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Reportaje:

Farmacias que quieren ser "drugstores"

«Venta exclusiva en farmacias.» En principio, se resistieron. Los farmacéuticos fueron claramente reticentes a aquellos primeros productos de higiene propuestos por Vichy, Roc o Klorane. Pero hoy, la avalancha de productos no farmacéuticos ha sorprendido a propios y extraños. Se estima que entre el 8 % y el 10 % de las cifras de ventas anuales medias de una farmacia corresponden a productos de belleza, y dietética. Y, aún más. Los productos que no pasan ningún control de las autoridades sanitarias superan el 15 %.En definitiva, la farmacia se ha convertido en perfumería, tienda de alimentación, zapatería, ortopedia, juguetería, sex-shop... Las cifras van progresivamente en aumento y lo cierto es que en la mayoría de los casos se trata de una «exclusividad» que no sirve para nada.

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Está claro que las farmacias constituyen un excelente punto de venta: una por cada 2.400 habitantes en toda España (1.800 por habitante en Madrid) y puede afirmarse que ninguna población de más de quinientas personas carece de este tipo de comercio. Allí donde no hay supermercado, ni droguería..., hay una farmacia. Pero dicen que el negocio está en crisis, que es ruinoso. Este año ya han cerrado más de veinte farmacias en Madrid y las estadísticas muestran que el incremento de su número en la capital ha descendido del 7,5 5 %, en el año 1972, al 1,61 %, en 1978. «Este año, con toda seguridad, el incremento será negativo», manifiestan fuentes del Colegio de Farmacéuticos de Madrid. «Más de la mitad de las oficinas de Madrid,están en venta», agregan. EL PAÍS ha intentado corroborar este extremo, por lo que hemos recorrido pacientemente oficinas inmobiliarias, preguntado en las farmacias y buscado entre los anuncios clasificados de los periódicos. El resultado es que no encontramos ninguna en venta, sólo cinco ofertas de traspaso: diez millones por una oficina de farmacia cerca del aeropuerto y con una venta de unos once millones al año; siete millones y medio, más existencias, en un barrio periférico, y dieciséis millones por una situada más o menos céntricamente. Como se ve, ninguna ganga, a pesar de la crisis.

Por otro lado, «en un momento inflacionario como el que vivimos, el sistema de precios fijos de los productos que vendemos y los bajos porcentajes de beneficio que percibimos, nos está arruinando», nos comentaba un farmacéutico. «Por eso -agrega-, muchos de nosotros tenemos que vender un poco de todo.» E, inevitablemente, la situación ha sido aprovechada por los fabricantes de muchos y variados productos, que han visto el excelente canal de distribución que significan las farmacias.

En este sentido, fuentes del Colegio de Farmacéuticos de Madrid se lamentande la situación y «de la plétora de productos, de chorraditas que hay ahora», aunque, como dicen, «no hemos tenido problemas hasta hace muy poco».

Pero el problema está ahí, y los consumidores se están acostumbrando a que pueden comprar un buennúmero de productos a la vuelta de la esquina y..., a cualquier hora. Porque siempre hay una farmacia de guardia cerca. Evidente. mente, la comodidad manda: poder comprar a las dos de la madrugada, lo mismo que a las cinco de la tarde o a las diez de la mañana. Un farmacéutico nos comentaba que «hace unos días, estando de guardia, a las tres y media de la madrugada, más o menos, una chica llamó a la puerta. Me pidió un "Tampax". Lógicamente le pregunté si no se podía haber acordado antes y así no me habría despertado. La joven me contestó: "Es que me toca mañana, pero como vi que estaba abierto...». La anécdota es significativa. No hay que olvidar que la farmacia no es un drugstore y que, en teoría, sólo puede -estando de guardia- expender medicamentos con receta de urgencia. A este respecto, un sondeo realizado en diversas farmacias de Madrid ha indicado que sólo un 8 % de las ventas respondían -aplicando un criterio excesivamente benévolo- a la consideración de «urgente».

La solución de las "exclusivas"

¿Pero son la solución a los problemas económicos de las farmacias los productos de «venta exclusiva » o similares?

Para los Colegios de Farmacéuticos, no. Para los propietarios de farmacias, es la forma de equilibrar los presupuestos a la vez que «defendemos los intereses de los consumidores y su salud», nos aseguran. «Nue stros conocimientos sanitarios nos permiten dar mejores consejos a nuestra clientela, sobre todo, en lo que concierne a la higiene y la belleza. »

A este respecto, EL PAÍS, ha recorrido varias farmacias a la búsqueda de productos no farmacéuticos. Hemos pedido consejos y comparado los precios. Los resultados son bastante desalentadores, ya que en la mayoría de los casos, los consejos no sirven para nada, o no son necesarios, y por los mismos productos hay que pagar más qu en otro tipo de comercio.

