Al servicio del programa conciliar
Obispo auxiliar de Madrid-Alcalá
Quizá se podría decir que lo más personal del pontificado de Pablo VI fue no personalizar. Toda su persona la puso al servicio del programa conciliar: planificar la corresponsabilidad de la Iglesia, por ejemplo, el Sinodo; abrir ésta a los problemas del mundo, por ejemplo, Encíclica sobre el diálogo, la justicia social y la cultura moderna; renovar a la Iglesia por dentro, dándole nueva vitalidad evangélica, por ejemplo, la reforma litúrgica encíclica sobre la Eucaristía o la Virgen, etcétera. Esa sí, su talante personal estaba presente en toda su actuación, y en ella creo que destacaban su profunda fe, su corazón humilde y desprendido..., hasta sencillo, a pesar de que a la vez fuera complejo; pero ese mismo carácter fue un gran factor para mantener una postura difícil, aunque necesaria la paciencia.
Pablo VI no pudo llevar al Concilio a su plenitud. Quizá lo habría hecho hasta sus últimas consecuencias si hubiera dependido exclusivamente de él, porque era hombre de una rigurosa fidelidad a su conciencia para llevar adelante aquello que su fe cristiana le exigiera, aunque no hubiera sido de acuerdo con su temperamento. Pero él, evidentemente, no era toda la Iglesia. Hay mucha complejidad en su maquinaria y hay mucha rutina e inercia de generaciones en los cristianos. Por eso, aunque se ha avanzado mucho en la Iglesia durante los años de Pablo VI, queda una gran parte del Concilio sin madurar. Así, aunque el Sínodo está encarrilado, no parece haberse encontrado consigo mismo; quizá porque está en el contexto más amplio del problema de la corresponsabilidad en la Iglesia a todos los niveles, problema que a mí me parece vital y que no está más que esbozado en los papeles, y todavía malamente iniciado en la práctica. Igualmente, queda el problema de los ministerios pastorales, que habría que abordar otra vez.
Me parece un momento históricamente decisivo para la Iglesia y, por tanto, lo quiera o no, para la misma Humanidad, porque tanto una como la otra están pasando por una gigantesca crisis; en un caso, de sentido, ¿hacia dónde va el hombre ahora?, y en otro de identidad: ¿cuál es el papel de la Iglesia de siempre, en esta cultura en ebullición?
Con respecto a la figura de¡ próximo Papa, a mí me gustaría que fuera, ante todo, un hombre de una gran experiencia religiosa, que fuera antes que nada un creyente y, si cabe, decir un matiz, que crea más en Jesucristo que en la Iglesia terrena, más, pero mucho más en el Espíritu Santo y en las Bienaventuranzas que en los Concordatos, que viva más del evangelio que del Derecho Canónico; en segundo lugar, que fuera un hombre con gran sentido del pueblo, de la historia y de la cultura de estos momentos, para tratar de expresar la santidad cristiana de acuerdo con los módulos de nuestra sensibilidad de hoy y de mañana. En tercer lugar, que tuviera un gran talante profético lleno de coraje y de audacia, pero no sólo para trabajar, sino para luchar denodadamente por la causa de Jesucristo en la Iglesia y en el mundo y, por tanto, nos diera a todos los cristianos una santa audacia, un santo coraje y una ilimitada esperanza.
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