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La heredera al tono holandés suscita ciertos recelos

Soledad Gallego-Díaz

El anuncio de la abdicación de la reina Juliana de Holanda ha provocado en los Países Bajos una auténtica oleada de demostraciones de afecto: Un coro de alabanzas, titulaba uno de los diarios de mayor tirada. Desde el partido en el Gobierno, democrata-cristiano, hasta el Partido Comunista, todos los líderes políticos se deshacen en elogios hacia la vieja reina. Sólo un diputado del Partido Radical, DC, especie de ultraderecha holandesa, Leo Jansen, se ha atrevido a declarar: «No tiene importancia.»

Pero si todas las voces son unánimes con respecto a Juliana (el jefe de la oposición socialista dijo: «Ama tanto la democracia que la consideramos como uno de los nuestros»), no todas las opiniones coinciden con respecto a la princesa heredera, Beatriz. El diario conservador De Telegraaf, ni tan siquiera la menciona, y otros recuerdan que Beatriz no tiene la simpatía natural de su madre. «Es algo pretenciosa», afirman algunos periodistas que han realizado viajes en su compañía. Al margen de la anécdota, los comentaristas políticos de los Países Bajos estiman que la personalidad de la reina Juliana ha permitido a la monarquía holandesa configurarse como un símbolo de la unidad de un país muy dividido en otros as pectos, entre ellos el religioso. Constitucionalmente, la corona desempeña un importante papel a la hora de designar al presidente del Gobierno. Nadie ha puesto jamás en duda la actuación de la reina Juliana en esos momentos, pero Beatriz puede encontrarse con mayores dificultades porque está mucho menos «arropada» de popularidad».

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