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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La superación del inmovilismo centrista

Los partidos políticos son como organismos. Organismos vivos. Y, por tanto, tienen todos los problemas de la vida. Los partidos tienen su juventud, su plenitud -o etapa brillante de madurez- y han de luchar por no ajarse y perecer. En la historia de las organizaciones políticas de la Europa contemporánea encontramos no pocos casos de crisis de salud, pero ninguno tan espectacular, por lo prematuro y galopante de su enfermedad, como el de UCD. Creo que el principal mal que, desde 1979, afectó a su organismo fue el olvido sistemático de la sabia máxima que dejó escrita Tocqueville en el segundo volumen de La democracia en América: "En los países democráticos, los miembros de los parlamentos, los políticos en general, deben pensar más en sus electores que en su partido". No fue así, y los electores, el pueblo, retiraron el apoyo a UCD en Cataluña, País Vasco, Galicia, Andalucía... hasta provocarle el estado de coma. Incluso hay quien se pregunta si, pese a la apariencia de vida, no estamos ya ante un encefalograma plano, porque cuando un gran partido cae es porque ha muerto antes de caer, aunque su propia pesadumbre le mantenga en pie, como al cadáver del elefante de la fábula.Los historiadores coincidirán sin duda en estimar que UCD ha desempeñado, en nuestra transición hacia la democracia un papel tan claro como positivo. Pero difícilmente podrán emitir un juicio favorable sobre la capacidad de reacción de sus dirigentes ante los veredictos adversos del electorado. En general, son reacciones huérfanas de referencia a la realidad. Despegadas de la realidad, carecen de repercusión en la opinión pública. Y, como todo lo que en el campo de la política democrática se teje y desteje de espaldas a la realidad, es más tedioso que interesante, e incluso en ocasiones, por irreal, produce estupor entre la ciudadanía.

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Tal estado de cosas es grave. Prácticamente se han echado enci ma unas elecciones cruciales. La crisis de UCD puede derivar hacia un sistema de partidos con un PSOE hegemónico, frente al que no existe hoy contendiente con posibilidades. Es de temer que la ausencia de una gran fuerza política, que contrapese la del partido socialista, supone un pésimo factor para la estabilidad de la democracia, que es un régimen que, como mínimo, ha de albergar en su seno dos opciones reales. Puede además llegar a dificultar grandemente la integración de amplios sectores de las clases medias en un sistema democrático, afectando e consecuencia a su consolidación. Garantizar el futuro de la democracia en España pasa por supera la crisis del sistema de partido provocada por la consunción d UCD.

Como es sabido, la creación, en 1977, de UCD supuso el intento d superar el esquema de partidos eu

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ropeos. Liberales, democristianos y socialdemócratas (amén de azules y otros núcleos que no tienen parangón en el ancho panorama europeo) coincidieron en un solo partido y lo hicieron fructíferamente a lo largo de la transición y del proceso constituyente, en el que sus divergencias fueron prácticamente nulas. Puestos a gobernar, tras las elecciones de 1979, pronto se vio claro que el programa electoral no era compartido por muchos dirigentes y, parlamentarios centristas. En consecuencia, medio programa se había de quedar en el tintero. Cabe recordar, por vía de ejemplo, la imposibilidad de lograr un acuerdo interno para implantar la televisión privada. No hablemos ya del cheque escolar, de la política a la familia o de la contención del déficit público. Y en lo que se hizo, como el ingreso en la OTAN, nunca faltarán voces centristas disonantes.

Un nuevo partido basado en el humanismo cristiano

En este estado de cosas, ciertos líderes centristas han optado por el hipereclecticismo y por un estilo de improvisación permanente, que recuerda en demasía a los actores de la antigua commedia dell'arte. De esta forma, UCD, como la guitarra de mesón del poema de Machado, suena hoy joya y mañana petenera, o improvisa por su cuenta, en el mejor de los casos, una especie de ecléctica y neutralizada combinación de jota y de petenera, que busca adaptarse al gusto medio de todos los militantes centristas, a la vez que se alejan sin disimulo los oídos de los electores. Y difícilmente así un partido puede cumplir con dos de sus grandes funciones, aquéllas que los mejores especialistas en la materia, como Sartori y Almond, han dado en llamar la canalización y comunicación.

