Vivir como en una cárcel
La vida en una casa-cuartel de la Guardia Civil en el País Vasco comienza y acaba en las paredes del recinto. Fuera, la hostilidad mayoritaria de un pueblo ensimismado en el recuerdo de un pasado muy inmediato
"Esto es como una cárcel", afirma la esposa de un guardia civil refiriéndose a la casa cuartel del País Vasco donde reside con su esposo. Los guardias sólo salen - de allí para cumplir un servicio. Sus familias -las de los pocos que la tienen consigo- se ven obligadas a disimular las escasas e indispensables relaciones que mantiene con la población civil. Un proceso de aislamiento y soledad que ahora se intenta superar con una política de acercamiento al pueblo. La autora de este reportaje pasó varios días en una casa cuartel de una de las zonas más conflictivas de Vizcaya.
Nunca hay una hora fija para comenzar a trabajar en el cuartel, ya que la mejor forma de evitar el atentado es llevando una vida de desorganización organizada. Pero alrededor de las nueve se comienzan a oír botas que suben y bajan escaleras. A unos les espera montar guardia frente a las instalaciones de Iberduero; a otros, en la fábrica de armas mas cercana o en las canteras que rodean al pueblo. Mientras que otro sector espera órdenes en clave. Porque mientras dura el servicio está prohibido hablar con nombres propios. Todo se hace a base de claves, que varían cada semana, aproximadamente, para evitar que sean utilizadas por algún grupo terrorista.Como en un convento de clausura.
A esa mismo hora, los niños salen hacia el colegio, en donde comparten las clases con niños vascos, estudiando, como una asignatura más, el eusquera. Sus madres, por el contrario, suelen levantarse algo más tarde, ya que apenas tienen trabajo y porque muchas noches se quedan hasta tarde jugando a las cartas o haciendo ganchillo. Porque la vida en la casa cuartel es realmente muy monótona. Sólo son once los guardias que tienen con ellos a sus mujeres e hijos. Los sesenta restantes están solos, ya que, o son solteros, o sus familias residen en sus pueblos de origen.
Los hombres no salen del cuartel si no es para cumplir un servicio. Sus horas libres las pasan en sus habitaciones, en el patio o en el bar del cuartel. Cuando se han de comprar ropa de paisano, sus mujeres se la llevan hasta casa para que se la prueben y cuando se han de cortar el pelo, un peluquero se acerca al cuartel. En el caso de los solteros que, de cuando en cuando, tienen que salir a comprarse jabón de afeitar o algo parecido, suelen irse directamente, a Bilbao, donde casi nadie les conoce, en vez de ir al pueblo más cercano. "Pero aun así saben que somos guardias civiles", comentaba Luis. "Los vascos tienen un sentido especial para reconocernos". No van a los cines ni discotecas, y ni siquiera entran en los bares del pueblo a tomarse un vino.
Las mujeres suelen abandonar el cuartel para ir a la compra, y como gran excepción, van a algún pueblo cercano a tomarse un chocolate con churros. En algunas tiendas no les presentan problemas; pero, por ejemplo, las mujeres de los caseríos cercanos que venden pollos y conejos se niegan a que éstas se acerquen a sus casas. También se niegan a ir ellas mismas al cuartel, por lo cual han llegado a la conclusión de que lo mejor es quedar a mitad de cami no. Pero, aparte de estas salidas su vida es casi de clausura. Se reúnen en un piso para coser juntas, hacer laborés, hablar o, simplemente, hacer.ie compañía. Pero ellas piensan que, a pesar de todo, su vida es bastante más relajada que la de sus maridos.
"Cuando se va de servicio yo lo paso muy mal", nos explicaba María, una gallega de veinticinco años. "Estoy nerviosa hasta que le veo volver. Y una vez en casa, pues esto es como una cárcel Siempre aquí, quietos, sin ver a nadie y sin poder salir juntos a nin gún lado. Pero todavía lo pasan peor nuestras familias, que no están aquí. Se imaginan que esto es la guerra y lo pasan muy mal".
Según el capitán del cuartel, ex cura, que ahora dedica gran parte de sus horas a estudiar eusquera este centro necesitaría casi doblar el número de hombres para poder cubrir todos los servicios necesarios. La mayoría de los guardias son andaluces, y un 32%, voluntarios. ' "El voluntario lo es por razones altruistas o por dinero", nos comenta uno de los oficiales, "ya que un guardia gana mil pesetas más diarias en el País Vasco ' o sea, unas 90.000 al mes". Cualquiera de estos hombres, antes de llegar a Euskadi han pasado por una serie de cursillos en Madrid y, ya una vez en su destino, deciden trabajar a tope para poderse des pués tomar un largo permiso junto a sus familias. A los solteros, de cuando en cuando, les dan permi sillos para poder limpiar el sable, o sea, para echar una canita al aire; pero eso sí, siempre lejos de su zona de destino.
