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Retrato de un triunfador melancólico

La vida de Julio Iglesias es la de un luchador cuya principal ambición es ser siempre el primero

La máxima ambición de Julio Iglesias es la de ser siempre el primero, y para ello algún día quisiera sentir que ya él es Frank Sinatra. Ha venido a cantar a España, su tierra, desde Miami, siete años después de una ausencia que se impuso y que no le ha impedido ser aquí y en todo el mundo uno de los cantantes modernos más conocidos y más millonarios. Su biografía tiene contornos que justifican una cierta tristeza, la melancolía que se ofrece como ingrediente para que su figura se corresponda con lo que canta. Su éxito proviene de su capacidad para la puesta en escena, que no se produce sólo en los escenarios, sino que se prolonga en su vida real. Hoy actúa en Palma de Mallorca, ante los Reyes, en un concierto benéfico con el que se inicia su gira de un mes. Ante ese acontecimiento, ofrecemos un retrato de este triunfador melancólico.

No es un hombre fisicamente fuerte, no lo ha sido nunca. Delgado, frágil y con una leve cojera, recuerdo del accidente automovilístico que sufrió cuando tenía 23 años, lo que sí tiene Julio Iglesias es una inquebrantable voluntad y una necesidad casi enfermiza de ser el primero. Hace bastantes años, a su regreso de su primera gira por América Latina, traía ya la sonrisa de triunfador que no había de borrársele del semblante en los años sucesivos. Y eso que en aquel entonces aún lo tenía todo por hacer. Eran los tiempos en que él y su inseparable manager, Alfredo Fraile, eran capaces de cualquier tipo de sacrificio para seguir en el camino que habría de conducir a Julio hasta el lugar que ahora ocupa. "¿Multinacionales?", te pregunta Alfredo Fraile con sorna. "¿Que las multinacionales han hecho a Julio Iglesias? No me hagas reír. El trabajo lo hemos hecho nosotros, y ellos no nos han ayudado ni así. Cuando Julio ya era lo que es se han puesto a nuestra disposición. Eso es todo".Julio aún no ha cumplido los cuarenta, pero si le miras con atención parece mayor. Quizá porque la categoría de las metas que se ha propuesto no le deja tiempo para relajarse, porque tantos años de galope acelerado, siempre con la lengua fuera, como un caballo de carreras en los últimos cien metros, le han producido un desgaste que ni el lujo que ahora rodea su vida, ni la casa de Miami, ni las villas, ni las exóticas y silenciosas muchachas que diariamente le sirven de florero pueden compensar.

Una película de amores

Su historia serviría para ilustrar una película romántica de amores y éxito y, de hecho, ya fue tomada como tema cuando él mismo protagonizó La vida sigue igual, en donde se interpretaba a sí mismo: un muchacho de buena familia, estudiante, que va para estrella de fútbol y que a los 23 años sufre un accidente de coche que le imposibilita para seguir jugando. Surge entonces la canción, se presenta a un concurso y gana. La fama, etcétera. The end.

La película, ahora lo sabemos, era incompleta. Ese chico que, siendo adolescente, coincidía con Nuria Espert en las playas de Peñíscola -su madre, Rosario de la Cueva, es hermana del cuñado de Armando Moreno, esposo de la actriz teatral- y que le hacia reír con sus canciones románticas y el rasgueo de su guitarra es ahora uno de los tipos del show-business que más millones mueve en el escenario internacional. Desde que ganó el festival de Benidorm en 1968, con La vida sigue igual, le han ocurrido muchas cosas: su contacto en México con un prestigioso productor televisivo, su participación en un programa que le abrió las puertas del mercado latinoamericano... Y una canción: Un canto a Galicia, que tiene grabada hasta en japonés.

Su tesón sólo es comparable a su ambición. Y posee un fino instinto para saber qué es lo que tiene que darle al público, qué temas debe interpretar y qué imagen debe cultivar.

Si su boda con Isabel Preysler, muy en los primeros tiempos de su carrera, le favoreció publicitariamente, muchos más beneficios le aportaría el posterior divorcio, que sirvió para crear las bases de esa fama que hoy le aureola, presentándole como un hombre introvertido, solitario, siempre a la búsqueda, por otra parte inútil, de un nuevo amor.

La imagen tópica de Julio es la de un hombre que lo tiene todo excepto lo que más, le importa, una vida sentimental estable; que disfruta de vez en cuando del benefició de la presencia de sus hijos, a quienes desearía tener siempre consigo; de un hombre que, en definitiva, puede comprender, porque así lo dicen sus canciones, las cuitas y desarreglos sentimentales de un estamento social mayoritario que comparte con él las definiciones estándar acerca del amor, la soledad, la aventura y el éxito.

Si Julio, al principio de su carrera, tuvo que soportar que le llamaran el termo -porque en Gwendolyne cantaba que "tan dentro de mí conservo el calor"-, y sigue acusado de beatería y mojigatería a lo María Ostiz -todavía se recuerdan los tiempos en que acudía a comer con la prensa llevando a su director espiritual-, hoy puede decirse a sí mismo que ha conseguido borrar esa imagen para convertirse, llanamente, en un triunfador. Que puede o no gustar, al que se le puede o no discutir; pero que resulta, sin lugar a dudas, un ídolo de masas.

Los ingredientes de su éxito, lo que ha hecho de él el entertainer de habla hispana más fomoso del mundo, están hábilmente recogidos en un voluminoso catálogo editado por su propia organización. Hay pocas palabras en ese grueso folleto, pero muchas imágenes, todas ellas muy significativas: Julio en la piscina de su casa en Miami, Julio junto a uno de sus Rolls Royce, Julio tomando el sol en una terraza neoyorkina, Julio dando la cara ante un auditorio multitudinario, Julio durmiendo en un aeropuerto, Julio arrebujado en una bufanda mientras mata el tiempo en un pasillo desierto, Julio ensayando en un estadio vacío, Julio sufriendo el asalto de 200 fotógrafos japoneses, Julio jugando con su perro... Julio siempre solo. Y cuando aparece acompañado lo hace por aquellos que también forman parte de la mitología: el padre, los hijos, la madre.

Ahora mismo, en 1983, cuando ya se inicia la gira que le devuelve a España como un triunfador, tiene dos cosas muy claras en la vida: ser Frank Sinatra, es decir, el número uno en inglés, en el mercado yanqui, y hurtar a los fotógrafos, siempre que puede, el lado izquierdo de su cara, que es el que a menudo le traiciona.

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