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Reportaje:

Ochenta museos en Madrid, casi todos desconocidos

A la hora de buscar las razones del desconocimiento general de los madrileños sobre los museos de su propia ciudad habría que responder que la primera dificultad estriba en la falta de información. De la existencia y ubicación de muchos de ellos, la mayoría de las veces el paseante curioso puede enterarse cuando va caminando por la calle y ve una placa que dice «Museo de tal...». Algunas guías urbanas recogen la relación de museos, pero, sorprendentemente, el fiarse de ellas puede suponer la pérdida de más de un día completo a la búsqueda de una determinada sala.Como ejemplo está el Museo de Africa. La dirección que aparece en las guías es Castellana, 5, sede del Ministerio del Interior. «El Museo de Africa, por favor.» «Ya no está aquí, pregunte en el puesto de Alcalá Galiano. Aquí no sabemos dónde lo han trasladado.» Es la pregunta y respuesta entre un interesado y un guardia civil del Ministerio del Interior. Al llegar a la dirección indicada, uno de los responsables del control de entrada asegura que todos los objetos del museo están expuestos en Alfonso XII, 26 ó 36. Bueno, si todavía hay tiempo y permanece el interés, se puede uno acercar a esta última dirección. En el número 26 el portero asegura que no es allí, pero que está prácticamente convencido de que está en el mismo edificio del Museo de Arte del Siglo XIX. Si se entra por la puerta que da a Alfonso XII, el visitante puede recorrer, entre sorprendido y pasmado, varias salas sin que hasta llegar al segundo piso se encuente a nadie. Allí, dos conserjes responden entre sorprendidos y asustados: «¿El Museo de Africa aquí?» «¿Pero quién le ha dicho eso?» Tras repetir la larga perorata del origen de la búsqueda y con ganas de colaborar, te dan el teléfono para que llames a información. «Marque el 003. Seguro que ahí la dicen dónde está, para que luego no diga en su periódico que no hemos colaborado con usted. »

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Las mismas dificultades se plantean a la hora de localizar los fondos del Museo del Teatro. Al traslado -teóricamente al Real- no le acompaña la menor pista para orientar e informar a quien esté interesado en la historia del teatro español. Tras aporrear la puerta de la calle de Beneficencia (nadie se ha molestado en quitar el despistante rótulo de Museo del Teatro), toda la información que puede conseguirse la da un conserje uniformado que asegura no saber el paradero de los trasladados objetos.

La lluvia, otra dificultad

Las barreras para acceder a cualquier museo madrileño pueden ser variadas, pero la que más puede sorprender al visitante es la del Museo Naval. Si está lloviendo, no se puede pasar. Y si ha escampado por la tarde y se repite el intento, la sorpresa puede elevarse al cuadrado cuando se oye: «¿Entrar al museo ahora?, pero si llovió por la mañana. Ande, si no le importa, mañana, a partir de las diez, puede entrar.»

Luego están los permisos de entrada que hay que solicitar para ver aquellos museos en los que la entrada de extraños pueda suponer un conflicto (Penitenciario, Policía) o los que, por falta de personal, se ven forzados a limitar la entrada (Farmacia Hispana). Los permisos, en general, no se dan a cualquier persona. Solamente a gente cuyos estudios estén en relación con el tema al que esté dedicado el museo, personas vinculadas a la casa o gente que de alguna manera tenga una mínima relevancia social.

«Aquí solamente entran alumnos de la Escuela», explica el director del Penitenciario, « porque el museo les sirve de complemento a sus clases teóricas. Este tipo de locales puede abrirse a grupos de estudiantes que de alguna manera estén relacionados con el tema, pero lo que no podremos hacer nunca será poner un cartel en la puerta y que aquí pase todo el que quiera. La seguridad del establecimiento no nos permite realizar algo así.»

Otras razones para la restricción se deben a la falta de personal especializado para mostrar el museo y encargarse del mismo. Todo ello nos da algunas de las claves del desconocimiento general de muchos museos de la ciudad.

