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Herman Puig fotografía el desnudo masculino

Juan Cruz

A Herman Puig, fotógrafo cubano, le resulta muy dificil hallar modelos, porque «esta es una sociedad que mantiene muchos tabúes» y uno de esos tabúes es el desnudo masculino fotografiado. Ese es, precisamente, el objetivo de la vida artística de este creador, que, desde anoche, expone en la galería Redor, de Madrid, una amplia colección de sus trabajos. La muestra se titula De Taormina Barcelona, porque en la ciudad italiana mencionada comenzó, en realidad, el arte fotográfico a interesarse por fotografiar a hombres desnudos.

En Barcelona habita actualmente Herman Puig. Los fotógrafos de Taormina eran, fundamentalmente, el barón Von Gloeden, Von Pluschow, Galdi y Rudomini. Obras de Puig completan la exposición. Quizá sea esta la primera vez que se exhiben en la capital de España fotografías de esta naturaleza y temática. Por esta circunstancia, podría decirse que se trata de una muestra insólita.No es la primera vez que Herman Puig expone el resultado de su trabajo. Con motivo de una reciente muestra en una galería de París, Néstor Almendros, otro fotógrafo cubano-español que este año obtuvo un Oscar en Hollywood, dijo de su paisano: «Herman Puig redescubre el cuerpo del hombre. No sólo es importante lo que muestra en sus cuadros, sino también aquello que oculta.» La revista francesa Grand Angle ofreció otra perspectiva: «Este artista cubano sabe perfectamente expresar la fuerza y los sentimientos que pueden hacernos sentir la luz proyectada sobre un cuerpo.»

En la fotografía de Herman Puig no hay rostros. «No muestro el rostro, por el momento, porque el cuerpo del hombre se ha suprimido en el retrato para mostrar todo lo que el hombre es a través del rostro. Y yo pretendo mostrar al hombre a través de su cuerpo.»

Esta exposición pretende señalar, dice Herman Puig, «que ya a principios de siglo, poco después de ser inventada la fotografía, el cuerpo masculino, aunque sólo fuera el de efebos, era considerado materia artística. Posteriormente, a partir de los años treinta, con la aparción del art-decó, surgió el tabú sobre el cuerpo del hombre como objeto de recreación artística».

Ahora han cambiado las cosas, considera Puig. «El hombre tiende a ser objeto de la mujer y ya comienza a comprarse la imagen masculina. El hombre se resiste a ese trueque, porque si lo acepta perdería su condición de sujeto.»

Herman Puig hace mucho hincapié en el hecho de que su obra no es ni para homosexuales ni para heterosexuales. «Es una obra artística, que se defiende y existe por sí misma, sin más connotaciones ni anécdotas.»

El es consciente de que ciertos pudores van a sentirse alarmados ante lo que es la exposición que presenta. Pero señala, con mucho énfasis, que «lo que yo hago es expresión. No hay una complicidad comercial. Detesto la anécdota. Creo que la diferencia esencial entre pornografía y trabajo artístico es que este último no busca establecer esa complicidad con el comprador o con el voyeur, a quienes no me da la gana acercarme. Mi único objetivo es decir cosas inéditas sobre el cuerpo del hombre ».

En un tiempo, Herman Puig, fotografió mujeres desnudas, pero lo dejó. «Hay tanta gente que lo ha hecho bien. Además, el cuerpo femenino ha sido supermanipulado. Aunque pienso que si alguna vez vuelvo a intentarlo, escogería el cuerpo de negras, porque están más cercanas a mi sentido de la estética y porque se asemejan más al hombre. El hombre y la mujer se parecen mucho más entre sí cuando están viviendo plenamente su cuerpo. Han sido la cultura y el propio hombre los que han acentuado erróneamente sus diferencias.»

Realizar fotografías del cuerpo del hombre, un ejercicio que desde el punto de vista artístico resulta casi inédito, podrían valerle a Herman Puig el calificativo de machista que vuelve su vista hacia las personas de su género. «No es que yo sea lo que los ingleses llaman un male chauvinist (un chovinista macho). Precisamente mi postura, contraria a ese machismo, es la que me lleva a fotografiar al hombre, que ha ocultado siempre su cuerpo por pudor, por miedo a su propia imagen, quizá por temor a un reflejo homosexual.» Debajo de esa ocultación del cuerpo ve Herman Puig la presencia de toda una tradición judeocristiana en la que el pudor y la culpa ocupan una parte psicológica importante. El propio Puig es consciente de haber sido atravesado, y de seguir estándolo, por esos tabúes.

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