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La Magistratura italiana atraviesa su crisis más profunda

Juan Arias

Los 32 jueces que forman parte del Consejo Superior de la Magistratura, uno de los grandes pilares del Estado, están siendo blanco de uno de los ataques más duros de que ha sido objeto tan alto organismo italiano.

Para los más importantes medios de información del país puede abrir la crisis institucional más grave desde el nacimiento de la Republica italiana.

Pero no es sólo la denominada guerra de los capuccini, es decir la acusación hecha a los mencionados magistrados de haber gastado demasiado en café, el único hecho que ha colocado en primera plana el problema de la Magistratura. Es un poco toda la vida nacional de los últimos tiempos la que resulta salpicada por este tema. Si Italia es el país de los escándalos, ocultos o diáfanos, no hay que extrañarse de que el problema de los jueces acabe siendo noticia.

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Golpes bajos

Se habla de una lucha entre diversas grupos de magistrados y también de guerra entre los partidos que se sirven de los jueces para dar sus golpes bajos.Se pide una reforma de la Magistratura, pero se plantea desde posiciones opuestas. Hay quien masiado poder y quien, al revés, observa que están demasiado maniatados por los partidos.

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Hay una cosa cierta: la Magistratura ha dado en los últimos años víctimas gloriosas en la lucha contra el terrorismo. Los magistrados caídos bajo el fuego de los terroristas ni se cuentan. Paradójicamente, los jueces asesinados por las Brigadas Rojas eran siempre los de mayor integridad moral, quienes menos debían al poder político.

Pero junto a estas figuras heroicas, la crónica italiana está también jalonada de otros personajes del mundo de la justicia acusados de estar implicados en escándalos y maniobras políticas de todo tipo.

Baste recordar a Claudio Vitalone, uno de los jerarcas de la Fiscalía General de Roma, acusado por los altos miembros de la Propaganda due (P-2), la logia masónica clandestina de Licio Gelli, de ser el encargado de corromper a los jueces a favor del maestro venerable. O a Acchille Gallucci, que, empujado por algunos grupos de poder del sector más conservador de la Democracia Cristiana, absolvió a todos los personajes de la Administración pública implicados en la P-2 y hasta fue acusado por el presidente de la comisión del Parlamento que investiga sobre la logia masónica de falta de colaboración y de haber ocultado documentos importantes.

Fue este fiscal de Roma quien lanzó la bomba de los capuccini contra el Consejo Superior de la Magistratura cuando supo que estos altos magistrados estaban investigando sobre su conducta como responsable de la fiscalía de la capital italiana. Su golpe contra el Consejo Superior de la Magistratura no era desinteresado, como lo demuestra el hecho de que Pertini fue el primero que asumió la defensa de los 32 magístrados y más tarde el Tribunal Supremo le quitó de la mano a Gallucci esta investigación, pasándola a otro fiscal, tras haber juzgado que él no podía ser imparcial en el asunto.

Pero nadie está libre de pecado. Varios miembros del mismo Consejo Superior de la Magistratura resultaron implicados en la P-2, hasta el punto de que fueron expulsados del consejo y hasta de la profesión.

Freno a los abusos

Sin embargo, los continuos ataques a este importante pilar del Estado por parte de la derecha política se deben al hecho de que, desde hace algunos años, este órgano supremo de magistrados ha revelado una gran independencia política y ha constituido un auténtico freno frente a los abusos de tipo fascista de algunos jueces.También porque el trasfondo de los ataques al Consejo Superior de la Magistratura era conseguir su disolución. De esta forma, durante el período de interinidad hasta el nombramiento de un nuevo consejo, infinidad de asuntos pendientes de excepcional importancia podrían perderse entre el papeleo, sin contar que la elección de nuevos magistrados podría ser utilizado por diversas fuerzas políticas para lograr un organismo más "leal".

Por eso el presidente Pertini, conversando durante una comida en su palacio del Quirinal con un grupo de periodistas españoles, analizó este tema con satisfacción: "Hemos ganado la batalla. Los adversarios han jugado muy mal".

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