Calvo Sotelo: concluye el primer plazo
Los CIEN días de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno son, a la vez y sobre todo, los cien días siguientes al golpe de Estado frustrado del 23 de febrero. No se trata tan sólo de una coincidencia, sino de la profunda interconexión entre las repercusiones del alzamiento sedicioso sobre nuestra vida pública y la valoración de la labor desarrollada por el sucesor de Adolfo Suárez.Aunque la dimisión inexplicada de Suárez como presidente del Gobierno aparece hoy infinitamente más lejana de lo que la cronología enseña, existe suficiente memoria colectiva para recordar que la designación de Leopoldo Calvo Sotelo por su predecesor, presentada como hecho consumado al sector crítico centrista y sometida como cuestión de trámite al II Congreso de UCD, fue realizada en circunstancias políticas radicalmente distintas a las creadas por el asalto y secuestro del Congreso de los Diputados a manos de una banda armada de facciosos. Leopoldo Calvo Sotelo, que había desempeñado las carteras de Comercio, Obras Públicas y Relaciones con Europa en sucesivos gabinetes y había sido ascendido a la vicepresidencia de Asuntos Económicos en septiembre de 1980, parecía destinado a administrar con pulcritud la grave crisis económica por la que atraviesa el país, a servir de apaciguador de las tensiones y crispaciones desatadas dentro de UCD durante los últimos meses y a rellenar con neutralidad tenocrática el período que separase su investidura de las próximas elecciones. No es un líder político, pero no tenía por qué serlo: se buscaba un gestor y no un hombre de Estado. A lo largo del debate de investidura, y especialmente en el discurso del candidato, ya se pudo apreciar que el antiguo vicepresidente no parecía demasiado dispuesto a guardar ausencias y que, una vez más, la ilusión de reinar después de dimitir también iba a resultar infundada en esta ocasión. En cualquier caso, la irrupción de los guardias civiles rebeldes en el Congreso desvaneció cualquier posibilidad de que el nuevo Gobierno fuera el leal albacea del anterior o el disciplinado peón de brega del siguiente. La atroz estampa de barbarie puesta en escena por la cuadrilla capitaneada por Tejero mostró, por lo demás, hasta qué punto eran falsas las especulaciones del candidato a la investidura acerca de la conclusión de la transición y la entrada en la normalidad democrática. Antes bien, la transición se rompió a tiros de metralleta, y la clase política y el Gobierno se enfrentaron con la única realidad: o se reformaba el Estado -amenazado desde el interior por sectores rebeldes- o el Estado mismo perecía.
Ese cambio sustancial en los objetivos y las tareas de gobierno puede teñir de cierta injusticia las críticas dirigidas contra un presidente que había aceptado el cargo creyendo que serían muy otros los problemas de los que tendría que ocuparse. Leopoldo Calvo Sotelo se vio de pronto enfrentado con la tarea de defender los fueros del poder civil, desactivar los dispositivos golpistas situados de manera obvia en sectores de los institutos armados y proteger el desenvolvimiento de las formas democráticas y de la actividad parlamentaria. Elegido por sus pares y propuesto por Adolfo Suárez para reconducir hacia la derecha el rumbo del Gobierno, Calvo Sotelo se vio sorprendido por un espectacular volquetazo de toda la vida pública hacia el conservadurismo, la prudencia y el temor.
La labor de desbaratar la latente conspiración sediciosa sin provocar, con la realización de ese desmontaje, la repetición del golpe de Estado es algo que desafía a la imaginación, al coraje y al temple de cualquiera. El tiempo dirá si Calvo Sotelo es capaz de afrontar con éxito ese reto. Hasta ahora los datos son poco optimistas. Desde la liberación, con arma incluida, de los sediciosos guardias civiles que dispararon contralos diputados hasta la crispación y torpeza exhibidas por el Gabinete en la cuestión del Banco Central hay muchas cosas que sugieren que el poder civil no se hace respetar en este país por los llamados poderes fácticos.