Esta vida de concentración hace que se sientan muy unidos entre ellos, "como una piña", comenta Miguel; pero también provoca grandes tensiones. -Comen juntos, cenan juntos, las partidas de dominó también son entre ellos, ven la televisión en la misma habitación, se fuman sus cigarrillos en el pequeño patio que, al mismo tiempo, hace de garaje y, por fin, llegan al bar, que tiene las ventanas protegidas por una tanqueta, para compartir su vino o su leche de guardia, que no es nada más y nada menos que leche con pippermint. Estando de servicio, aún se encuentran algún que otro paisano que los saluda tímidamente; pero este mismo señor, si los ve en la plaza del pueblo o en un bar, se hace el despistado.
Algunos guardias, como Gonzalo, explican que prefieren no saludar a los paisanos, pero no porque tengan algo contra ellos, sino por las represalias que más tarde pueden tener. Concretamente, el Chapuzas, un manitas que lo arreglaba todo, tuvo que dejar de ir al cuartel a causa de las amenazas que recibía.
Unos chicos difíciles de controlar
Controlar sus salidas y entradas, es realmente complicado, ya que varían de coches, de rutas, de horarios. Mientras nos dirijíamos a montar un control en un cruce de la carretera, con la posibilidad de encontrar armas, Manuel y Mario iban explicando, como si de una guía gastronómica se tratase, el lugar en donde habían ido cayendo los muertos. Una vez en el cruce, el servicio de control se montó en ,cuestión de segundos, pero su efectividad sólo duró tres minutos. Rápidamente, los conductores comienzan a hacerse señales con el objetivo de avisar la proximidad de un control policial. Después de la inspección, es fácil encontrarse en la cuneta algún revólver de uno de los posibles revisados, ante la imposibilidad de hacer un giro en su dirección.
Por parte de los oficiales y jefes existe una actitud permanente de buen humor y optimismo con la idea de aumentar el ánimo de los guardias. Pero eso no siempre se consigue. Incluso en alguna ocasión puede sonar a grotesco si se tiene en cuenta el ambiente de soledad que les rodea. Pero este aislamiento no viene sólo dado por el rechazo de la sociedad vasca, sino también porque, por razones tácticas, han decidido restringir sus actividades. En estos momentos, su única obsesión es conseguir acercarse a la población. Y con esta finalidad ya ha comenzado a funcionar una filosofía de comportamiento más o menos institucionalizada.
Se recomienda a los guardias que el arma larga se lleve hacia arriba o hacia abajo, pero nunca en posición horizontal. Conscientes de la vida especial que llevan se hace un llamamiento al no uso excesivo de bebidas alcohólicas n al juego. Piensan que se debe evitar el hablar de temas políticos en público, y que se debe tener un trato correcto con todos los ciudadanos, aun pensando que no siempre serán correspondidos. Este punto es el que más valoran los jefes y oficiales: "Hay que extremar la cortesía con la población civil", para ello afirman que no se puede ni debe caer en la trampa de cree que el pueblo vasco es enemigo de la Guardia Civil. Opinan que cualquier error es un paso atrás en esta nueva imagen que quieren crear, y por ello se aconseja a los guardias que no lleven el arma cuando van de paisano, ya que un 50% de los incidentes han sido con armas en lugares como discotecas o salas de fiestas.
Uno de sus objetivos es hacerse ver lo menos posible, excepto cuando la población lo necesita porque alguien se ha perdido en el bosque o porque ha habido un aparatoso accidente. Por esa razón han decidido no preocuparse ya más de si los bares cierran a su hora o de si aparecen pintadas en las paredes. Y con esta actitud lo que hacen es descargar muchas responsabilidades sobre la Policía Nacional o la Municipal. Si no se cometen lo que ellos denominan desmanes, no tienen la más mínima intención de participar en la disolución de manifestaciones, y, en el caso de tener que hacerlo, ya tienen pensado de antemano los hombres que enviarán a éstas, eligiendo los más equilibrados y tranquilos.
Existen incluso normas recomendatorias de cómo atravesar las ciudades en momentos de aglomeración o la velocidad más adecuada para evitar accidentes a la población civil.
Pero, frente a esta serie de nuevas actitudes, la población se mantiene, en líneas generales, escéptica. Un conocido miembro del PNV de la localidad en donde se encuentra la casa cuartel nos comentaba, mientras veía a una tanqueta recorrer la ciudad: "Más vale que sigan tranquilos y en su cuartel. Pero para convencernos de que su actitud ha cambiado tendrán que pasar todavía mucho tiempo y muchas cosas".
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