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Cómo se enfría una obra de arte

A un año exacto de su instalación en España, el clamor en torno al Guernica ha cesado. Ahora se puede incluso abrir un periódico, en chufar la radio o la televisión sin temor a que aparezca la imagen del cuadro por el más pintoresco motivo. Más aún: si nos acercamos al Casón., ya no hay tumultos ni colas interminables; las riadas humanas de antes han perdido presión, hasta transformarse en un fluido goteo de visitantes, en cuyos rostros ya no se dibuja la tensión expectante y emocionada, sino, la mayoría de las veces, cierta perplejidad incrédula, desencantada. ¡Hasta han desaparecido los polemistas! Vamos, que incluso estoy convencido que más de uno ha metido el poster en el armario.¿Qué ha podido ocurrir con el cuadro más célebre de Picasso? En realidad, sigue en el mismo sitio donde fue instalado hace un año: encajonado con su cristal panorámico, solemne y distante, abarcándonos desde el fondo del salón. No es, pues, el cuadro el que, ha cambiado, sino nosotros. Sin el aliciente de la peregrinación, sin ansiedad política, sin polémica, sin excusa alguna, se ha enfriado el entusiasmo: el Guernica parece cada vez más sólo un cuadro, se ensimisma y no distrae. En parte, se ha producido ese fenómeno que denominan los teóricos de la información obsolescencia, término que define genéricamente el desgaste por el uso y el abuso. Desde este punto de vista, una obra de arte deviene obsoleta por la escasa complejidad de su mensaje estético o, como ocurre en el Guernica, por su reiterada emisión.

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Más sencilla y profundamente, Walter Benjamin ya predijo la pérdida del aura artística en la época de la reproductibilidad técnica, y un hijo de ésta -Andy Warhol- lo sintetizó con sarcasmo de la siguiente manera: "En el futuro, todo el mundo será famoso durante un cuarto de hora".

Ahora bien, ¿es acaso alcanzar la fama el objeto de una obra de arte? ¿No consistirá su secreta fuerza, por el contrario, en ser capaz de sobrevivir a nuestro aburrimiento?

No olvidemos que el Guernica ha sido el cuadro sobre el que más se ha escrito, sin que por eso se haya logrado despejar el enigma que le habita; más aún: enarbolado como bandera, ha trascendido la anécdota trágica que le dio origen y, casi medio siglo después, sigue provocando cierto estremecimiento a gentes que no sólo no habían nacido en la fecha del holocausto, sino que ni siquiera tienen con él la menor relación cultural.

¿Qué pensar entonces del actual desencanto? Pues sencillamente eso: que el Guernica de Pablo Picasso ha dejado de ser noticia, que ha consumido nuestro cuarto de hora de atención y, por fin, que puede ya empezar, tras consumir el limitado caudal de nuestras ocurrencias, a ser lo que de verdad es: una obra de arte de este siglo XX. Y, como tal, encajonado o no, siempre solemne y distante, el Guernica conservará en el futuro el secreto que no fuimos capaces de descifrar.

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