina, qué deportes practica", así hora y media. Y el presidente de aquí para allá, haciendo todo lo que los gráficos le pedían y respondiento a todas las preguntas, con una amabilidad y una paciencia que hacían recordar al santo Job.Bromeaba, contaba anécdotas, y rompía su propósito de no fumar gorreando cigarrillos rubios a los periodistas, un poco asombrados, los de fuera, de que el presidente del Gobierno hubiera escogido un lugar hermoso, pero tal vez excesivamente tranquilo -rodeado de interminables páramos de trigales y cebada, una monotonía soleada interrumpida por el pueblecito de Lubia, de 200 habitantes, y los sucesivos puestos de control de las fuerzas de seguridad-, para pasar sus cortas vacaciones. Pero ésto era precisamente lo que él buscaba: repitió la palabra tranquilidad no menos de 15 veces, mientras su mujer, Carmen Romero, explicaba: "A mi me gusta más el mar, pero Felipe necesitaba un lugar como éste".

Más información
El presidente Felipe González considera que "no es pertinente ni razonable" conceder la anmistía a los golpistas del 23-F

Felipe González jugaba con sus hijos -Pablo, David y María- al juego de la rana, a la petanca y al tenis de mesa. Lee a Ernesto Sábato, -"Sobre héroes y tumbas"-, escucha cante flamenco, cocina -pescados al horno y paellas valencianas y ve con su mujer y con sus hijos la película de la tele del sábado por la noche, La familia, bien; gracias de Pedro Masó. "Malísima, por cierto", comentaron al unísono el presidente y su hijo mayor. Duerme poco, lo mismo que en Madrid, cinco horas, pero "se duerme muy bien aquí, hace fresco, y se levanta uno más descansado". Comenta que sus dos hijos han sacado buenas notas, "pero tampoco demasiado", y explica que son radicalmente distintos: Pablo, el mayor, lee "a la velocidad del rayo, devora libros, sabe muchas cosas sobre la mitología griega y nórdica, que le encanta", mientras David "es más perezoso para leer, pero muy rápido para las matemáticas". María, su deliciosa hija pequeña, "hace garabatos y siempre tiene ganas de jugar".

Cuando, a petición de los fotógrafos, la balancea y ella grita: "Más fuerte, papi, más fuerte", el presidente no quita ojo a las cuerdas y a la barra del columpio, hasta que se convence de que aguanta bien, mientras alguien de la secretaría de Estado para la Informacióri dice: "Este presidente no se parece en nada a un marmolillo peatonal, ¿verdad?". El calificativo fue, en su día, la definición que Alfonso Guerra hizo de Leopoldo Calvo Sotelo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_