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Seiscientos expedientes por ruidos molestos en lo que va de año

Madrid es una de las ciudades más ruidosas del mundo, según un estudio de la ONU hecho público con ocasión del Día Mundial del Medio Ambiente, celebrado el pasado 5 de junio. Sin embargo, la capital de España cuenta, desde el mes de marzo de 1969, con una ordenanza municipal que trata de proteger al ciudadano contra la emisión de ruidos y vibraciones. El caso que el madrileño le hace a esa ordenanza es mínimo, a pesar de los seiscientos expedientes sancionadores que el Ayuntamiento ha abierto a lo largo del primer semestre de este año.

El doctor Mostafá Kamal Tolba, director ejecutivo del programa de las Naciones Unidas para el ambiente, elaboró un informe sobre el ruido en el mundo con ocasión de celebrarse el Día Mundial del Medio Ambiente de 1979. En ese informe se aseguraba que Madrid es, hoy por hoy, una de las ciudades más ruidosas del mundo. Y este fenómeno lo basaba en que «el tráfico rodado produce el más molesto de los ruidos. Ciudades como Madrid, donde los coches particulares eran casos hace apenas dos décadas, se han convertido en colmenas zumbantes de metal móvil».Y el Ayuntamiento de Madrid lo sabe. El propio concejal responsable de Saneamiento y Medio Ambiente, el socialista Manuel Mella, declaraba a EL PAIS que el principal foco de ruidos es la circulación, «sobre todo la pesada». Los nudos circulatorios de la M-30 y los accesos del Sur son los más contaminantes desde el punto de vista auditivo.

El propio Ayuntamiento hace llamadas de atención sobre el tema, en un intento de conseguir la colaboración ciudadana: Ramón Tamames, primer teniente de alcalde, en la última rueda de prensa municipal, así lo pidió, sobre todo en esta época veraniega, en la que las ventanas de la mayoría de las casa permanecen abiertas.

Una ordenanza a renovar

En el mes de marzo de 1969 entró en vigor una ordenanza municipal de control de las emisiones de ruido y vibraciones dentro de la ciudad. Esa ordenanza establece cuatro tipos de zonas urbanas, según, la actividad que se desarrolle en ellas: sanitaria, de viviendas y oficinas, comerciales e industriales. La emisión máxima -setenta decibelios- puede darse en las zonas industriales, durante el día, y la mínima -35 decibelios-, en las sanitarias, durante la noche.Los vehículos tienen un tratamiento especial y la ordenanza, aparte de prohibir expresamente la circulación de vehículos con escape libre, les permite una producción de ruido que oscila entre los 82 decibellos de una motocicleta y los 93 de un camión de gran tonelaje.

Aunque el ruido en decibelios es terminología para expertos, existen unas tablas comparativas de su significado que hablan de que el ruido normal de una oficina oscila entre los 45 y 55 decibelios; una conversación normal, en torno a los cuarenta; la entrada en una estación de un tren del Metro, sobre los noventa, y un avión a reacción, 130 decibelios. Pero, en términos generales, y teniendo en cuenta que el ruido puede empezar a producir dolor físico a partir de los ochenta decibelios, todo el ruido que resulte molesto para el ciudadano madrileño está por encima de los niveles máximos permitidos por la ordenanza.

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Puede ocurrir que, en su propia casa, alguien le esté molestando con el ruido que produce, incluso si ese ruido es por una actividad necesaria, tales como obras. Si eso ocurre, a quien cabe recurrir es a la Policía Municipal, a través de su teléfono, 092. Ese recurso es especialmente recomendado por las autoridades municipales si se produce a partir de las diez de la noche y antes de las ocho de la mañana, horas de «especial protección» para el ciudadano que quiere descansar.

Pero, con todo, la ordenanza municipal ahora en vigor necesita de un lavado de cara. Su puesta al día con una nueva redacción parece ya estar dispuesta. Pero espera que el desarrollo de la ley del Medio Ambiente sea una realidad en España para poder adaptarla a las exigencias de ésta. Lo que hay que hacer, mientras tanto, es respetar la reglamentación ya existente, sobre la base de no molestar al vecino. Un problema de convivencia, al fin y al cabo.

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