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Amplia repercusión de la muerte de Brel en Francia

«Jacques Brel no ha muerto», dijo serenamente Georges Brassens, ayer, cuando se enteró del desenlace fatal del cáncer de pulmón que padecía su amigo y colega. «Jacques Brel no ha muerto», declaró oficialmente el ministro de la Cultura, Jean Philippe Lecat. «No, no es verdad, Brel no ha muerto», reaccionó una muchacha, emplea da de Galerías Lafayette, cuando le comunicaron la noticia por teléfono. Y un profesional que ofreció a los radioescuchas de emisora una semblanza del autor de Amsterdam: «Hace diez años se retiró de la escena por sinceridad, porque quería ser honesto, porque no deseaba convertirse en un funcionario de la canción.»El comentarista del prestigioso diario de Francia Le Monde dijo: «Hace diez años se retiró, simplemente, por miedo a la insinceridad, a la deshonestidad, por miedo a verse obligado a engañar. » Y el secretario general del Partido Comunista francés, Georges Marchais, el sábado último, en una emisión radiofónica en la que debía escoger una canción de su gusto, dijo: «Quiero una de Jacques Brel, por su sinceridad y porque se ha rebelado siempre contra la injusticia.»

A las ocho de la mañana, ayer, se supo la noticia de su muerte, a las cuatro y diez de la madrugada, en el hospital de Bobigny, un poblado próximo a París. Las emisoras radiofónicas trastocaron sus programas normales. La prensa de la tarde salió con algunas horas de retraso para informar ampliamente. Los canales de televisión ofrecieron programas de recordatorio. Su vida, sus anécdotas, sus canciones, su enfermedad.

Desde hace cuatro años, Brel, que se sabía amenazado por un cáncer mortal, se fue a vivir a las islas Marquesas, en el Pacífico, donde será enterrado por voluntad propia. El especialista, conocido mundialmente, Lucien Israel lo cuidaba en el hospital en que ha fallecido. El año pasado, ya con tres cuartas partes del pulmón amputadas, se creyó en una mejoría cierta y grabó un nuevo disco. Pero hace pocos días regresó a París enfermo e ingresó en la clínica Jacques Romain. Durante tres días y tres noches seguidas los médicos no le abandonaron, intentándolo todo para salvarle. Brel vivió esta lucha con lucidez total. Preguntaba minuto a minuto por la evolución de su enfermedad y por los tratamientos que le aplicaban. Desde hace tres días sabía perfectamente que iba a morir de un momento a otro. Ninguna de cuantas personas le rodeaban son capaces de expresar la impresionante serenidad con que afrontaba la llegada del último respiro. El viernes convocó a su habitación al director del hospital para rogarle que no se diera publicidad alguna a su muerte. De la muerte, él mismo había dicho el año pasado: «Es el acto más natural del hombre. Lo indignante es la incertidumbre. Dios es un mal educado, porque no nos ha fijado la fecha.» Georges Brassens, ayer, recordaba la última vez que le vio, hace un año: «Cenamos juntos y después le llevé a su casa de discos. Me había olvidado el dinero en casa y tuve que pedirle cincuenta francos, que aún le debo, para la gasolina del coche. Pero... Jacques no ha muerto. No hay más que escuchar sus canciones.» Y Leo Ferre: «Quería morir sin que se supiese, pero eso no es posible en estos tiempos.» El director de cine André Cayatte añadió: «Era un hombre muy púdico para todo lo que tocaba a su vida privada.» En cuanto al escritor Alain Bosquet, dijo: «Era un espíritu particular atravesado, a la vez, por la Edad Media y por nuestro tiempo. Era un poeta que nos destripaba para mejor descubrir el secreto de un corazón déformado», y un comentario común: «Su vida eran dos búsquedas: la amistad y la libertad a todo precio. »

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