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Reportaje:

Matar animales para proteger especies

Un nuevo grupo conservacionista ensaya en Kenia un experimento para rentabilizar económicamente la fauna como medio de asegurar su supervivencia

Con unos viejos pantalones vaqueros y camisa a cuadros, Ernie Motteram da la imagen del vaquero de Nuevo México que era cuando llegó a Kenia hace siete años, a la edad de veinticinco años. Pero cuando introduce como puede su largirucho cuerpo en la cabina del Land Rover y empieza a charlar con el conductor en swahili, es obvio que ha recorrido un largo camino desde aquellos primeros días. Apoya en la rodilla la culata de un rifle de pequeño calibre, dejando que el cañón asome por la ventana.Cuando el vehículo arranca y se adentra por el duro terreno del rancho Hopcraft, Motteram le grita instrucciones a un tercer hombre que viaja en la parte trasera del Land Rover. Como toda resipuesta, el hombre enciende un foco y lo dirige al árido paisaje de espinos y monte bajo. Unos ojos fluorescentes devuelven la mirada, reflejando el rayo de luz en unos extraños tonos naranja y verde.

Motteram no presta atención a las excitadas liebres de primavera, a las furtivas mangostas, a los jabalíes de verrugas que se mueven pesadamente, a los familiares ciervos del Cabo con su prole tras ellos. Pero súbitamente, descubre lo que buscaba: la silueta de un ñu macho solitario a unos cien metros de distancia. El animal empieza a correr; los cazadores empiezan la persecución, con el Land Rover botando sobre el accidentado terreno. No pudiendo escapar a la tenaza del foco, el ñu se detiene abruptamente. Motteram observa por la mira del rifle, apunta cuidadosamente a la cabeza del animal y dispara.

En un impreso mimeógrafo, Motteram apunta la hora de la muerte, la distancia del disparo, el número de balas empleadas, la especie de que se trata, el sexo y el peso aproximado del ejemplar que, en menos de una hora, será llevado a una pequeña carnicería donde le convertirán en filetes, salchichas y fiambres que serán vendidos al peso.

En opinión de mucha gente, la protección de la fauna internacional es una causa perdida. Pero en opinión de muchos otros, sigue siendo lo que ha sido desde hace mucho tiempo: un intento desesperado por convencer a los pueblos de los países subdesarrollados de. la necesidad de amar a los animales salvajes, encarcelar a los cazadores furtivos y dedicar más espacio a reservas animales. Sin embargo, en los últimos años, un número creciente de conservacionistas ha rechazado ambas opiniones y ha propuesto una nueva estrategia más radical. Argumentan que la forma de salvar la fauna africana y de otras partes del Tercer Mundo es hacer que resulte económica.

Estos utilicionistas de la fauna animal estiman que los esfuerzos por introducir valores de protección animal occidentales en zonas como Africa estaban abocados a fracasar desde el principio por razones que deberían haberse considerado obvias: para el campesino africano medio, los animales salvajes no constituyen una herencia natural maravillosa, sino unos peligrosos animales dañinos. Los elefantes y los rinocerontes destruyen sus cosechas; los leones, leopardos y guepardos atacan su ganado y a sus hijos. A los blancos europeos y norteamericanos que fueron a Africa a predicar una versión diferente de la realidad se les ha considerado siempre como los norteamericanos de las ciudades podrían considerar a un africano que viniera a hablarles en defensa de las palomas, las ratas y las cucarachas.

La maygría de los conservacionistas, ecologistas, recaudadores y donantes de fondos para la protección de las especies animales que fueron a Africa en las décadas de los sesenta y los setenta, se consideraban a sí mismos una especie de voluntarios de una gran cruzada para la salvación de la naturaleza y aceptaban como algo natural que la paciencia y la persuasión eran las únicas armas que podían utilizar. Kenia, uno de los países en vías de desarrollo preferido de todos, se convirtió muy pronto en el frente de batalla. De una belleza excepcional, con una fauna riquísima, este joven país se consideraba también estable, libre y abierto.

Nairobi, considerado universalmente como la capital más cosmopolita y más agradable del Africa negra, se convirtió en la base central de operaciones.

Actualmente todo el mundo se está preguntando de manera urgente cuál pudo ser el impacto que toda esa energía y dinero han tenido y siguen teniendo sobre Kenia. Incluso antes del intento de golpe de Estado que provocó decenas de muertos el verano pasado, era evidente que Kenia estaba perdiend prosperidad, libertad y estabili dad. Y las relaciones entre el movimiento en defensa de la fauna, predominantemente blanco, y el Gobierno se han deteriorado de forma radical en los últimos años.

