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Reportaje:

Un ingeniero almeriense fabricó cohetes balísticos, diseñados por él, para la revolución islámica iraní

José Luis Torres, de 34 años, almeriense, alumno de La Salle, ingeniero aeronáutico y diseñador de armamento, admira a Hitler desde siempre y asegura que ama a España por encima de todo. Es un científico experto en cohetes. Hoy, en Madrid, cerca de un whisky helado, no se explica cómo ha podido salir de Irán, donde ha permanecido desde el pasado mes de noviembre con varios guardianes de la revolución extremadamente celosos, que apuntaban sus metralletas día y noche sobre él. Paradójicamente, 5.000 hombres estuvieron a sus órdenes. Dirigía el principal complejo de fabricación de armas de los guardianes de la revolución iraní. Dentro de dos meses debe regresar allí. Ése fue su compromiso.

José Luis Torres, ingeniero almeriense, de 34 años, "admirador de Hitler y patriota", a los 17 años ya se carteaba con Werner von Braun o con el hombre que diseñó la primera generación conocida de cohetes, el también alemán y maestro de Von Braun, Hermann Oberth. Hoy, José Luis Torres se ha convertido en un experto en la creación de cohetes balísticos. Como tal, ha permanecido en situación de retención en Irán durante ocho meses, en los cuales ha dirigido los proyectos de construcción de misiles de aquel país. Guardianes revolucionarios de Jomeini, bajo algunas de cuyas metralletas ha trabajado en un polígono militar de Teherán todo este tiempo, le consideraban lo suficientemente valioso como para no soltarle.Tan valioso les parecía a algunos de ellos como para ofrecerle transgredir incluso los férreos preceptos islámicos y poner a su disposición meretrices, whisky, cigarrillos británicos y embutido de cerdo. Cinco mil hombres han estado bajo sus órdenes. Torres está hoy en España, gracias a su fe en el regreso, al tesón del embajador Oyarzun y a los buenos oficios del Ministerio de Asuntos Exteriores y del Gobierno de Teherán. Dentro de dos meses tiene que volver a Irán. Ha dado su palabra.

Fue a Teherán el pasado mes de agosto. Allí firmó un contrato bastante irregular, por el cual se comprometía con el Ejército de los pasdaran, brazo armado de la revolución islámica, a poner en fabricación un proyectil perforador antitanque de 12 centímetros de longitud, diseñado por él mismo, y bautizado con el nombre de una letra griega.

Un misil de bolsillo

Es, ciertamente, un misil de bolsillo, que se acciona mediante dos descargas eléctricas que provocan la explosión del combustible sólido interior. Hasta 2.000 unidades pueden ser disparadas desde un subfusil ametrallador de 40 centímetros y alcanzar su blanco a 1.500 metros de distancia. No falla. Su velocidad en la bocacha de salida es de 1.500 metros segundo, algo inverosímil hasta hace sólo unos meses. Dos socios españoles y él cobrarían por desplegar el proyecto 25 millones de dólares (unos 3.625 millones de pesetas).De la mano izquierda de José Luis Torres faltan tres dedos. Su muñón lo lleva envuelto en una venda reciente y limpia. Fue un accidente que él considera intencionado. El pasado mes de noviembre, cuando a las afueras de Teherán comenzó a producirse industrialmente el proyectil antitanque, él se quejó vivamente ante los dirigentes del Sepah Pasdaran de la falta de condiciones para trabajar con nitroglicerina.

La temperatura ambiente había descendido en Teherán hasta un grado por encima de cero. Peligrosísimo manipular el explosivo en tales condiciones. "¡Satán, debes trabajar, o tu cuerpo va a ser convertido en un colador por mi fusil ametrallador!", le gritaba, ferozmente, Nili, el jefe de los que le vigilaban.

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Son las 10.55 horas del día 15 de diciembre de 1982. La nitroglicerina hace explosión. José Luis ve cómo la bomba le arrebata tres dedos; el pulgar le cuelga sobre el brazo, abierto en canal. Se lleva la mano al vientre, donde cree que la explosión le ha arrancado algo más. Sangra copiosamente por el muslo.

Logra recuperarse un poco y busca sus dedos por el taller. Los envuelve y se los lleva. Hoy los tiene en su apartamento madrileño. "Pronto tendré otros dedos; los he diseñado yo mismo. Invertiré medio millón de pesetas de los 10.000 dólares que he conseguido por el accidente", dice, con confianza en sí mismo.

Aquel accidente no le pareció nunca fortuito. Posiblemente había alguien deseoso de hacerle desaparecer para cobrar su parte de los 25 millones de dólares. Juicio por sabotaje. Queda aclarada la actitud irresponsable de Nili, que le obligó a trabajar en aquellas condiciones Los expertos militares dieron a José Luis Torres la razón.

