"Play time" de Jacques Tati una crítica de la vida moderna
Está convirtiéndose en costumbre veraniega la proyección de películas de Jacques Tati: Día de fiesta, Mi tío, Las vacaciones del señor Hulot, Tráfico, y ahora, Play time. Todas ellas van a estar presentes en la cartelera madrileña, en una especie de homenaje al humor universal del director francés.Jacques Tatischeff, Tati, de ascendencia rusa, comenzó su carrera artística representando pantomimas en los teatros de París y tuvo varias experiencias fílmicas inspiradas en las películas de sus admirados W. C. Fields y Buster Keaton. Pero su debú cinematográfico en toda regla fue con Día de fiesta, en 1947, que fue recibida por los exhibidores con cierta reserva, pues temían que el humor que contenía no iba a ser captado por el público. Esto no fue así, y el estilo Tati encantó no sólo en Francia, sino en todos los países donde se proyectaba. En 1949 obtuvo el premio a la mejor dirección en la Bienal de Venecia, y en 1950, del Cine Francés.
Tati se propuso crear un personaje universal, un tipo corriente y vulgar, desbordado por los excesos de la vida moderna, despistadísimo y amante de la sencillez. Entonces nació Hulot, monsieur Hulot, y de este individuo, interpretado por él mismo, se ha servido Jacques Tati para mostrar «esa clínica de enfermos mentales que es el mundo». Y sin esforzarse en la ridiculización, ya que piensa que las situaciones límites provocadas por los excesos del progreso son ridículas en sí mismas.
En Las vacaciones del señor Hulot (1951-1953), los ciudadanos huyen de la enloquecedora urbe para encontrarse de nuevo masificados en lugares de veraneo, más desquiciantes todavía. En Mi tío (1957-1958), los electrodomésticos, que se supone, facilitan la vida en el hogar, acaban por complicarla al máximo, y en Tráfico (1970-1971) asistimos al paroxismo derivado de la conducción automovilística. No contento con el friso caótico aparecido en sus anteriores películas, Tati prepara (desde 1977) Confusión, título que define -según él- nuestro estado mental, porque «ciertamente, tenemos ascensores, agua caliente, confort, pero el precio ha sido altísimo: se ha acabado la fantasía. Sólo los niños conservan la imaginación»,
En Play time, hecha en dos años (1965-1967), y con los mismos problemas de dinero que los otros filmes, Tati vuelve a la carga: «la defensa del individuo frente a esta organización social superautomatizada que padecemos», y de paso da un toque sobre la invasión idiomática anglosajona.
Tati juega (play) con el tiempo (time) y con el espacio de sus personajes. No pone obstáculos a sus viajes de locura: por el contrario, les anima y les deja que vean cómo todos los aeropuertos, todas las ciudades, todas las calles y todos los rostros son esencialmente los mismos.
Para rodar esta película, Gran Premio de la Academia de Cine de Francia, Jacques Tati construyó unos enormes estudios al aire libre. Una auténtica ciudad en la que se utilizaron 50.000 metros cúbicos de hormigón, 4.000 metros cúbicos de plástico, 3.200 metros cuadrados de armazón de madera y 1.200 metros cuadrados de cristales. Los edificios, montados en raíles para su desplazamiento, disponían de calefacción central y dos centrales eléctricas permitían, gracias a los potentes focos, mantener sol artificial y permanente.
Más que una crítica sin más de la arquitectura moderna, Tati quiso reflejar los efectos despersonalizadores de la misma. «No estoy en contra de que los niños en los colegios gocen del sol tras enormes ventanales. Pero nuestro universo se está convirtiendo en algo anónimo y uniforme».
Babelia
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