Tras el fracaso del intento centrista de desbordar el cuadro europeo de partidos, lo más sensato es pensar que éste no es casual y que tiene profundas raíces en su razón de ser. Frente al partido socialista no puede haber un magma que sólo logra acuerdos internos suscribiendo planteamientos dotados de la vaguedad de lo gaseoso. Hay que organizar con urgencia un partido inspirado en el humanismo cristiano -aunque con nada confesional- y otro liberal. Por supuesto, a su derecha existe ya un crecido partido conservador, bajo las siglas de AP. Sólo así habrá en el panorama de la política española no socialista algo más que táctica y combinaciones personalistas. Los partidos políticos, los hombres públicos en definitiva, han de partir de una entretela de creencias básicas, sin las cuales los hombres, ni en lo grande ni en lo chico, debemos atrevernos a actuar en los negocios públicos.

No hay que incurrir en la ideocracia, ni mucho menos. en búsquedas de purezas de sangre. Simplemente hay que hacer política de principios. Hay que ha.cer propuestas coherentes y serias a los zilectores y hay que esforzarse al máximo por cumplirlas. Pienso que hoy, en España, necesitamos un partido liberal y otro popular de raíz cristiana que gesten, desde sus principios y en forma demcrática, sendas y sugestivas ofertas para anchas capas de nuestra sociedad. Imagino que un partido iberal que impregnase su programa en la filosofia de la libertad, incluso en la un tanto aristocrática le Tocqueville, quien soñaba por lo demás con la pesadilla del poder estatal, puede comunicarse óptimamente con grandes sectores de la clase alta y media alta de nuestro país. Pero, sobre todo, tengo la seguridad de que un partido popular inspirado en el humanismo cristiano es el vehículo político más idóneo para la comunicación del sentir de las clases medias y populares españolas. Es posible que en ese gran happening que son las páginas sobre política nacional de la Prensa española, no falte quien lance sobre esta fuerza política el estigma tópico y demagógico de la derechización. Nada más alejado de la realidad. Los partídos europeos de estas característícas defienden con contundencia ciertos valores tradicionales, por ejemplo, en el terreno de la política familiar o de la moral pública. Pero, al mismo tiempo, han dado una innegable prioridad a la política social, lo que les ha ganado la confianza estable de amplios sectores de agricultores, maestros, trabajadores encuadrados en los más variados sindicatos independientes y de otras muchas capas populares de la sociedad. Son partidos de ancha base, que nacen y se desarrollan no por obra y gracia del poder y desde el poder, sino por la convergencia de esfuerzos en torno a unos principios y a un programa serio y democráticamente elaborado, con la solidez que ello comporta. Su concepción popular se basa en la afirmación de los principios propios, en la consecución cotidiana del propio programa, en vez de en concesiones permanentes y vergonzantes frente a las tesis del adversario.

Recomponer los moldes democráticos

Otro día volveremos con más calma sobre este populismo, sobre el único populismo que se conoce con tal nombre en la Europa de hoy. Cosa muy distinta es su homónimo meramente retórico, en la práctica inoperante y carente de toda raíz filosófica, porque no creemos que quiera entroncar con la noción de la Volksgemeins chaft, ni con otras tesis afines, que permitió hace varias décadas en Alemania e Italia cierta demagogia social seudo progresista. Hoy, lo que urge es subrayar que, agotada la confianza del electorado en UCD, hay que recomponer los moldes representativos de nuestro sistema democrático en base a las grandes cosmovisiones, a las ideas fuerza que en Europa acreditan día a día su vitalidad y operatividad. Esto hoy es ya evidente y hay que poner manos a la obra si queremos para España una democracia estable y bien gobernada.

