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La guerra de Indochina revela el creciente interés de la URSS por Asia

La tragedia de Indochina, con todo su espanto, no pasa de ser un tumor en un gran cuerpo enfermo. Estamos asistiendo a desplazamientos de la presión efectuada por las dos grandes potencias del Este: China y la URSS. Parafraseando a Mao Zedong, en la estrategia soviética «el viento del Este se impone al del Oeste», Moscú atraviesa una coyuntura decisiva: decrepitud e inminente relevo del Politburo, dificultades económicas (lo que valoriza al máximo sus zonas fronterizas petrolíferas y mineras) y, muy especialmente, problemas con sus propias minorías asiáticas, que desbordarán demográficamente a la población ruso-occidental. La Unión Soviética habría procedido, pues, a reforzar sus fronteras y su influencia y presencia en la zona asiática, cambiando los pesos en los platillos de la balanza y apostando al del Este.

Al Oeste, el Buró Político está emprendiendo un esfuerzo de distensión e incluso retiraría fuerzas. A decir verdad, la probabilidad de una expansión armada rusa en Europa parece, hoy por hoy, improbable, y, sin embargo, la inseguridad actual asiática es concreta y cierta. Conviene a Moscú afianzar sus lazos amistosos con Europa, asegurarse de su ausencia de miras hacia Occidente y evitar que Alemania Federal, Gran Bretaña, Francia, conquistadas por la gira antisoviética del presidente Hua Guofeng, se comprometan a armar a China.China, por su parte, está intentando compensar su cada vez más evidente insolvencia económica con promesas de alianza estratégica contra el amenazador fantasma de una URSS agresiva que prepara la tercera guerra mundial. Al primer deslumbramiento de la esfera capitalista ante un fabuloso mercado chino de novecientos millones de compradores ha sucedido el frío cálculo, la decepción: China no es un idílico mercado porque sus habitantes, por muchos millones que sean, no tienen poder adquisitivo. Las primeras grandes esperanzas nacieron en Norteamérica, y de estudios de las bancas americanas vinieron también las grandes desilusiones. Quedaban Japón y Europa, en donde China firmó fabulosos contratos en 1978-1979. El ambicioso programa de industrialización chino significa un gigantesco endeudamiento exterior. Según informe de la OCDE, los préstamos obtenidos por Pekín en el mercado europeo de divisas hasta el primer semestre de 1979 le convierten en el cuarto deudor entre los países en vías de desarrollo. El VI Plan Quinquenal 1981-1985, aprobado por la Asamblea Nacional China el pasado mes de julio, fija unos baremos de modernización y desarrollo económico tan altos como dependientes del exterior. En virtud de ello se ha dado un frenazo a cuanta veleidad democrática pudiera repercutir en menor productividad y se ha ofrecido al inversor extranjero una ley sin parangón en el Tercer Mundo, que no fija máximo alguno en participación extranjera en empresas chinas, permitiendo, pues, al capitalismo occidental exportar enormes beneficios. La maniobra de seducción del presidente Hua se resume en sustituir las liquideces monetarias por fidelidades antisoviéticas, bien acogidas por los cada vez más derechistas Gobiernos europeos. China, y no sólo la URSS, se enfrenta además con el problemas de sus propias minorías nacionales y «regiones autónomas». Ejemplo sería la campaña de atención al Tibet, anexionado en 1959, desarrollada por Pekín, los contactos esbozados con el Dalai-lama, y los carteles que aparecieron en Lhassa en febrero último reclamando la independencia del Tibet.

Costumbre muy enraizada en el inconsciente político chino ha sido considerar el mar de China meridional como su Mediterráneo y mirar a Indochina como zona que le debía sumisión. Desde el emperador mongol Kublai Khan, en el siglo XIII, Corea, Birmania y Vietnam fueron Estados tributarios de Pekín. La idea de una federación indochina independiente de sus intereses estratégicos le resulta a China inaceptable.

