Editorial:

El caso del gasoducto

REAGAN LLEVA adelante la guerra del gasoducto contra la URSS: esto es, lleva adelante su guerra contra Francia, el Reino Unido y la República Federal de Alemania. Va demasiado lejos. El pretexto es muy débil, o parece muy débil a los aliados europeos de Estados Unidos: ejercer sobre la URSS la fuerza de las sanciones económicas unánimes de Occidente para obligarla a reducir su presión sobre Polonia. Nadie cree que, para evitar las sanciones, la URSS vaya a permitir realmente un cambio de régimen en Polonia y, por lo tanto, un colosal cambio contra ella en el estado militar y político de Europa...

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REAGAN LLEVA adelante la guerra del gasoducto contra la URSS: esto es, lleva adelante su guerra contra Francia, el Reino Unido y la República Federal de Alemania. Va demasiado lejos. El pretexto es muy débil, o parece muy débil a los aliados europeos de Estados Unidos: ejercer sobre la URSS la fuerza de las sanciones económicas unánimes de Occidente para obligarla a reducir su presión sobre Polonia. Nadie cree que, para evitar las sanciones, la URSS vaya a permitir realmente un cambio de régimen en Polonia y, por lo tanto, un colosal cambio contra ella en el estado militar y político de Europa fraguado en los últimos momentos de la guerra, consolidado en la posguerra y congelado en forma de bloque durante la guerra fría. Como nadie lo cree, se piensa que Reagan tampoco lo cree y que busca, en realidad, otros objetivos. Puede llegar a pensarse que Reagan está desolado de que la URSS haya encontrado la taimada solución de disponer una dictadura militar falsamente propia en Polonia en lugar de haber invadido el país directa y llanamente, como lo hizo en Checoslovaquia y en Hungría. Podría derivarse esa idea hacia otra: se puede imaginar que si la URSS no ha ocupado Polonia, por sí o por el Pacto de Varsovia, que tanto da, es más por el efecto que podría tener en las opiniones de la izquierda que por temor a las amenazas de Reagan. Aquellos dos graves sucesos, el menor de Afganistán y otras circunstancias han costado a la URSS la disidencia de numerosos partidos comunistas del mundo, un gran porcentaje de votos comunistas en Europa y el cambio de dirección de las conciencias dirigidas por la inmensa mayoría de los intelectuales europeos.Si la URSS hubiera invadido Polonia, además de una acentuación de todas esas disidencias y del cambio de signo del importante movimiento pacifista, Reagan habría quizá conseguido que sus aliados europeos cortaran sus lazos con la URSS y los países del Este. La situación actual no es suficiente. Desde el primer momento de la implantación de la dictadura de Jaruzelski, los gobernantes europeos, a partir de los de Bonn, hicieron como que creían que era una medida resignadamente positiva para evitar males mayores y que los polacos resolvían su problema entre ellos. Les interesaba, sobre todo, no aumentar la tensión en Europa y no perder sus bazas económicas, industriales y comerciales. Ya no habían seguido a Carter en las sanciones contra Afganistán: pero Carter era un político muerto, Afganistán demasiado lejano y los problemas de aquella zona demasiado oscuros. Desafiar a Reagan era un asunto de mayor envergadura. Llegaba al poder después de tres cuartos de siglo de ansiedad por él y movido por una reacción amplia de Estados Unidos. Lo han hecho, lo siguen haciendo.