Un silletazo en las costillas

La convalecencia en el hospital que el Sepah Pasdaran posee en el centro de Teherán, cerca de la Telefónica y del bazar, fue asfixiante. Un día, un guardián revolucionario le espetó que la ETA era el ejército musulmán liberador del yugo socialista de Felipe González, y José Luis Torres, ni corto ni perezoso, le partió una silla en las costillas. "Que no toquen a España, aunque haya socialistas en el Gobierno. No lo soporto", dice, con una sonrisa de firmeza,Poco después, altos mandos del Ejército iraní le llamaron para conseguir que trabajara para ellos Cambiaron los modales, fue instalado en el barrio de Niavarán, a 1.000 metros del palacio del derrocado sha Pahlevi y a 500 de donde vive el ayatollah Jomeini, en la mezquita de Jamarán Hosseiniyeh.

Pese a todo, pese al cuidado de Shamkani, jefe de los guardianes revolucionarios destacados en el frente sur del Juzestán, se sentía atado, preso.

Un día, José Luis Torres logró conectar un teléfono y llamó a Madrid, a un amigo, a quien contó dónde se hallaba exactamente su teléfono y su dirección precisa en Teherán. Le pidió que llevara a un inspector de una comisaría madrileña próxima, Arganzuela, junto al teléfono al que llamaría. una hora después.

La denuncia quedó hecha. La Embajada española en Teherán se movilizó. Javier Oyarzun, el embajador, puso en marcha toda su tenacidad para hallar a Torres Turpin, el cónsul español, logró entrevistarse con él.

Tras ocho meses sin probar el alcohol, José Luis Torres cató el coñá Napoleón. Luego acabó con la botella entera. España estaba cerca.

Alguien envió al embajador Oyarzun una carta autógrafa de Torres en la que éste perjuraba que deseaba continuar en Teherán. Javier Oyarzun no se fió. Naturalmente, un desaprensivo le había arrancado aquel texto a Torres a punta de pistola.

Le suplicaron que se quedara. De guasa, pidió la compañía de 10 mujeres cada mes y exigió whisky escocés, cigarrillos británicos John Players, chorizo, embutido -"toda la carne de puerco del mundo"-, para incordiar, dice, y asintieron. "Querían a toda costa que me quedara, pero estaba harto de trabajar en esas condiciones".

Oyarzun realizó innumerables gestiones ante el Ministerio de Asuntos Exteriores iraní, cuyos funcionarios tramitaron eficazmente el asunto. Tras muchas horas, de zozobra, incertidumbre y hastío para Torres, Oyarzun consiguió poner al ingeniero español en un avión de la Iran Air el sábado 26 de junio, tras ocho meses de cautiverio encubierto.

Un misil superficie-superficie, bautizado por él Cid Campeador, capaz de acertar un blanco a 200 kilómetros, con un margen de error de cinco centímetros, le espera entre sus proyectos.

Ahora desea entrevistarse con el presidente del Gobierno Felipe González y con Narcís Serra, ministro de Defensa, "para convencerles de que no compren tecnología coheteril extranjera como el Exocet y que me dejen a mí explicarles cómo se puede fabricar en España un cohete antimisil que no sólo destruye el proyectil a interceptar, sino que se desdobla además, y el otro fragmento hace blanco, sin yerro alguno, sobre un nuevo objetivo, a un precio unas 500 veces inferior al del Exocet", dice, con convicción.

Pese a todo, José Luis Torres volverá a Teherán dentro de pocos meses. Ése es su compromiso. "España está por encima de todo", dice.

Dos tipos de misiles han sido ya puestos a punto por él, que diseñó hasta las rampas y los tubos. "La revolución islámica, pese a lo que aquí se cree, es algo demasiado serio. En diciembre puede terminar la guerra del Golfo".

La política, al margen

Y velozmente se olvida de la política -"de la que no quiero entender", dice- para exhibir luego orgullosamente al periodista sus primeros descubrimientos, el primer cohete espacial español, fabricado totalmente por él en Almería en 1963, o la colocación en órbita del ratón AdoKo en el año 1966, durante un lanzamiento realizado desde el cabo de Gata.Mil recuerdos científicos, como un detector de seísmos que creó en 1973 y bautizó con el nombre de Prometeo, permanecen en su apartamento madrileño.

"Aquí me dijeron que era un ingenio para el año 2000, y que volviera entonces", murmura con tristeza, la misma con la que habla del actual panorama de la ciencia en España.

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