Yo, candidato
Estaba yo tan tranquilo, hombre, metiéndome, como siempre, con el periodismo franquista, con el carnet, con el edificio ese de Callao, que es tan bonito, con la pirámide informativa, con el señor Gómez Aparicio, con el pequeño Manhattan de los periodistas, en la carretera de la Playa, con la facultad de Ciencia de la cosa y con todo, cuando en esto que me llaman los periodistas independientes, que están funcionando ya mucho y bien, y dicen:-Que preparamos una candidatura para la junta directiva de la prensa española independiente y queremos que te presentes candidato.
De eso nada, chelis, gracias por la atención, que siempre es una atención, y aquí un amigo y ya sabéis que contáis para lo que sea, pero yo es que no me veo candidato a nada, mayormente, de modo y manera que si no tuve carnet con Franco, tampoco quiero tenerlo con lo que venga, porque la vida, o sea antes o después, siempre le oficializa a uno, el éxito, aunque sea mínimo, siempre oficializa, y si a mí no me oficializó Franco ni Fraga (que el otro día fue a nuestra función, gracias, cheli), ni don León Herrera -¿por qué nadie se acuerda ya de don León Herrera?-, tampoco me van a oficializar los míos, quiero decir los nuestros, a ver si me entiendes.
Porque entonces parecería como que uno derribaba la legalidad franquista para establecer su propia legalidad, y más aún, para establecerse en ella, y eso sí que no, o sea que no va conmigo, que yo, la noche en que llegué al Café Gijón, quería ser Nobel como Aleixandre o académico como Cela, pero nunca se me pasó ser como Lucio del Álamo, y ahora me quieren hacer como Lucio del Álamo, pero de izquierdas, y yo pienso que es que no hay Lucios del Álamo de izquierdas.
¿Yo candidato, yo espejo civico, yo busto deontológico, yo, talla moral, escultura ética, alegoría ciudadana, monumento público, túmulo, arquetipo, padre, cosa? Yo no.
No tengo vocación de fuente municipal ni de Don Tancredo al pedestal. Gracias, Miguel. Gracias, Rodrigo, gracias a todos, y muy bien por los otros nombres en que habéis pensado, pero mi única autoridad me viene de la falta de autoridad. Decía Cocteau que el académico es un señor que cuando se muere se convierte en un sillón. Un periodista, cuando se muere, a lo mejor se convierte en un premio, en un seguro de vida, en una calle. Yo quiero convertirme en una calle corta de Entrevías, con una tienda de .legumbres y una costurerita guapa que coja puntos a las medias en un portal.
Pero candidato, no. Se pasa uno la vida pregonando sus vicios, haciendo literatura, moneda y almoneda de sus pecados y perversiones, y al final no ha servido de nada, porque yo quería pasar al mañana como maldito y quieren que pase como candidato, corno miembro de una junta directiva, como modelo de profesionales sin carnet, como carnet de profesionales que me tengan por modelo. Porque lo que pasa es eso: que uno se convierte en un carnet.
Ayer en el Congreso subió un ujier a preguntarme que quién era, qué rayos hacía yo allí, qué documentación aportaba, y le mostré toda la hermosa andanada de la prensa:
-Estos son mis poderes.
No está en mí humillar ujieres, sino ensalzar periodistas, y allí estaban los mejores. Luego, en el bar, un diputado de ucedé me dice que él está a la izquierda y me pide que le prologue un libro de versos. También ocurre que uno se convierte, no en un prologuista, sino en un prólogo. ¿Por qué todo el mundo, en un mismo día, se confabula para darle a uno una autoridad, dignidad, solemnidad que uno no tiene ni quiere? Aquí el único que va a tener razón es el ujier que quería echarme. Estoy para siempre con esos periodistas independientes, anti-Gómez, anti-Aparicio y anti-Gómez Aparicio. Pero desde la calle, porque la calle sí que es mía, y no de Fraga.
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