Después de ver los precios de 36 productos diferentes, entre los que se incluían jabones, dentífricos, cepillos de dientes, pañales, colonias y compresas, en supermercados, tiendas especializadas (perfumerías, droguerías) y farmacias, podemos asegurar que en estas últimas resultan entre el 13% y el 35% más caras que en el supermercado y, aproximadamente, igual a las perfumerías. Por ejemplo, un cepillo de dientes que en el supermercado vale 75 pesetas, en la farmacia cuesta 85; mientras que unas plantillas desodorantes de 185 pesetas, por el «consejo» farmacéutico se ponen en 250.

«Hay que tener en cuenta que el canal de distribución es más caro», se justifican los farmacéuticos, «ya que sólo se manejan pequeñas cantidades y la diversificación de productos es enorme.»

«Nuestros márgenes», agregan, «son los mismos que para los productos farmacéuticos: 15 % si su precio es superior a las 750 pesetas; 20%, si está por encima de las quinientas, y el 30%, si vale menos de quinientas.»

Entonces, si los farmacéuticos afirman que los beneficios son insuficientes y los consumidores tienen que pagar más por algo que no beneficia a nadie, ¿por qué no se controlan más estrechamente los productos que se venden en las farmacias?

De la farmacia a la parafarmacia

El tema necesita una clarificación, aunque a veces sea muy difícil determinar dónde termina el papel del farmacéutico. Baste el constante ejemplo de las pastas de dientes. En España hay más de una veintena de marcas, algunas de ellas consideradas como productos médico-terapéuticos, como Fluocaril, Emofor, Salgin, por lo que pueden ser vendidas en farmacias. Todas las demás pueden, legalmente, ser vendidas por todos, como es el caso de Pepsodent, Teelak, Ultra-Brite, Close-up, etcétera. Pero hay otras, como Gibbs -con calcio- o Colgate -al gardol- que, a pesar de mencionar productos farmacéuticos en su composición, se pueden comprar en la droguería o el supermercado.

En definitiva, no se trata de que un dentífrico sea mejor que otro. Simplemente, unos son más caros que otros, el 100 % en algunos casos. Sus fabricantes han escogido un sistema de distribución particular, absteniéndose de venderlos en otros comercios: es la «venta exclusiva en farmacias».

Y lo que decimos para los dentífricos es igualmente aplicable a los champús Hegor, Klorane, Roc o Vichy; los potitos Nutribén o las papillas de Nestlé. Las ventajas ya las hemos reseñado: una buena implantación de las oficinas y la mayor confianza que el consumidor tiene al ser atendido por un profesional. Nada más.

Camino de las "visas"

«Lo que sucede es que resulta muy dificil determinar, en muchos casos, dónde termina la perfumería y empieza la dermofarmacia, o cuándo un alimento debe considerarse como dietético», nos dicen en el Colegio de Farmacéuticos. «Hay productos de belleza que por su composición, al contener hormonas o principios activos, es necesario que estén bajo control sanitario, pero hay muchas marcas que, sin pasar ningún control, se benefician de ese margen de confianza, simplemente poniendo el rótulo de venta exclusiva en farmacias.»

Frente a estos abusos, EL PAÍS ha sabido que se están desarrollando una serie de conversaciones entre la corporación de farmacéuticos y el Ministerio de Sanidad y Seguridad Social, para que sea instituido una visa o sello de calidad a los productos que deseen optar por la venta a través de las oficinas de farmacia. Se trata, en suma, de aplicar las experiencias de otros países europeos, como, por ejemplo, el «Prestipharm» francés, o el «APB» de la Association des Pharmaciens Belgas. Estos organismos se encargan de verificar la calidad de los productos a través de sus laboratorios. Una vez pasado este examen, serán vendidos exclusivamente en farmacias. En contrapartida, se les prohíbe tajantemente hacer cualquier tipo de publicidad. En España, el «Farmaval» -que así se llamará la marca de calidad- se podría encontrar ante un grave problema al hablar de publicidad, sobre todo, teniendo en cuenta que, según el informe de la agencia Walter Thompson, el año pasado los fabricantes de productos farmacéuticos se gastaron en publicidad más de 187 millones de pesetas, y los del sector de perfumería e higiene, más de 2.762 millones.

En fin, que mientras no existan unos controles adecuados de qué es lo que se vende en farmacias, qué es lo que se puede vender y a qué precio, pocos beneficiados habrá. Las farmacias continuarán su loca carrera para convertirse en los drugstores de los filmes americanos, los farmacéuticos seguirán quejándose de que pierden dinero y los consumidores, como siempre, pagarán más por lo mismo.

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