Una faceta del lujo
No creo que a nadie extrañe la afirmación de que referirse o hablar de Julio Iglesias no es tanto comentar de canción, sino de sociología y de marketing. Pues lo que tal nombre encierra (firma comercial sin explícito sello) es ante todo la sublimación, la querencia mítica -empleo esta palabra en su sentido antropológico- de un determinado y clasificable estilo de vida. Quede aparte el hecho de que Julio Iglesias es un cantante discreto, fino en momentos, que ha sabido crearse (lo que constituye una parte esencial del éxito en el mundo de la canción melódica) un modo de entonar y de decir propio, y un registro de voz -aunque sólo uno- inconfundible. Bien, eso está ahí, y nadie lo discute. Pero ¿es eso Julio Iglesias, "el español más famoso del mundo", según varias publicaciones semanales, el, que domina el mercado universal del disco, canta con Diana Ross, y provoca declaraciones del ya mítico Mick Jagger? ¿Coincide el cantante con su nombre? Creo que no del todo. Echemos una mirada al fenómeno Iglesias. Superlujosa casa en Miami (con coches y embarcaciones de lujo), aspecto discretamente elegante, vacaciones en Polinesia y color de piel muy bronceado, amoríos que enredan a famosas -Sydney Rome- o a brillantes desconocidas, como la tahitiana Vahitiare... Pero siempre un aire de melancolía, de infortunio (perfectamente emparejable con sus canciones) que hará identificar al público medio la figura del señor que canta con el protagonista de las letras, añorante siempre, en su jaula dorada, de un primer amor delicado y fallido. (Todos ustedes saben el nombre de la heroína, porque, inexplicablemente, muchas publicaciones lo airean cada día.) Hasta ahí, somero, el lienzo.Pero ¿qué hay detrás de la imagen«? Exactamente el icono mundial de la publicidad del lujo. Pensemos en algo de lo que se denomina artículo de lujo e imaginemos un spot publicitario sobre ello. ¿Un selectísimo aperitivo de color crepúsculo, mientras las rocas de hielo tintinean en el vaso? ¿Una prestigiosísima marca de güisqui etiqueta negra o de cigarrillos americanos? ¿Un exótico y embriagador perfume, que sólo pueden las elegidas ofrecer en su Walhalla? Alrededor siempre hay mansiones con pórticos de columnas, suelos, de mármol, autos brillantes que no hacen ruido, céspedes portentosamente verdes por los que corretean galgos afganos. No estoy sugiriendo que Julio Iglesias use ninguno de esos productos (usará otros mejores), pero sí diciendo que es ese el entorno que vende, circunda y publicita su imagen. Lo que sueña como apoteosis del hedonismo sibarítico la clase media: Chateau latour en las comidas, maniquies altas y delgadas alrededor a toda hora, Rolls Royce en laca negra, piscinas en Florida, wind-surf frente a Bora-Bora y discreto -la discreción es necesaria a la burguesía- pero eficaz reloj de oro macizo y brillantes surafricanos. Julio Iglesias es la encarnación mítica del poder ascendente de la clase media. Glorificación de la publicidad del lujo, ideal modelo y lector del mundo de Playboy, Penthouse o revistas similares.
Marasmo mitificador
Alguien sugirió que el siglo XX era pobre en mitos. Hoy sabemos que es mentira. No sólo las estrellas de cine, sino el comic, la publicidad, el espectáculo, y antropólogos o semiólogos, como Dumézil o Barthes, nos han mostrado el marasmo mitificador en que vivimos. Lo que acaso ha variado, eso sí, sea la calidad, el arrastre y el trasfondo de los mitos. Julio Iglesias es un mito más que un cantante. Y ello se debe a la comercialización del lujo, que es lo que su voz y su aire representan. Pero todos sabemos -o deberíamos saber- que el verdadero lujo es impublicitable. El lujo genuino no se exhibe, para que no deje de serlo.
Las grandes joyerías de la plaza Vendome parisina -ejemplo obvio- no hacen spot televisivos. No tendría sentido. Así es que el lujo que puede ser anunciado es menos lujo. Lo que nos llevaría al tema fascinante -y hoy tan desconocido- de qué sea el lujo. ¿Sólo lo que brilla? ¿El ansia glorificadora de la clase media? ¿Muchas pieles -también humanas- y muchas joyas? Al menos, no sólo. El poeta alemán Stefan George decía: muerto está el pueblo cuyos dioses mueren. Yo lo creo. Pero muchos sabemos que Julio Iglesias no representa dioses, sino acaso lares. Y que el lujo que vende -por fortuna- es sólo una pequeña faceta del Lujo.
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