Emigración rural y disidencia

En política interior, la población se ha tomado en serio las consignas de democratización y las aplica a nivel de sus vidas individuales. Pekín se ha visto invadido por jóvenes que, pese a las nuevas órdenes reafirmando su asentamiento en zonas rurales, se niegan a pasarse la vida en el campo, al que se les envió; llegan campesinos solicitando visados para cambiar de región; hay disidentes (la «literatura de cicatrices», tras las heridas de la gran revolución cultural) respecto a los que el régimen chino hace declaraciones a la prensa extranjera en todo similares a las de Moscú sobre los disidentes soviéticos, y a los que se condena bajo acusaciones que se diría copiadas al dictado de las levantadas contra los firmantes de la Carta 77 en el proceso último de Praga («actividades contrarrevolucionarias», «comunicación de secretos a extranjeros», etcétera), como en el caso de Wei Jinsheng, director de la revista Exploración. Las disensiones en el seno del buró político chino están, además, muy lejos de apaciguarse; lo refleja claramente la campaña por la depuración del partido y pro y contra la revalorización de Mao Zedong, cuyo tercer aniversario de su muerte no ha sido recordado con acto oficial alguno. Circula en China una fórmula lapidaria, atribuida a Teng Xiaoping, que resume el papel de Mao: «Antes de la liberación (1949), grandes méritos. Después de la liberación, errores. Tras la revolución cultural, crímenes», con la reacción consiguiente de alas maoístas.En Indochina, Vietnam no logró durante la estación seca una victoria total. Las bolsas de jmer rojos en la frontera con Tailandia son la mejor ayuda para China en su política de presencia física activa. Pekín ha asegurado su apoyo militar a los países de la ASEAN -y en particular a Tailandia- contra el peligro vietnamita. En la estación de las lluvias ha fermentado en la zona noroeste Laos-Camboya, boscosa, de fronteras mal delimitadas, una confusa franja bélica: jmer rojos de Pol Pot, sostenidos por Pekín; jmer serei (libres) nacionalistas independientes, vietnamitas que, ayudados por la URSS, intentan limpiar la zona de adversarios utilizando un Ejército regular al que, como al norteamericano otrora, las condiciones geográficas restan eficacia. Con la estación seca se van perfilando dos focos bélicos: uno, indeterminado por las reticencias de Bangkok a lanzarse en un enfrentamiento declarado con Vietnam, a lo largo de la frontera tailandesa; otro, muy concreto, en el norte de Laos, lindante con la provincia china de Kunming, en donde China está disponiendo su Ejército.

Pocos ejemplos se hallarán en la historia tan sangrantes como el del genocidio camboyano para probar que el fin jamás justifica los medios. En 1970 Camboya tenía unos siete millones de habitantes. En los cinco años de guerra que siguieron los bombardeos de Estados Unidos en defensa de la civilización occidental y las calamidades diezmaron notablemente a la población. Desde 1975 los jmer rojos, la mirada puesta en la construcción de un paraíso comunista químicamente puro, causaron la muerte de más de dos millones de sus compatriotas. Camboya, el ex «país de la sonrisa», llega a 1979 con ni siquiera cuatro millones de habitantes, de los que es muy probable que en 1980 no sobrevivan sino dos millones al hambre, el acoso de las partes en conflicto y las enfermedades.

Los muertos de la burocracia

Hasta la Conferencia de Países No Alineados, el verano último, Vietnam mantuvo una posición intransigente respecto al paso de ayuda médica y alimenticia para los refugiados. Hanoi presionaba por todos los medios en vistas a que el Gobierno por él instalado en Pnom Penh fuera reconocido oficialmente por la comunidad internacional, e intentaba aislar la zona en el temor de que la ayuda llegara indirectamente a los jmer rojos. La mortal lentitud de la burocracia vietnamita paralizó los convoyes de la Cruz Roja y causó millares de víctimas. Pasada la Conferencia de No Alineados, quizá puede esperarse de Vietnam una actitud más dúctil. Hanoi ha manifestado que no se opone a la formación de un Gobierno de unión nacional en Camboya, probablemente presidido por el príncipe Sihanuk, siempre y cuando éste no se halle bajo la influencia de Pekín. Los Gobiernos de los países desarrollados han acelerado, por su parte, sus ayudas a las víctimas de la situación indochina, no sólo por encomiable humanitarismo, sino porque, de seguir deteriorándose la situación, ellos mismos se verán agobiados por el problema de nuevas oleadas de refugiados y por -a largo plazo- un desequilibrio peligroso en la balanza con Extremo Oriente. En toda la región aumenta el déficit de cereales, cada año hay ocho millones de personas más que alimentar. Indochina puede convertirse toda ella en un inmenso y hambriento barco de refugiados.

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