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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Carter, a la cabeza

LAS POSIBILIDADES de que el elector norteamericano se encuentre en un serio apuro de conciencia al votar en el mes de noviembre -«el primer martes después del primer lunes»- aumentan cada día. Elegir entre Carter o Reagan para dirigir el país en un momento de crisis nacional y de crisis internacional agudas no será una situación envidiable. Muchos lo resolverán inclinándose hacia «su» partido; pero la mayoría -inmensa- de la nación no tiene partido, ni siquiera una opción política predeterminada. Oscilan según los acontecimientos y su situación personal les aconsejen, y se dejan atraer por una cierta irradiación personal de los candidatos. En este caso, los acontecimientos y las situaciones personales están sujetos a una reconsideración casi diaria, y las personalidades de los candidatos del momento no irradian mucho de satisfactorio.Carter y Reagan, sin embargo, van progresando en las «primarias». El incidente de Nueva York, el de Connecticut (victorias de Kennedy) no son significativos. Wisconsin y Kansas han vuelto a poner la carrera de las candidaturas en los mismos términos en que comenzó. Carter tiene ya 852 compromisarios de su partido asegurados para la convención (necesita 1.666) y Reagan 390 (necesita 998). Es necesario advertir, sin embargo, que el sistema electoral norteamericano es enormemente complicado y que los triunfos en las «primarias» no suponen obligatoriamente la nominación en las convenciones. En primer lugar, las primarias son relativamente pocas: no se celebran en todos los Estados. En segundo lugar, en muchos de esos Estados los compromisarios elegidos no están forzados por una disciplina rígida y pueden cambiar de opinión en el curso de la convención, según vean las posibilidades de otros candidatos, o según la «maquinaria» del partido considere otras posibilidades que puedan serle más favorables en las elecciones presidenciales. No siempre, en la historia de Estados Unidos, las convenciones han designado al vencedor claro de las primarias. Y alguna vez ha aparecido, al final, el hombre inesperado -el dark horse, o caballo oscuro, en el lenguaje político-, que ha sopesado a quien ya parecía vencedor. Las primarias son indicativas y son, sobre todo, una forma que tiene el partido de escrutar la opinión pública. Quiere decirse con todo ello que Carter y Reagan pueden no ser los designados finales, y que lo que vaya sucediendo en el país y en el mundo puede modificar la sensación que hay ahora de duelo final entre estos dos caballos cansados y un poco decepcionantes.

Todo ello, naturalmente, sin subestimar su importancia. Carter tiene a su favor el hecho de ser presidente en ejercicio, que tradicionalmente -aunque haya excepciones- es siempre presentado por su partido para el segundo y último término presidencial; y tendrá también a su favor, en noviembre, la misma tradición -también con excepciones históricas- de que el presidente que repite su candidatura es elegido. Hay más datos en su favor. Uno de ellos es la moda antisoviética dentro del espíritu del neoaislacionismo americano. Otro, que el país tiene mayoría demócrata, como se viene demostrando en las elecciones para el Congreso y los gobernadores desde hace años. La ventaja de Reagan, dentro de su propio partido, está en la nulidad de sus oponentes. Si llega a las elecciones presidenciales, podrá tener también el beneficio de que la abstención ataca más a los demócratas, aun siendo mayoría en el país, que a los republicanos. Sin embargo, el Partido Republicano puede considerar, precisamente por el desarrollo de las primarias y de la opinión pública, que no es candidato suficiente para oponerse a Carter. De los dos hombres de cabeza en las primarias es el que tiene más posibilidades de verse desbordado a última hora, dentro de la misma convención de su partido, por alguien másjoven, menos gastado y quizá menos conservador.

Pesando estos datos, con la provisionalidad con que puede hacerse, dada la alteración diaria de circunstancia, y sólo con el abono de lo actual, podría hacerse el pronóstico de que Carter va a ser reelegido presidente de Estados Unidos. Podrá también suponerse que, una vez reelegido, aparecerá de una forma distinta a como es ahora: más sereno, más contenido. El tipo de tensión que está sosteniendo hoy será muy difícil de mantener cuando las elecciones hayan terminado. Todo esto es así hasta nueva orden; es decir, hasta que cualquier suceso de cualquier índole altere los datos. Y eso todavía puede suceder.

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