Museo Penitenciario

El Museo Penitenciario, propiedad del Ministerio de Justicia, está en el mismo edificio de la cárcel de Carabanchel, concretamente en la parte ocupada por la Escuela de Estudios Penitenciarios. El museo actual es una pequeña sala oscura y fría en la que los objetos expuestos tienen polvo acumulado de meses. Los documentos, utensilios y todas las restantes piezas denuncian un evidente abandono de años.

En estos momentos, la muestra del Penitenciario es bastante reducida, aunque su director, Carlos Parada, asegura que va a trabajar por la recuperación y actualización del museo.

Amontonadas en los estantes, pueden verse cartas autógrafas de antiguos presidiarios y también algunas fotografías, muchas de ellas sin identificar.

Lo más reseñable puede ser una máscara hecha con miga de pan, obra de un preso -no hay datos sobre su identidad- que intentó fugarse colocando la máscara sobre un muñeco de trapo que metió en su cama para que no le echasen en falta. El preso, para dar mayor sensación de realismo a la obra, se arrancó uno a uno todos los cabellos de la cabeza y de las cejas y los pegó sobre la miga de pan. Curiosamente, hace unos días, un preso del penal del Dueso intentó fugarse utilizando el mismo sistema. Fue descubierto, y esta nueva máscara es probable que venga al museo de Madrid.

Hay también bastantes restos de estudios realizados sobre antropología criminal y cinco cráneos bastante deteriorados. En el pie de uno de ellos puede leerse: «Cráneo de guanche». Sin embargo, el dato no merece mayor fiabilidad, porque los rótulos están confundidos y nadie se ha ocupado de hacer las pruebas necesarias para situar la procedencia de los cráneos. Son restos de unas teorías, hoy caducas, en las que se aseguraba que la forma del cuerpo determinaba los instintos asesinos del individuo. Pese a que no hay un inventario de los anteriores objetos del museo -quedó prácticamente desmantelado en la guerra civil-, se cree que el material dedicado a este campo era el más importante de la sala.

Una pequeña parte de la muestra está formada por los objetos punzantes fabricados por los propios presos para ayudarse en su fuga. Los peines y cepillos de pelo se llevan la palma a la hora de ocultar uno de estos pinchos. También se puede ver cómo algunos intentaban camuflar sus armas en el doble fondo de los maletines de que disponían para andar por el Interior de la prisión.

Son interesantes las barajas de cartas que se hacían los reclusos. El juego, prohibido en los establecimientos penitenciarios, servía, sin embargo, a muchos para gastar su tiempo. Las barajas están hechas con papel de estraza, sospechoso resto de envolturas de alimentos. Los motivos de estas rudimentarias barajas son casi siempre de carácter fálico.

Luego hay objetos inconexos. Un garrote del siglo XVIII, algunas espadas pertenecientes a funcionarios, un busto de Luis el Valiente, cuatro uniformes antiguos de funcionarios y pocas cosas mas.

Carlos Parada, director del museo, dice que quiere abrir el museo al público, aunque antes va a intentar recopilar y clasificar todo el material posible. «Este museo no podrá funcionar nunca como cualquier otro, por el peligro que puede suponer el que cualquiera entre en el recinto de la cárcel. Sin embargo, puede ser perfectamente un complemento de las clases teóricas en escuelas de policías. También podrán venir grupos escolares y personas especialmente interesadas.»

Farmacia Hispana, tercero en su género

Para poder conocer el Museo de la Farmacia Hispana (facultad de Farmacia de la Universidad Complutense) hay que pedir un permiso en la cátedra de Historia de la Farmacia, que ocupa Guillermo Folch. «Si tenemos tiempo y estamos de humor, lo enseñamos; si no, no», dicen los ayudantes de la cátedra, quienes tienen que romper su trabajo para suplir la total ausencia de personal del museo.

