El reto de la energía
Nadie duda a estas alturas que la reciente elevación de los costes de los productos energéticos provocará una subida generalizada de todos los precios al consumo, La reacción de los sectores empresariales no se ha hecho esperar y, por mucho que las autoridades económicas se empeñen en asegurar que nadie aprovechará la subida energética con fines especulativos, resulta obvio asegurar que ocurrirá, como es costumbre en estos casos, Lo que equivale a decir que los dos puntos de incremento del índice de precios al consumo -la tasa de inflación-, augurados por el -vicepresidente Abril Martorell, van a quedar rebasados con toda seguridad.Hay que aplaudir -esta vez sí- al Gobierno por su decisión de afrontar con realismo la decisión de los países de la OPEP en Ginebra y hasta por sus anunciados propósitos de ir más allá en la adopción de medidas, no limitándose -como otras veces- a subir simplemente los precios al consumidor. Claro que esto último queda pendiente de demostración y, en cualquier caso, cabe preguntarle por qué no se decidió antes y este país ha permanecido desde 1973 con la cabeza escondi bajo el ala, como si la crisis ene ética no fuera con nosotros.
La brutal escalada de los precios petrolíferos desencadena, además de la ya comentada subida generalizada de todos los artículos de consumo, un cambio radical en los planteamientos de política económica del Gobierno. O debería hacerlo, porque aquí ya no se puede estar seguro de casi nada.
Lo cierto es que el equipo económico que encabeza Fernando Abril decidió el pasado mes de diciembre cuantificar el desarrollo de la economía española en torno a las magnitudes de un cuadro macroeconómico basado en un decreto-ley de control de salarios y bajo el postulado irrenunciable de contener la inflación en torrio al 10%. Es suficientemente sabido que ya antes de la subida de los derivados del petróleo las previsiones gubernamentales habían quedado rebasadas, hasta el punto de alcanzar en sólo cinco meses la tasa de inflación prevista como máxima para el primer semestre en la célebre cláusula de salvaguardia. De nada sirvió para evitarlo la permanente actitud del vicepresidente económico, empeñado en frenar todas las subidas de precios, fueran o no necesarias. Un ejemplo revelador puede ser la falaz teoría de que la revaluación de la peseta cubría el alza de los precios del petróleo de marzo pasado y que no era necesario repercutirla en el consumidor. Ahora se ha demostrado que sí y que el Gobierno actuó aquí con criterios de oportunismo político, a caballo entre la obsesión inflacionaria y la celebración de elecciones generales. Tampoco dice mucho en favor de la capacidad de nuestros gobernantes que la crisis de Irán, perfectamente asumida en todos los círculos económicos occidentales, pillara prácticamente desprevenidos a los redactores de las previsiones macro económicas; bien es verdad, sin embargo, que ello ha acontecido en buen número de países del Occidente industrializado, a nivel de gobernantes.
A toda prisa, los máximos responsables del equipo económico se han empeñado en elaborar otro cuadro, sin aceptar, de una vez por todas, que la realidad económica de un país no puede encorsetarse a las cifras de laboratorio de un gabinete de estudios. Como suele ocurrir en muchas cosas, estamos descubriendo los cuadros macroeconómicos cuando los restantes países de Occidente ya los han olvidado. Se dice también qpe el Gobierno presentará, antes de que concluya el mes de julio, un programa económico al Parlamento, concebido a medio plazo, tal y como han exigido los grupos parlamentarios, los empresarios y hasta las centrales sInd Icales mayori tarías. Claro que lo importante no es presentar un programa -hasta Carriles lo hizo-, sino qué contenga y sobre todo ver hasta qué punto se cumple.
La situación actual de la economía española es grave, con o sin crisis energética; con su incidencia es, lógicamente, peor. No sólo por las repercusiones directas del incremento de, la factura del petróleo, sino pqrque es mucho más difícil arbitrar soluciones en un contexto de recesión mundial, como el que se avecina, que en un momento en que los países locomotora reanimen sus planteamientos.
Resultaría prolijo y hasta reiterativo insistir aquí en las reformas esenciales que la economía española precisa a corto plazo. Las discrepancias son escasas, porque las posibilidades son reducidas. Los tiempos del milagro han pasado y conviene insistir en la necesidad de concebir las soluciones en base a la realidad de este país que, no conviene olvidarlo, es como es y no como frecuentemente deseabamos.
Más que ante un ciclo desfavorable, nos hallamos sumidos en un cambio de era que, necesariamente, deberá traer consigo un cambio importante en los comportamientos y modos de vida de toda la sociedad occidental. Hemos pasado de una etapa histórica, basada en la energía barata y abundante, a otra en la que ésta será progresivamente más cara y. escasa. Sólo a partir de una nueva concepción de casi todo, será posible hallar una solución.
Esta situación, por evidente, no parece haber sido calibrada por los máximos responsables de la política económica de este país, persistentemente empeñados en elaborar confusos e indigestos programas, como sí la solución de los problemas dependiera de los centenares de follos empleados. El diagnóstico está ya suficientemente elaborado. Lo que este país demanda son soluciones imaginativas y coherentes, con base real. Los que no quieran o no sepan situarse en estas coordenadas deben marcharse y ceder su sitio a quienes estén dispuestos a aceptar el reto. Asentir para permanecer es, en estos momentos, además de indigno, totalmente nefasto para el país.