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Los errores ante Checoslovaquía dejaron a España sin medalla

ENVIADO ESPECIALCada día le aparecen nuevos verdugos a España. Ayer llevaban nombre checo, y la selección, que volvió a estar cerca del triunfo, perdió el encuentro por culpa de los mortíferos tiros de media distancia de los checos, pero, sobre todo, porque dejaron muchos huecos a la hora de defender en el centro de la zona y Kripilak y Kos hicieron mucho daño, un daño que en esa parte del campo es irreparable. Si el aro está cada vez más cerca de los jugadores en altura, no se puede dejar que lo esté también en la superficie. Esta fue, en líneas generales, la única y simple historia del partido entre España y Checoslovaquia.

Hay que volver a decir que el equipo español lucha mucho y bien, pero está algo quemado a estas alturas de la temporada, con jugadores que intervienen en tres frentes con sus clubes. Ayer, la selección volvió a caer en el mismo pecado de estos días anteriores, y es que en los segundos tiempos se viene abajo. Por si fuera poco, Díaz Miguel, que ahora sí tiene banquillo, utiliza a muy pocos hombres y, queriendo como quiere presionar en casi todo el campo, conviene dar entrada al mayor número de jugadores posibles, sobre todo si tenemos en cuenta que los que ayer se mantuvieron inéditos (Solozábal tan sólo jugó un minuto) eran nada más y nada menos que Brabender, Romay, Fernando Martín y Flores, un quinteto verdaderamente envidiable. Además hay que tener en cuenta que todos ellos, excepto Flores, que no ha tenido oportunidad, cumplieron muy bien sus cometidos cuando saltaron a la cancha.

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Desde hace mucho tiempo, el problema que siempre tuvo el equipo español fue el de la falta de banquillo. Ahora que hay problemas de exceso a la hora de confeccionar la lista de los doce, también es el cansancio y la altura lo que le hacen perder partidos a la selección. Pero Fernando Martín y, sobre todo, Romay están por encima de los dos metros. De esta manera, poco a poco se va cayendo en los errores de siempre. Esta vez, en gran parte hay que imputárselos a Díaz Miguel, que ayer no estuvo muy acertado en la dirección del encuentro. Tal y como se desarrollaron los cuarenta minutos, los nombres citados tenían que haber saltado a la cancha sin duda alguna y, al margen de los gigantes, de forma especial Solozábal, que hubiera rendido a satisfacción ante un equipo que hace un gran baloncesto, como es el checo. El base azulgrana, ya está dicho varias veces, es quizá el base más inteligente del baloncesto español.

La idea con que salió el equipo a la cancha, es decir, el planteamiento del partido, no fue malo ni mucho menos. Pero para hacer ese tipo de defensa, es decir, con acoplamiento, hace falta una preparación física envidiable, y de no contar con ella, por lo adelantado de la temporada, hay que utilizar el máximo de hombres. A la hora de atacar, aunque se cometieron algunos fallos, hay que calificar de notable al equipo español. Ocurre que, enfrente, los checos obtenían sobresaliente y por primera vez desde hace mucho tiempo se pudo ver cómo un equipo encarriló el partido a base de tiros de media distancia, pero hay que convenir que lo de Havlik y Brabenec de ayer no es normal. Por si fuera poco, Kropilak, el play boy del baloncesto checo, tuvo un día inspiradísimo.

La idea de subir al podio la tenía la selección desde antes de salir hacia Bratislava. Según avanzó el torneo, se empezó a acariciar la medalla con más fuerza. Después de ganar a Italia se convirtió casi en una necesidad. Quizá se olvidó que los rivales que quedaban estaban lejos del resto. Tras las derrotas ante la URSS y Yugoslavia vino primero la desilusión, pero inmediatamente surgió la esperanza del bronce. Ya era un poco tarde. Los checos se habían crecido, y el equipo español, ya está dicho, está quemado, y, por muy buena voluntad y mucho corazón que ponga, no puede.

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