El Museo de la Farmacia Hispana está considerado como el tercero del mundo en su género. Creado por Rafael Folch y continuado por su hijo, es propiedad de la Universidad. Pero la imposibilidad de que este museo sea conocido a niveles populares se debe a la falta de ayuda del Ministerio de Cultura, no sólo para su conservación y mantenimiento, sino para dotarle de personal adecuado. El origen del museo está en el primer tercio de este siglo, cuando Rafael Folch empezó a recopilar todo tipo de envases y utensilios farmacéuticos. Buscó en el Rastro madrileño y recorrió pueblos y ciudades a la búsqueda de nuevas aportaciones. Su hijo Guillermo continuó su obra. El resultado son unas importantes colecciones de cerámica y cristal, un laboratorio alquimista perfectamente conseguido, la botica de Gibert (1788), una fiel reproducción de la farmacia del hospital de San Juan de las Afueras, del siglo XVII, entre otras muestras, todas ellas importantes.

Entre las colecciones de recipientes de cerámica pueden verse los botes que usaba la corte de alquimistas de Felipe II. Pero, al margen de estas curiosidades, la cerámica farmacéutica allí expuesta procede de los más diversos puntos de España: Valencia, Cataluña, Aragón, Talavera, Alcora, Puente del Obispo, Andalucía e incluso de diferentes países europeos. El bote más antiguo de la colección es del siglo XIII. Es cerámica valenciana, de Paterna, y está decorado en verde y manganeso.

La colección de morteros también es de notable importancia. En total, hay 120 morteros -es un instrumento permanentemente ligado al ejercicio farmacéutico- realizados en distintos materiales y procedentes de diferentes puntos geográficos. El que está considerado como más interesante, está realizado en piedra y tiene talladas caras que alternan con motivos vegetales. Hay algunos con inscripciones («Con la ayuda de Dios y de mis jarabes sano a mis enfermos de los males más graves»). Los de bronce son los más numerosos, y son góticos renacentistas o barrocos.

Artes Decorativas: 15.000 Objetos

El Museo de Artes Decorativas (Montalbán, 12) contiene un extenso fondo de unos 15.000 objetos, que son o bien parte de colecciones o bien de creación de ambientes. Hay importantes colecciones de cerámica, tejidos, vidrio, cuero, muebles, porcelana, tapices, joyas, miniaturas, abanicos, orfebrería... Todo ello colocado en riguroso orden cronológico y con un cuidado respeto ambiental.

Es difícil destacar las piezas expuestas. Son innumerables los objetos que hay en este museo y de los que podría hablarse por su interés individual. Como muestra, puede citarse el retablo pintado sobre cuero, del siglo XVI, procedente del convento de Santa Clara de Avila; un vidrio visigodo del siglo VI, de Guarromán (Jaén); una placa de cristal de La Granja, grabada por Antonio Juan en 1788; un bargueño y un taquillón morisco del primer tercio del siglo XVI; el Ecce Homo esculpido por Pedro de Mena; un Cristo crucificado sobre una cruz, con forma de rama de árbol, del siglo XVII; un costurero de porcelana de Sajonia, del siglo XVIII; un Nacimiento de José Ginés y el reloj Las tres gracias, en biscuit, hecho por Falconet, del siglo pasado.

Las colecciones expuestas son hechas sobre los más variados temas. Desde abanicos hasta relojes, medallas o estuches, todo de época y enmarcado en un conseguido ambiente. En este aspecto, hay habitaciones montadas completamente con muebles y objetos renacentistas; una cocina española de la región noreste, otra de la región sureste y una tercera de la región valenciana, del siglo XVIII, y un despacho del siglo XVII. Hay también una sala dedicada a exponer papel pintado francés, de la primera mitad del siglo XIX, que reproduce escenas de caza en la Alsacia francesa.

El Museo de Artes Decorativas tiene toda una sala dedicada al arte oriental, en la que hay una completa muestra de lámparas, armarios, miniaturas y porcelanas.

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