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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La balanza, desequilibrada

LAS DIFICULTADES económicas continúan en aumento. Ahora le llega el turno a nuestra balanza de pagos, que desde mediados de 1977 había protagonizado unos resultados excelentes. La mayor parte de los males que se nos avecinan por este lado provienen de los nuevos y continuos aumentos en los precios de los crudos de petróleo, porque todavía las exportaciones se defienden con decoro.Hace unos días, el presidente de la Asociación Española de Banca Privada calculaba para el año 1979 un déficit de la cuenta corriente (saldo de operaciones, de mercancías, servicios y transferencias) de la balanza de pagos de 1.563 millones de dólares. El cálculo del presidente se hacía tomando las cifras de importaciones sin descontar el valor de los fletes y seguros, pero volviendo a contar estos valores como gastos en el lado de los servicios. Creemos que el sistema es erróneo y que, de descartar los fletes, la balanza tendría aún superávit por cerca de mil millones de dólares. Pero el caso es que nadie ha reparado en ello, quizá por la sencilla razón que ya se esperaba que en 1979 la balanza de pagos debía arrojar resultados negativos.

Como decimos, esto no sucedió el año pasado, pero comienza a suceder en éste. Las cifras de la Dirección General de Aduanas del mes de enero muestran un crecimiento en dólares de las importaciones del 43,4% sobre el mismo mes del año anterior. El motivo principal es el petróleo, cuyo valor crece en un cientó por ciento a causa de un ligero incremento en la cantidad importada y de una dramática alza de los precios. El precio del barril pasa de 13,5 a 26,5 dólares entre enero de 1979 y enero de 1980. A continuación del petróleo, el mayor avance lo registran los bienes de consumo, que ya en 1979 habían crecido por delante de los otros capítulos de la importación.

El impacto de los nuevos precios de las importaciones no ha podido ser contrarrestado con el crecimiento de las exportaciones. Las cifras de enero de 1980, con un crecimiento en dólares del 11% sobre el mismo mes de 1979, parecen apuntar hacia el pesimismo. Los resultados en la evolución de ingresos y pagos en las cuentas del Banco de España arrojan para los primeros dos meses del año un saldo negative, en las operaciones corrientes de mercancías, servicios y transferencias de unos mil millones de dólares, cuando en idénticas fechas del año anterior el resultado era ligeramente positivo.

En el año 1979, sobre todo en su primera mitad, para tratar de corregir la tendencia a la apreciación de la peseta, se procedió a una liberalización de algunas importaciones y a la reducción de los aranceles. Estas iniciativas favorecieron el crecimiento de las importaciones y al mismo tiempo sirvieron de freno al alza de los precios. Pero la actuación unilateral de reducir los niveles de protección en un marco institucional que deja muy pocas posibilidades a las empresas españolas para ajustarse a los estímulos de una mayor competencia puede estar teniendo un efecto excesivamente perturbador. Es lo que suele ocurrir cuando en un mercado intervenido se levantan algunas prohibiciones y se mantienen otras. Por ejemplo, la industria auxiliar del automóvil tiene ahora que competir sin aranceles con las importaciones de elementos que, en régimen de importación temporal, realizan los productores de turismos. Esto no sería malo si al mismo tiempo la industria auxiliar pudiese importar a precios internacionales los productos siderúrgicos o los materiales necesarios para sus fabricados y, a su vez, disfrutar de la posibilidad de ajustar sus efectivos de personal en condiciones equivalentes a las de sus competidores. Como las cosas son de otro modo, la industria auxiliar del ,automóvil y de otros muchos sectores esperan la llegada de una nueva depreciación de la peseta, que, una vez más y ocasionalmente, les conceda una ventaja competitiva. Pero este mecanismo tiene un gran coste: el incremento de los precios de importación, que clara y contundentemente repercuten en los precios interiores. El índice del coste de vida se irá todavía más hacia arriba y lo mismo les sucederá a los salarios. En definitiva, vuelta a más inflación y más paro.

La solución es difícil, y sobre todo, dolorosa. Por un lado, no hay otra alternativa que tratar de conservar energía (en el mes de febrero, y contando sólo veintiocho días, el consumo de productos petrolíferos distribuido por Campsa aumentaba un,20,4% sobre febrero de 1979 y el total de los dos primeros meses lo hacía en un 12%). Por otro, la política monetaria y fiscal deben trazar con decisión y claridad sus líneas de crecimiento. Paralelamente hay que empezar a poner en práctica un sistema de relaciones laborales que permita que las empresas dinámicas y bien organizadas no se encuentren abocadas a la suspensión y al cierre. Cualquier otro camino no conduce a ninguna parte, aunque, a cortísimo plazo, utilizar la depreciación de la peseta permitiera hacerse algunas ilusiones.

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