Víctor Manuel con la palabra "libertad"
El sonido estaba ciertamente muy alto, demasiado para una música que no tiene nada que ver con el rock and roll y los espectadores que llenaban el teatro Alcalá de Madrid durante los recitales que allí ofreció esta semana Víctor Manuel; eran, sin duda, fervorosos y seguros. Pero sobre la ancha negrura de la gran platea y junto a los palcos y hasta casi el techo, revoloteaban, llenas de satisfacción por el éxito del cantante, tres lechuzas de ilustrísima cabeza. Yo creo que eran Antonio Machado, León Felipe y acaso -a esta última se la distinguía peor- Pablo Neruda o Ernesto Cardenal. Un buen plantel para festejar, como geniecillos tutelares, las dos palabras que el asturiano Víctor Manuel más repitió entre el fervor de su público: digo amor y digo libertad.
El concierto estaba montado sobre esos dos pilares básicos en los temas y letras del cantautor, pero sus explicaciones al público -salvo para contar leyendas de la mitología popular asturiana, como trasgu- siempre incidían más, hablando muy desenvuelto y muy progre, en la libertad.
Como una respuesta generosa a nuestro mundo y con pretensión de enardecer al oyente, en muchas canciones de las que Víctor Manuel cantó el jueves renacía la poesía social. Canción de la esperanza era un himno contra el desencanto, aunque Víctor aclaró que él (como tantos otros) nunca estuvo encantado. Muerto el perro (recitaba) no se fue con él la rabia Todos sabíamos -esa es la magia del mensaje social- de quién y de quiénes se hablaba. Alguna parada y fonda sentimental, para seguir en seguida el tema que más le aplaudió la gente, la querida palabra libertad.
Palabra sagrada
Homenaje doble a Eluard y a esta realidad nuestra. Canciones como El cobarde, De una sola manera (de una sola manera se pronuncia tu nombre, libertad), Pido la paz y la palabra (una de las lechuzas se transformó en Blas de Otero) incidían en el canto colectivo y en la necesaria exaltación de la palabra sagrada. Hasta el final de una breve canción contundente (según Víctor Manuel, compuesta antes del 23-F) y que concluye: aquí cabemos todos / o no cabe ni Dios.
Sin embargo, tampoco faltaron en el recital las canciones de fuerte amor (como, ¡ay!, amor) o la nueva faceta del cantautor -en la que me parece debe perservar- con temas suavemente marginales y melódicos, como Sólo pienso en ti o Quién puso más, en que se habla de dos hombres solos (al final de una vieja historia) treinta años frente al dedo acusador. O esos otros poetizantes, con voluntad de magia, como La sirena (canción mucho mejor que Trasgu), cuyo final contiene resonancias de eróticos suicidios célebres: Y la brisa repetía: / ven al fondo, / ven al agita.
Salió también Ana Belén a escena -con gran contento de todos los amantes de la pareja- y fue presentada por Víctor Manuel como «una chica que me hace los coros, a veces, que es muy guapa Y que se llama Ana».
Hubo amor y magia; pero, sobre todo, ese continuo homenaje a la palabra libertad. A petición del público, Víctor Manuel, muy aplaudido, cerró el triunfante concierto cantando su primer tema de fama: El abuelo Víctor.
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