Argumentos hilpócritas

Cuando los blancos europeos y norteamericanos empezaron a presionar agresivamente al Gobierno contra la acelerada desaparición de la fauna tras la independencia, muchos africanos negros consideraron sus argumentos hipócritas, elitistas e incluso racistas. Parecía como mínimo extraño que los blancos se preocuparan tanto por el bienestar de los animales y no parecieran tan preocupados por las masas de población africana que carecían de las necesidades básicas para subsistir.

Hubiera sido más fácil resolver estas diferencias si no hubiera sido por las realidades económicas y demográficas que se crearon durante este mismo período. La causa más importante, con mucho, de la desaparición de los animales salvajes en la actualidad es la despiadada destrucción de sus hábitats para dejar lugar a una retoñante población humana con todo lo que ello conlleva: granjas, pueblos, carreteras, ferrocarriles. Entre 1970 y 1980, la población mundial aumentó en 737 millones de seres, más gente de la que vive actualmente en Estados Unidos, la Unión Soviética, Canadá, Fran cia, Alemania Occidental, Suiza 3 los países escandinavos juntos, 3 la mayor parte de ese aumento 653 millones, tuvo lugar en el mundo subdesarrollado.

Kenia fue uno de los primero países en vías de desarrollo que in tentó solucionar el conflicto, fijando una política respecto a la fauna hace siete años. Una frase clave de esta política decía: "El objetivo fundamental del Gobierno es obtener los ingresos más óptimos por estos recursos, teniendo en cuenta los ingresos por otras formas de explotación de la tierra".

La política del Gobierno no resultaba muy alentadora para lo conservacionistas de viejo cuño aunque un número cada vez mayor de conservacionistas intransigentes veían en ella un motivo de optimismo. Argumentaban que el aumento de justificaciones económicas para la protección de la fauna podría hacer más para asegurar su continua supervivencia que todos los programas de televisión sobre los encantadores cachorros de león y concienzudo ensayos sobre los derechos de lo animales juntos.

Las estrategias desarrolladas por estos utilicionistas de la fauna salvaje a fin de que la protección vaya a favor del desarrollo económico son muy extensas. En su forma más simple, consiste en promocionar el turismo y mejorar las instalaciones y la información zoológica para los turistas en los parques y reservas animales, con la creencia de que mejores parques atraerán a más turistas que se dejarán más dinero.

Estudios realizados en Kenia han demostrado que un parque rentable proporciona unos ingresos cien veces mayores, en igual extensión, que una granja o un rancho en el mismo tipo de territorio.

Pero unos parques reformados no permitirán por sí solos salvar al grueso de animales salvajes de Kenia y países semejantes. Sólo un 6%, como máximo, del territorio de Kenia está ocupado por parques o reservas, y únicamente los mejores territorios resultan rentables. Y en definitiva, la mayor parte de la fauna salvaje de Kenia vive fuera de las pequeñas zonas reservadas a ella.

La regulación de la caza es una forma de conseguir que los animales de estas regiones se conviertan en fuente de ingresos, pero Norman Myers, residente en Kenia desde hace muchos años y ecologista y autor de fama mundial, ha hecho otra propuesta más radical. En un artículo publicado a finales del año pasado en International Wildlife, una publicación oficial de la Federación Nacional para la Defensa de la Fauna de Norteamérica, Myers propuso la explotación a gran escala de los rebaños de los parques y reservas, considerados tradicionalmente como santuarios inviolables, como fuente de proteínas.

"Aunque les parezca algo preocupante a los extranjeros, habría que comercializar la fauna salvaje africana en muchos países, habría que explotarla para que produjera la mayor cantidad posible de ingresos", decía Myers en su artículo. "Ha llegado la hora de que en varios ecosistemas africanos debería no sólo haber cabañas para turistas, como sucede en la actualidad, sino también fábricas de envasado para enlatar la caza salvaje abundante". Myers acababa su artículo diciendo que "sí la mejor manera de proteger a los últimos rebaños es matando algunos ejemplares, hay que hacerlo".

En un punto intermedio entre la caza regulada y la explotación industrial se encuentran experimentos, como en el que participa Ernie Motteram, bajo la dirección de David Hopcraft, un blanco keniata de tercera generación con un doctorado en Veterinaria de la Universidad de Cornell.

Desde el año pasado, Hopcraft, Motteram y otros investigadores han estado desarrollando, en un rancho de 800 hectáreas de extensión, un régimen de explotación serio para demostrar que la caza indígena de Africa, ñus, ciervos del Cabo, gacelas, impalas, antílopes surafricanos y muchas otras especies, pueden producir más proteínas por hectárea que el ganado tradicional a igualdad de inversiones.

Sólo se explotan los machos adultos sin pareja; no se tocan ni las hembras ni los machos reproductores, y la recolección se realiza por la noche, para molestar a los animales lo menos posible. También se controlan ciudadosamente las poblaciones animales para asegurarse de que sus números se mantienen estables.

"No creo que sea dificil entender lo que queremos conseguir", insiste Motteram. "Mire el ganado...".

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