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Tribuna
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¿Hacia una nueva coalición con el centro?

Es muy probable que el voto contradictorio de socialistas y comunistas franceses el otro día, en la Asamblea Nacional, cuando se discutían los nuevos poderes presupuestarios para la asamblea europea, sea simplemente una anécdota insignificante. Para contrarrestar el efecto de semejante desacuerdo (los socialistas votaron, con la mayoría «sí». los comunistas «no») muy pronto los -portavoces de ambos grupos se aprestaron a declarar que existían cuestiones en las que no coincidían, pero que esto no hacía peligrar el «programa común», libro sagrado del nuevo Frente Popular.Es también probable que el apresurado regocijo de los comentaristas conservadores sobre esta primera pedrada contra el edificio de la izquierda unida se quede en agua de borrajas porque las gran des cuestiones polémicas tales como el sistema de elección para el Parlamento europeo o la modificación de normas en el Fondo Monetario Internacional, aún no han sido discutidas. Y ahí será donde se demostrará si esa unidad socialista-comunista es una fábula o una realidad considerable.

Es muy poco probable, en cambio, que la «Unión de la Izquierda» se quiebre antes de las elecciones de 1978. Mitterrand defenderá la alianza con uñas y dientes, entre otras razones, porque ahí se encuentra la razón de su liderazgo pese a las veleidades socialdemócratas de sus viejos camaradas y las impaciencias izquierdistas de sus jóvenes herederos.

Hasta los más ultramontanos gaullistas admiten ahora sotto voce que la izquierda puede ganar las elecciones de 1978. Las últimas encuestas publicadas demuestran que la popularidad del presidente Giscard D'Estaing desciende y que el maximalismo de Chirac repele incluso a los moderados. De modo que la utópica victoria izquierdista parece estar al alcance de la mano. Después de tantos años de impaciencia y frustración la izquierda unida lleva ahora las de ganar. Sólo que... esta victoria será pírrica, según los enemigos más irreconciliables de Mitterrand y Marchais.

Hace un par de días me resumía Raymond Aron mejor que nadie los futuribles de la «Unión de la Izquierda»: «Es probable que lleguen al poder, pero no podrán gobernar... » Los argumentos aducidos para semejante vaticinio son múltiples: el «programa común» es irrealizable, la heterogeneidad del Partido Socialista y sus tendencias impedirán un entendimiento con el monolítico Partido Comunista en las cuestiones de Gobierno, la crisis económica se agudizará con la huida de capitales y el boicot del patronato, los Estados Unidos y Alemania Federal mantendrán en la nevera a los nuevos gobernantes. etcétera, etcétera.

Si la eventual coalición gubernamental es inviable, argumentan los apocalípticos, habrá que ir pensando en un compromiso aceptable. Y ahí entra una nueva hipótesis, contemplada con toda seriedad por algunas cancillerías de un lado y otro del Atlántico.

El nuevo compromiso exigiría inventar una coalición que mantuviera el partido mayon tarlo de Izquierda, alejara del poder a los comunistas, sostuviera formalmente algunos puntos del «programa común", tranquilizara al capital y a la Alianza Atlántica y permitiera al centro una colaboración constructiva, colocando a la derecha gaullista en la oposición leal y, de vez en cuando, desmelenada.

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Ni que decir tiene que esta estructura de recambio se produciría cuando los síntomas de descomposición, inquietud, tensión y hasta violencia fueran lo suficientemente graves para que el patriotismo privara sobre los intereses ideológicos. Y cuando el señor Mitterrand y sus amigos, con los dientes limados por el poder y la voz ronca por La Marsellesa, decidieran al fin conciliar el socialismo democrático con la sociedad liberal avanzada que, al fin y al cabo, no se encuentran en las antípodas. Todos, pues, contentos: la derecha porque al fin, el peligro de colectivismo se alejaría, el centro porque le permitiría acceder al Poder sin ganar las elecciones, la izquierda socialdemócrata y hasta socialista porque, después de algunos meses de dificultades, podría gobernar tranquila y hasta homologarse con otros partidos hermanos. Sólo los comunistas rechinarían de dientes, como la iconografía política contemporánea nos tiene habituados.

Claro que esta breve sinopsis de política-ficción podría tener otros desenlaces menos gratos o menos originales. Toda la argumentación se basa en que comunistas y socialistas en Francia tendrán que andar a la greña, que la burguesía miedosa se llevará los dineros a Suiza, que el «programa común» resulta inaplicable y que la historia se repite inexorablemente cuando el futuro se abre por la izquierda.

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