En el campo de la seguridad ciudadana y de las libertades públicas no cabe, desgraciadamente, registrar avance alguno. El terrorismo de ETA ha seguido su carrera criminal y los GRAPO han escenificado una de sus habituales, sangrientas y sospechosas resurrecciones. La creación del Mando Unico Antiterrorista no parece, hasta ahora, haber descendido desde los papeles oficiales hasta la calle. Los atroces sucesos de Almería, cada vez más macabros conforme se van filtrando noticias sobre su desarrollo, fueron tapados inicialmente por el Gabinete de Leopoldo Calvo Sotelo de una manera indigna de un poder civil democrático y mediante unas prácticas de silenciamiento y de cautela que contrastan vivamente con las imprudencias y ligerezas cometidas en el asunto del Banco Central por el Gobierno, e injustamente endosadas a la Prensa. El cese de Iñaki Gabilondo como director de los servicios informativos de Televisión Española parece indicar que Leopoldo Calvo Sotelo no es demasiado amigo de la libertad de expresión cuando la palabra o la imagen contrarían sus deseos o critican al poder. El tiempo dirá si esa decapitación es, como algunos dicen, el comienzo de una degollina a lo Herodes de periodistas y un síntoma de esa enfermedad atípica que es la interiorización del programa mínimo del golpismo por el Gobierno.
La política económica de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente prosigue la que esbozó cuando era vicepresidente de Suárez, sin que las promesas de liberalización y flexibilización propugnadas por el Ministerio de Economía y Comercio terminen de ser mínimamente congruentes con los obstinados y berroqueños esfuerzos del Ministerio de Industria por imponer su intervencionista y corporativista política de reindustrialización. Las conversaciones del Gobierno, las organizaciones empresariales y las centrales sindicales significan en cambio, después del acuerdo de ayer, un notable éxito para el presidente y una esperanzadora vía para frenar ese paro galopante que amenaza con el hambre a las regiones meridionales y con la dislocación social al resto del país.
El presidente del Gobierno se calzó las botas de las siete leguas para correr hacia la integración en la OTAN, pero no ha podido impedir que nuestra marcha hacia el Mercado Común continúe a paso de tortuga. La vocación atlántica de UCD es una opción respetable, pero no lo es tanto el propósito del Gobierno de acelerar atropelladamente su aceptación por el Congreso sin mayoría cualificada y de utilizar contra sus críticos argumentos maniqueos y malévolos sacados del arsenal de la guerra fría. En cuanto a la política de concertación autonómica, el plazo ganado por el Gobierno y el PSOE al pedir a una comisión de expertos un dictamen cuyas conclusiones se sabían ya de antemano ha sido un tiempo perdido para adoptar, de una vez, la estrategia política que saque del callejón sin salida a los estatutos en curso de tramitación. En este terreno parece necesario señalar que las alarmas y las reticencias de catalanes y vascos, temerosos de que el Gobierno les pase la factura de los platos rotos por otros el 23 de febrero, no han sido todavía disipadas.
Queda, finalmente, el tema, lateral y polémico, del talante, el estilo, las maneras o los gestos de Leopoldo Calvo Sotelo. Sobre esta cuestión todos los gustos son posibles y todas las opiniones disponen de argumentos. Pero es evidente que un Estado no se administra, un país no se gobierna y una conjura no se desmonta simplemente porque el presidente del Gobierno sea estirado o campechano, serio o sonriente, distante o cordial, retraído o extravertido. Necesita de la confianza de los electores y de la credibilidad del país.
Nunca ha habido en este pueblo tantas ganas como ahora de que el Gobierno acierte, pues su fracaso amenaza con ser el fracaso de todos. Calvo Sotelo se beneficia tristemente del miedo de la sociedad española. La oposición parlamentaria, la Prensa, los sindicatos, los círculos de opinión estiran al máximo el razonable argumento de que no se debe debilitar al Gobierno constitucional cuando los enemigos armados de la Constitución acechan. Pero no debe sucumbir al espejismo: la prudencia de los otros no mejorará por sí sola la imagen y la realidad de su gestión. Y ésta se pondrá definitiva y dramáticamente a prueba el día que se demuestre que un Gobierno monocolor de UCD, presidido por Leopoldo Calvo Sotelo, es capaz de garantizar la realización del juicio contra el golpismo criminal del 23 de febrero y de convocar y amparar unas elecciones generales libres en este país. Los primeros cien días de su gestión para nada resuelven las dudas a este respecto. El plazo inicial que la opinión pública le concedió ha concluido.
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