Probablemente, porque no tienen otra opción. Reagan va cortando bajo los pies de los gobiernos europeos toda su paciente y angustiada siembra de salidas económicas a su crisis. Su sentido de la unanimidad admite pocas dudas: consiste en aceptar la dependencia económica de Estados Unidos. Pero esa dependencia se ha aceptado en el pasado cuando tenía la contrapartida de unas ventajas económicas.. Ahora, en cambio, parte del ahogo europeo viene directamente de Estados Unidos: de las reaganomics -como llaman en Washington al ya maltrecho programa de Reagan- y de su política global que puede conducir a una nueva carestía del petróleo, y que de hecho ya inutiliza el intento de diálogo Norte-Sur. La reducción de medio punto en las tasas de interés del dólar ha sido acogida con entusiasmo en los medios financieros de Europa y ha repercutido en todas las bolsas; pero es apenas un caramelo, y Europa no lo cambia por el beneficio de las ventas de productos tecnológicos a la URSS y por la esperanza de recibir a un precio aceptable el gas de Siberia. Cuando Reagan y los hombres de la Casa Blanca -como ha hecho el vicepresidente Bushexplican a los europeos que no deben dejarse depender de la URSS, Europa contesta que no puede depender solamente de Estados Unidos.

Hay otras razones. Hay una evidente razón de nacionalismo, y hay una necesidad de no aceptar lo que los marxistas y otros economistas adversos al capitalismo han denunciado: que las multinacionales son verdaderas agencias imperialistas de Estados Unidos y que ejercen por esa vía su dominio sobre Europa de una manera simplemente distinta, pero no menos eficaz que la que ejerce la URSS sobre Polonia por medio de Jaruzelski. No es posible admitir el principio de que la Dresser, la General Motors o la John Brown no trabajan en el servicio del país donde están instaladas y que pagan religiosamente sus royalties por la tecnología, y dan unas facilidades al capital extranjero invertido. Es bastante, y no están dispuestos a pasar de ahí.

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Como no creen que Reagan cree que estas sanciones sean suficientes ni siquiera útiles para aflojar la presión soviética sobre Polonia, como no comprenden por qué al mismo tiempo Reagan permite el crecimiento de las exportaciones de grano de Estados Unidos a la URSS, terminan por pensar que lo que hace Reagan es sancionar a Europa y tratar, efectivamente, de obligarla a depender exclusivamente de Estados Unidos.

Quizá sea verdad en gran parte, pero Reagan tendrá que demostrarlo, y tendrá que ir mucho más allá en la represión de las actividades industriales y comerciales europeas. Tendría que demostrar que las multinacionales le obedecen y que los gobiernos europeos tienen que resignarse a obedecer, a su vez, a las multinacionales. Y eso tendría que pagarlo demasiado caro. Ni siquiera se sabe hasta dónde se podría llegar si esta querella se apurase. Tal vez tenga que ser Washington -el Senado, los lobbies, lo que el general Eisenhower llamaba "el complejo militar-industrial"- quien tenga que contener a Reagan y no dejarle que su sentido primario de las cosas coloque a Estados Unidos en una situación insostenible. Ya le han tenido que parar (o que obligarle a reformarse) en las cuestiones de la economía interior.

En todo caso, es inaceptable que se pueda quebrar más el conjunto que forma lo que entendemos por Occidente. Es un conjunto demasiado plural, demasiado diversificado para formar lo que antes se entendía por bloque: es decir, una unidad absoluta, con cesiones graves de cada parte, para enfrentarse a un enemigo también absoluto. Pero sí es lo suficientemente coordinado y sabe perfectamente lo que no quiere y lo que no acepta, y lo que cada país debe a los otros, como para deshacerse y dispersarse. La evidencia del riesgo es obvia. Tampoco la fisonomía que presenta hoy el comunismo es la de un bloque (en este caso, a pesar suyo, o a pesar de la URSS) y sus modos de acción diversos requieren respuestas diversas. Sobre todo, la unidad que fonna el conjunto de Occidente es la de la diversidad de maneras de enfrentarse con la vida, la de la prosperidad de ideas y de soluciones. Es no sólo su interés, sino también su ideología. El caso del gasoducto no debería ser la razón de una atomización de Occidente. Europa no debe renegar de Estados Unidos. Pero es muy duro que comprenda que lo que expone Reagan sea realmente lo que representa Estados Unidos: ni siquiera lo que conviene a Estados Unidos.

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