Electoralmente, sin embargo, los nuevos partidos no deben venir a desunir, sino a unir. Máxime si no perdemos de vista el decreto ley sobre normas electorales de 18 de marzo de 1977. Esta disposición, que reserva el 75%. de los escaños del Senado al primer partido de cada provincia y el 25% al segundo, dejando sin representación a los restantes, y que prima para el Congreso el voto -obviamente no muy izquierdista- de la meseta, con el único requisito de que lo recoja una sola fuerza política, hizo que en 1977 y 1979 UCD, con el 34% de los votos, obtuviese casi el 48% de los escaños del Congreso y más del 50% de los senadores. Hoy, la misma norma electoral determina que UCD, tras la huida masiva de sus antiguos electores, no esté en condiciones de obtener ni el 10% de los diputados, ni el 5% de los senadores, convirtiendo en voto inútil buena parte del que reciban sus candidatos. En esta situación, la reiterada negativa de UCD a plantear una coalición con AP facilita objetivamente la victoria del partido socialista, con el que quizá algunos dirigentes centristas prevén ya un entendimiento poselectoral.

No vamos a extendernos sobre las razones por las que muchos de los artífices de la norma electoral de 1977 y de la consiguiente coalición que fue UCD -construida básicamente frente al partido socialista- hoy anatematizan a todo el que defiende una fórmula de gran coalición. Baste con constatar que tan sólo hemos escuchado dos tipos de objeciones. De una parte, están las valoraciones negativas e incluso alérgicas respecto de Manuel Fraga. No pienso adentrarme en el examen de filias y fabias. Sólo diré que en la historia política de España hubo ya dos momentos en alguna medida análogos: el veto de la izquierda a Antonio Maura en 1909, bajo el eslogan "¡Maura, no!", y los obstinados esfuerzos de Alcalá Zamora, Martínez Barrio y los socialistas por excluir del juego político a Gil Robles en 1934. De ninguna de esas dos páginas de nuestra historia contemporánea podemos estar muy orgullosos los demócratas españoles. En un régimen democrático, la legitimación que dan los votos populares no se puede desbancar en base a antagonismos personales o juicios de intención.

De otra parte, se argumenta que la presentación de candidaturas separadas aventajaría a la lista de una gran coalición en su mayor capacidad'de captar voto de centro izquierda. Con ello, se desconoce que en las siete primeras ciudades de Galicia y en la generalidad de las poblaciones andaluzas de más de 20.000 habitantes, AP ha quedado muy por delante en votos a UCD. Es decir, gran parte del voto urbano, libre, moderno e informado que fue de UCD se ha trasvasado en altísima proporción a AP. Por el contrario, UCD ha logrado perder menos votos en los pequeños y apartados pueblos rurales, que son más influenciables por los gobernadores civiles. ¿Son éstos los presuntos votos de centro izquierda que se perderían en una coalición amplia?

Una gran coalición

Como en que un partido popular y -aún sin título alguno por mi parte- quiero pensar que posiblemente también un partido liberal, aún consciente de las dificultades de una gran coalición con AP, huérfanos de todo complejo de pasado y dotados de plena confianza en sí mismos, sean capaces de diseñar una ancha alianza electoral que, a la par que preserve su propia identidad, constituya una oferta de cambio sugestiva. Porque el pueblo español desea una democracia estable y un Gobierno eficaz y dotado de la debida autoridad. Y estamos en el deber moral de posibilitar este cambio sin saltos en el vacío.

Post scriptum: mientras intentamos construir el futuro, un futuro a todas luces muy próximo, quienes somos parlamentarios de UCD en la actual legislatura, creo que debemos permanecer hasta el término de la misma en el Grupo Parlamentario Centrista, apoyando con nuestro voto al Gobierno de la nación. Asumir los deberes cívicos para con el porvenir es compatible con cumplir las obligaciones del presente.

Oscar Alzaga es diputado de UCD por Madrid y catedrático de Derecho Político.

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